martes, 23 de diciembre de 2008

Memes...

Jose me ha ofrecido cortésmente que conteste a uno de esos memes que nos rondan por ahí, tentándonos a explorar los motivos por los que escribimos cosas en la red de redes. Y yo, francamente, guiada por el odioso espíritu navideño, voy a tratar de ser breve.

¿Qué te motivó a escribir un blog? Me apetecía. Estaba escribiendo la tesis doctoral, tratando de criticar algunas teorías políticas de la filosofía contemporánea, especialmente del pasado siglo, y me pareció apropiado hacerlo también "sobre la actualidad", en virtud de mi interés en el ensayo y el periodismo.

¿Consideras que escribes bien? Considero que no escribo mal, pero me gustaría hacerlo mucho mejor, y sobre todo con orden y claridad.

¿Cuál sería un adjetivo (o varios) para describirlo? Diletante.

¿Has pensado a veces que se ha vuelto una obligación? ¿Cuándo? No es una obligación porque no escribo todos los días, ni siquiera todos los meses.

Seguro que hay blog que no te gustan. ¿Cuáles? ¿Te atreves a mencionar uno en concreto y decir por qué? No leo los blogs que no me gustan. Eso sí, a veces los blogs que me gustan también me irritan. En general, me incomodan los blogs que hablan de la vida personal de aquel que lo escribe; pero, en concreto, leo algunos que son así, o que en parte son así, y los disfruto.

¿Comentas a veces por obligación? Comento cuando se me ocurre algo chispeante e inteligente que decir, lo cual ocurre poco.

¿Temes que un día tu blog deje de atraer a la gente y dejan de comentarte? Francamente, este blog no atrae a tanta gente como para que me dé miedo la rápida caída de su popularidad.

¿Cuál es tu post preferido de este año? Hay muchos. Ahora mismo me viene a la cabeza este de La revolución naturalista, o este, muy reciente, de Neoconomicón. Pero también me quedo con este, y con algunos del Diario de una joven maniática que me han hecho reír.

¿Cuál es tu Blogger preferido, no valen preferencias afectivas? Además de Arcadi Espada, que es un modelo de lo que espero leer en un blog, me quedo con Eduardo Robredo, autor de La revolución naturalista, y con Irene, autora de Chiaroscuro, con los que cada día aprendo y de los que admiro su capacidad expositiva. Pero también con ace76, que escribe un blog que siempre disfruto y que leo casi todos los días, Vivo en la Era Pop.

¿Qué crees que no serías capaz de escribir? No sería capaz de escribir nada sobre economía, por ejemplo. En realidad, no sería capaz de escribir sobre la gran mayoría de las cosas.

¿Piensas que un blog es una especie de terapia? No. En este punto estoy en completo desacuerdo con Jose. Lucho contra el blog-terapia, que me parece mentira.

Una pregunta que te gustaría contesten tus lectores: En verdad, no tengo ninguna pregunta concreta. Venga, sí: si consideran que este blog podría y debería desaparecer, porque su objetivo de ponerse a hablar ya se cumple eficazmente por medio de otros blogs.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Stalin, el pacificador

Los rusos ya piensan lo mismo que una parte de la izquierda española.

En el artículo dicen que los historiadores no saben hacerse entender por la gente normal. Les remito a la grandiosa obra de Alan Bullock - un historiador, y foráneo además - sobre Hitler y Stalin: vidas paralelas con objeto de comprender cuál es nuestro grado de normalidad.
Y eso que no somos rusos.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Aclaración sobre mi crítica a Almudena Grandes

Julián me ha pedido que aclare mi furibundo ataque a la Grandes, razón por la que he decidido hacerlo en una nueva entrada, ya que la primera era demasiado críptica. En primer lugar, reconozco no haber leído ninguna de sus novelas, pero no por falta de interés sino por falta de... eso, por falta. Sin embargo, Grandes fue invitada al simposio sobre "Memoria, narración y justicia" en calidad de literata y novelista, por cuanto su intervención vendría supuestamente a aclararnos la relación entre memoria e historia, y en particular entre memoria individual, memorias individuales (de donde quizá podríamos entresacar la memoria colectiva, como memoria de todos los españoles), e Historia escrita por los historiadores, documentada en eso que los historiadores llaman "archivo". El objetivo de la charla (es más, no sólo de la suya, de varias de las charlas de ese día) estaba, entonces, en iluminar el vínculo - tenso, pero necesario - entre los recuerdos del testigo (y de sus herederos, los nietos) y la recolección emprendida por el historiador, que escribe eso que se denomina, con un clarísimo desdén, "historia oficial": historia aceptada por el poder e historia aceptable por todos los oídos, o al menos por los que son cómplices con el poder o han heredado esa complicidad. Ese vínculo entre memoria e Historia es el único que puede hacer justicia a las víctimas. Y se pretende que esta misión la cumpla la literatura, frente a la Historia, puesto que nada mejor que la novela para recrear el punto de vista del testigo. Y esto, aparentemente, es lo que quiso hacer Almudena Grandes con la guerra civil española en su novela "El corazón helado".

Este es el punto de partida. Veamos ahora por qué se produce mi ataque, más bien mi indignación ante la intervención de Grandes. Por un lado, el panfleto es indigno no sólo porque el propagandista escribe mala literatura (eliminando la ironía y la ternura), sino porque distorsiona la verdad histórica - la de los hechos - en favor de una ideología que surte efecto en el presente. La misión del panfleto no está en iluminar los hechos dese el punto de vista del testigo, sino en movilizar a los nuevos combatientes, los de ahora (los nietos). En segundo lugar, porque el literato y novelista no puede ser "ideológico" ni "subjetivo" si realmente quiere hacer buena literatura; al contrario, tiene que darle carne a gente de todos los tipos y condiciones, gente que no es una mera proyección del novelista y gente que parece más que una idea en su cabeza. Ambas objeciones a la intervención de Grandes son secundarias: yo no he leído la novela, y ella afirmó no haber escrito un panfleto, además de que la cuestión "ideológica" y "subjetiva" es más bien de precisión lingüística y se podría arreglar leyendo la novela, más que escuchando su intervención.

Ahora bien, la tercera objeción es de calado, creo yo. No se puede reivindicar la memoria individual de todos los españoles acerca del episodio histórico de la guerra civil por medio de una reducción histórica del tipo siguiente: buenos contra malos, demócratas (buenos) contra fascistas (malos), de modo que la esperanza de hacer justicia se deposite exclusivamente en el reconocimiento de la maldad exclusiva de los malos. Es decir, en primer lugar, no se puede reconstruir literariamente la memoria ignorando el archivo de los historiadores, que nos enseña que había antidemócratas y asesinos en ambos bandos. Pero, en segundo lugar, un nieto no se puede arrogar la bondad de los abuelos y coger las armas contra aquellos con los que éstos lucharon. Un nieto no puede renunciar ni a hablar con sus abuelos ni a hablar con los abuelos de los otros; es decir, no puede renunciar a la verdad de lo que ocurrió en su país hace dos generaciones. La misión del historiador consistirá en documentarse y disciplinarse sólo en relación con la verdad (este bando ganó esta batalla en tal año, tales personas fueron ejecutadas en tal fecha por orden de este señor, etc.). La misión de cada ciudadano de este país, por contra, consistirá en estar informado acerca de los hallazgos de los historiadores, y en sentarse a hablar cada día con sus conciudadanos, que son hijos y nietos de aquellos que lucharon entre sí en la guerra civil. Y esto por una razón: porque no es igual de "oficial" la historia que se escribía durante la dictadura de Franco que la que se escribe en democracia, y porque precisamente en democracia no se puede renunciar a una discusión sobre los hechos.

Desde este punto de vista, la pretensión literaria de "reconstruir" el punto de vista del testigo con objeto de desmontar la "historia oficial" me parece, como mínimo, trivial. Y, como máximo, y a eso apuntaba en el título, me parece un intento de escribir una nueva historia oficial, tan propagandística y antidemocrática como aquélla que critica, con objeto de movilizar hoy a los lectores-votantes, nietos de bondadosos progresistas y de luchadores por la libertad o de asesinos y ladrones fascistas. Es decir, puro panfleto, escrito desde la convicción de que la literatura es más noble, más honesta, más honda que la realidad, simplemente porque puede dar voz a los verdaderos héroes, que ya ni siquiera están para decir nada o que quizá ni siquiera existieron.
Espero que esta vez todo haya quedado más claro.

La batalla de comunistas y católicos en torno al Cielo

Antonio Gramsci fue uno de los teóricos marxistas más importantes del siglo XX. Con este breve y grosero resumen de su papel intelectual (teoría, marxismo, siglo XX), no quiero hablarles de las ideas de Gramsci (algunas de ellas nada desdeñables, aunque discutibles) sino de un asunto muy de actualidad. Resulta que hoy nos dicen que Gramsci se confesó antes de morirse y besó una imagen del Niño. Lo dicen todos los periódicos, porque al parecer es una noticia importante, sobre la que cabe discutir mucho.
Lo más llamativo de todo esto no es, evidentemente, la insistencia del Vaticano en demostrar que los ateos marxistas, que tanto daño han hecho a la religión (o que tan buen servicio le han rendido, a la postre, en aquellos países en los que la prohibieron), finalmente se arrepienten y retornan a eso que se llama "la fe de su infancia". Es natural que un católico arda en deseos de comprobar que los insensatos no sólo se consumen en un esfuerzo inútil, sino que acaban por darse cuenta de ello a las puertas de la muerte, cuando saben que tienen que enfrentarse al juicio divino. Incluso puede decirse que, en algunos casos, se hace de buena fe; no queremos que nuestros seres queridos vayan al infierno, y ¿no es un héroe de nuestro tiempo, una figura relevante de la sociedad, una proyección de lo que hemos querido? Al menos lo es en algunos casos. Recordemos que Gramsci, además, pasó varios años en la cárcel en la añorada Italia de Mussolini, y murió poco después de salir en libertad, y tan joven.
Cosa distinta es el empeño de los compañeros de Gramsci en negar ese último acto de temor y temblor. Como si, al reconocerlo, las ideas y los argumentos de Gramsci sobre la sociedad y el poder se derrumbasen una a una, desmontadas no por los hechos sino por uno u otro crimen de conversión a la necesidad histórica. Gramsci se convirtió de vuelta al catolicismo y, acto seguido, no sirve nada: ¡horror! Finalmente, es cierto: ni a unos ni a otros les importa lo que dijo Gramsci sobre la sociedad o lo que hizo Gramsci en la sociedad de su época (la italiana de principios del siglo pasado), sino sólo aquello en lo que reculó ante la muerte, cuando su figura histórica acabó de perfilarse por completo y nos fue entregada calentita, lista para su manejo rápido por las masas de creyentes. Aquí tienen a Antonio Gramsci: comunista. Aquí tienen al nuevo Gramsci: hijo pródigo.

viernes, 21 de noviembre de 2008

La nueva historia oficial, o el soldado que se arma con la pluma

Hace un par de semanas, con ocasión de una charla sobre la enseñanza de Educación para la Ciudadanía en ESO, tuve la revelación de que seguimos viviendo en un país de beatos y anticlericales, donde, pese a mi carácter moderado y pacífico, tiendo más, inevitablemente, a situarme a veces junto a los que desearían quemar iglesias y romper ventanales. Sin embargo, ayer asistí, por razones que no vienen al caso, a un simposio sobre "Narración, memoria y justicia" en el que participaban la escritora Almudena Grandes y el estudioso de la literatura Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, entre otros; y eso me hizo volver al redil de los de la Tercera España, esos que mueren asesinados en todas las guerras.
Al parecer, Grandes fue invitada al simposio no sólo en calidad de novelista y académica, sino porque ha escrito una novela sobre el tema que nos ocupaba, El corazón helado. En su intervención, la escritora se remitió a la gestación de su novela, a su encuentro con un tema que no era sólo personal (ah, aquí aparece la memoria individual) sino colectivo, de todos los españoles o de gran parte de ellos. Almudena Grandes se acordó de su madre y, a partir de su madre, de su abuela.
Dejo de lado la noción de "memoria colectiva" que, desde siempre, me ha sonado muy sospechosa y fantasmal, pero veamos lo que dijo Grandes sobre el asunto. En particular, Grandes defendió que "la memoria es lo que empieza cuando termina la Historia", es decir, cuando los testigos mueren y la Historia "oficial" ya está escrita, e intentamos reconstruir los recuerdos de los que estaban con nosotros. En su caracterización del propio trabajo novelístico, afirmó que el novelista no puede ser "neutral" ni "objetivo", aunque no llegó a explicar qué entiende por neutralidad y por objetividad; al contrario, definió su tarea como "subjetiva" e incluso como "ideológica", porque cada escritor lleva sus ideas al texto y mira la realidad con ellas. Tengan en cuenta que la pobre se encontraba en un nido de filósofos y otros científicos sociales y humanísticos condenados a desvariar eternamente sobre la objetividad de la ciencia y la multilateralidad de la verdad, así que precisar estos términos hubiera sido cosa necesaria, aunque quizá sospechosa. En ningún momento nombró Grandes la imparcialidad, ese invento (de Homero, dicen) con el que un día los vencedores dejaron hablar a los vencidos.
A pesar de que calificó la tarea novelística de ideológica, Almudena Grandes también dijo que no quería escribir un panfleto: "el panfleto es mal negocio", dijo, ya que elimina cosas con las que a los novelistas les gusta trabajar, como la ironía y la ternura. ¿Y la verdad? A Grandes se le olvidó que el panfleto es mala literatura y mala historiografía porque es propaganda, distorsión de la verdad destinada a hacer mercado o vanguardia. Puede que este sea el núcleo de mi disgusto: el disgusto, el empacho que provoca la verdad. Porque Almudena Grandes continuó su charla diciendo que "quien no se haya enterado todavía de quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos, no se lo vamos a explicar ahora": aquello (el 36) fue una guerra entre demócratas y fascistas, y todo el mundo sabe de qué lado está. Esa es la verdad, entonces: una guerra entre demócratas y fascistas, que ahora ya no nos vamos a poner a explicar. Almudena Grandes nos invitaba a renunciar al argumento y a la explicación, pero no en nombre de la verdad sino del bien; a fijar, por fin, una historia nuevamente "oficial" (ese neutro), pero esta vez de parte de la flexible, tierna, irónica literatura.

domingo, 26 de octubre de 2008

Forrest Gump en el Tercer Reich

La publicación de Las Benévolas, de Jonathan Littell, escritor americano que escribe en francés, fue uno de los acontecimientos literarios del año pasado. La obra recibió el prestigioso premio Goncourt, y su traducción al español trajo consigo la inevitable fiebre publicitaria que arrastran ciertos fenómenos literarios de cuando en cuando. Las Benévolas suscitó reacciones muy diferentes entre los lectores eruditos, sin embargo, por no decir entre los lectores "famosos": Mario Vargas Llosa afirmó que la novela decía algo así como la última verdad humana que podía extraerse de los hechos históricos que tienen que ver con el totalitarismo nazi y con la organización del Holocausto; Alejandro Gándara o Fernando Savater, en cambio, aludían a las tediosas descripciones de la novela, e incluso a su falta de honestidad literaria en relación con los hechos que narra (Gándara, por ejemplo, la comparó desfavorablemente con Vida y destino, de Grossman, otra novela "sobre" el totalitarismo que arrasa toda la vida humana).
La lectura de Las Benévolas, con sus más de 900 páginas, me ha llevado aproximadamente un mes y medio, pero quería leerla entera por dos razones: porque, como saben, me interesa el "fenómeno totalitario" incluso en su variante de ficción, y porque en el fondo por detrás de todo ello están las palabras de Vargas Llosa sobre si quizá una obra de ficción puede llegar más hondo que la propia lectura historiográfica sobre el proyecto de destrucción de los judíos europeos, según el título que el historiador Raul Hilberg le puso a la Endlösung. La respuesta, a mi parecer y en lo que se refiere concretamente a Las Benévolas, no le da la razón a Vargas Llosa: es como si Littell se hubiera tragado todas las monografías sobre el nazismo y el Holocausto y las hubiera regurgitado en forma de libro de ficción, un poco al estilo de los novelones de antaño, que intenta atrapar el comportamiento deshumanizado de los nazis en sus múltiples variantes humanas, y sobre todo en una, la del protagonista que narra su propia historia, el jurista doctor Max Aue, oficial condecorado de las SS.
A lo que más me recuerda Las Benévolas es a una popular película americana que se llama Forrest Gump. Ésta intentaba extraer una lección moral sobre la América contemporánea, la de la lucha por los derechos civiles, Vietnam y Kennedy, hasta los años 80, a través de un personaje ingenuo para quien "la vida es como una caja de bombones" porque nunca sabes lo que te va a deparar. El "ingenuo" Forrest, que era casi una prolongación americanizada del idiota de Dostoyevski, sin su carácter mesiánico, atravesaba cada fenómeno histórico americano sin comprender y sin escuchar, con la misma mirada confiada y distante: iba a Vietnam, protestaba contra Vietnam, la gente tomaba drogas a su alrededor, recorría el mundo corriendo, y le decía a Kennedy que se hacía pipí delante de las cámaras de la tele (I got to pee); su novia se moría de SIDA, aunque nadie decía el nombre de la enfermedad. Algo así le ocurre a Aue, sólo que en la forma de un negativo perverso: como oficial SS, le envían al comienzo de la invasión contra Rusia a encargarse de las "acciones" de eliminación de los judíos que llevaban a cabo los Einsatzgruppe; Aue ni siquiera estaba convencido de esa necesidad, pero se va allí y se encarga de ello porque se lo mandan, convencido de que han emprendido una lucha a vida o muerte contra las nociones comunes del bien y del mal; en la sucesión de los acontecimientos, acaba en la lucha encarnizada por Stalingrado, de donde milagrosamente sale con vida (aunque herido en la cabeza); de Stalingrado pasa a Berlín, donde el mismísimo Himmler le otorga otra misión especial, que por supuesto le conduce a examinar y describir con profusión los KL (Konzentrazion Lager o campos de concentración) de Polonia, y en especial Auschwitz-Birkenau; Aue es testigo tanto de las selecciones para morir por gas como de los intentos de seleccionar para la "muerte por trabajo"; se va de cacería con Speer, ministro de trabajo, y de borrachera con Eichmann, cuyas escenas resultan especialmente sonrojantes ante el intento que hace Littell de "iluminar" la banal "humanidad" del monstruo que Hannah Arendt describió en Eichmann en Jerusalén (y es el vínculo con este documento el que convierte la descripción de Eichmann en un episodio sonrojante de la novela); no le falta tiempo tampoco para acabar, en los últimos momentos de la guerra, con la "evacuación" de los judíos húngaros, ni para asistir a las terribles "marchas de la muerte", cuando los nazis evacuaban a los judíos de los campos polacos ante la llegada de las tropas soviéticas y les obligaban a caminar descalzos y sin comida por el hielo hasta que morían en una marcha sin sentido y sin destino; las andanzas de Aue terminan en una Berlín despedazada por la que comienzan a entrar los soviéticos, entre cadáveres flotantes y ruinas del zoológico. Nuestro Aue tiene incluso la ocasión de acabar su relato tras un encuentro con el Führer en el búnker, unos días antes de su suicidio; Aue le muerde la nariz al Elegido del Volk en un ataque de locura, y este encuentro es casi tan revelador como el momento en el que Forrest le decía a Kennedy que tenía que irse a hacer pipí. Por las páginas de Las Benévolas desfila todo lo que alguna vez quiso saber sobre el Holocausto y nunca se atrevió a preguntar: Speer y Himmler, Eichmann y Höss, Bormann y Kaltenbrunner, los tiros en el bosque y los gaseamientos y las fábricas, incluso Aue cruza sus pasos, siquiera tangencialmente, con Jünger en Rusia, y menciona al Kronjurist Carl Schmitt, y hasta el filósofo Heidegger se cuela en alguna conversación sobre la naturaleza del Volk. Todo este realismo, con su profesión de detalles, se combina con una descripción cada vez más delirante que trata de demostrarnos la locura y el absurdo de la empresa nacionalsocialista: hay momentos que parecen sacados no de Forrest Gump sino de una película de James Bond, donde el terrible y omnipotente líder en la sombra acaricia un gato dorado (lo que quizás recuerde más al Inspector Gadget de mi infancia), mientras le rodean una docena de amazonas rubias que se parecen demasiado entre sí. Flatulencias, diarreas, sesos aplastados, vomitonas, alcohol e incesto: todo ello podría dar lugar, sin duda, a una película francesa, pero en conjunto no dice demasiado sobre el Holocausto o sobre el totalitarismo nazi, y desde luego no dice nada que no hayan dicho las quinientas monografías sobre el Holocausto de una manera mucho más terrible, menos tediosa y quizá más enigmática.
En resumen, se trata de una novela legible que rezuma su propia novelización, cuyo fin parece consistir en demostrar la frase célebre, y también frívola, de Adorno: no puede hacerse poesía después de Auschwitz. Pero sigue haciéndose mala poesía con ello.

martes, 7 de octubre de 2008

La naturaleza humana, según Spinoza

Es ley universal de la naturaleza humana que nadie descuide aquello que le parece bueno, a no ser con la esperanza de mayores bienes o el temor de males mayores, ni que sufra algo malo sino para evitar daño más grave o con la esperanza de bienes más provechosos; esto es, cada cual elige entre dos bienes aquel que le parece mayor, y entre dos males aquel que le parece ser más pequeño. Digo expresamente que se elija el que parece mayor o menor, porque no es necesario que las cosas sucedan del mismo modo que se piensan.
(Spinoza, "Tratado teológico-político", Capítulo XVI; el subrayado es mío).
Así fundamenta Spinoza el paso del estado natural de los hombres al estado civil o político, y así comienza, entonces, su enmienda a Hobbes, que había fundado el Estado en una ruptura total con la naturaleza, dominada por el miedo. El miedo y la esperanza, dice Spinoza, frente al miedo y la vanidad, que dijo Hobbes. La distinción comienza a dibujarse en la visión del poder natural de la naturaleza (humana), en contra de su impotencia: es la guerra hobbesiana de todos contra todos o la paz spinoziana, civil y colaboradora, de "la potencia de todos juntos". Y aquí, en efecto, se da el tour de force que tanto molestará a los pensadores posteriores no ya de Hobbes, sino del ateo Spinoza.
Próximamente, intentaré decir algo más articulado, siquiera un poco más articulado sobre la interpretación reaccionaria de Hobbes y Spinoza, e incluso sobre éstos mismos, si a ustedes les interesa.

sábado, 16 de agosto de 2008

Let's go to the gym!

Algunos dedicamos agosto, el mes tonto, al espíritu olímpico. Cualquier tiempo pasado fue mejor.

Yo nací en el Meditarráneo en 1976, el año de Nadia Comaneci. Aunque soy de diciembre, nunca me han gustado los juegos del invierno. Mi madre debió de emocionarse mucho viendo a la Comaneci lograr su perfect ten.
Sin embargo, mi gimnástico bautismo tuvo lugar en 1988, en Seúl, desde la tele gorda y fea de mi antigua casa. Allí caí rendida a los pies no sólo de Elena Shushunova y de Daniela Silivas, las dos rivales que venían del frío, sino de Svetlana Boginskaya, que tenía una mirada trágica y una plasticidad turbadora, o era quizá a la inversa. La cuestión es que Boginskaya no llegó a ser campeona olímpica, a pesar de que sus ejercicios en suelo estaban entre lo más cautivador que he llegado a ver sobre fondo azul.
Boginskaya volvió en Barcelona 92, con aquel extraño equipo unificado de la URSS en descomposición. Comenzaba el reino de las cheerleaders americanas y de los infantiles robots chinos, bajo cuya autoridad todavía nos encontramos cuando encendemos la tele en agosto, de madrugada. No sé por qué razón los totalitarios soviéticos y rumanos consiguieron llevar a sus gimnastas a aquellas alturas de belleza, pero luego nos dicen que la ética y la estética son lo mismo o que coinciden y yo no acabo de verlo por televisión: la precisión elegante era de las soviéticas y el ritmo desbordante de las rumanas, un combate de dibujos en el aire del que los actuales ejercicios de músculos y monerías - que las americanas han llevado a su máxima expresión peleando con las chinas - es únicamente un reflejo demacrado. El duelo de Silivas y Shushunova en Seúl no tiene igual ni ha vuelto a ser contemplado.
Aquí, la alegre Silivas en suelo: http://www.youtube.com/watch?v=mRQUx3V73zs
Aquí, la sobria espectacularidad de Shushunova, que ganó el oro: http://www.youtube.com/watch?v=mRQUx3V73zs
La victoria de Nastia Liukin ayer no puede emular las antiguas glorias de la gimnasia, pero se acerca. ¿No creen?

martes, 24 de junio de 2008

Dioses del sufrimiento

El filósofo José Luis Pardo dice que "quienes luchamos por una polis verdaderamente aconfesional hemos de defender hoy enérgicamente el derecho de los no creyentes, es decir, el derecho a no creer, pero no solamente en el Dios de Dinesh d'Souza, sino en ninguno de los dioses del sufrimiento, por muy aparentemente laicos que sean sus atuendos", es decir, en los ídolos de la identidad y, en concreto, de la nación.
Todas las naciones tienen sus mártires. Hace unos años, Juan Aranzadi ya propuso tirar el escudo al suelo y salir corriendo de cualquier batalla.
Me pregunto si también, en este mismo sentido, debemos despojarnos de la fiebre de nosotros mismos.

sábado, 21 de junio de 2008

Un hombre habla

Por fin, alguien dice la verdad desde Cuba. Alguien hace periodismo desde Cuba. Y no me refiero a la galardonada autora del blog Generación Y, Yoani Sánchez, sino a su marido, Reinaldo Escobar.
Hannah Arendt dijo, con vuelo retórico, que cuando todos mienten acerca de todo lo importante, el hombre veraz, lo sepa o no lo sepa, ha empezado a actuar; también él se compromete en los asuntos políticos porque, en el caso poco probable de que sobreviva, habrá dado un paso hacia la tarea de cambiar el mundo (Arendt, "Verdad y política"). Se refería a los totalitarismos del XX, a los que Cuba continúa siguiendo el rastro.
(P.D. Apunten "Conflicto y cambio social", que fue el tema que respondí en mi examen. Excelente, excelente. Gracias por los ánimos).

jueves, 19 de junio de 2008

Examen a los 30 años

Les informo de que mañana los malvados hombres de negro (los filósofos) vuelven a examinarme, aunque cada año soy (un año) más vieja.
Podría ofrecer algunas pruebas hermosas de pensamiento filosófico con Heidegger o con Spinoza, quizá con algo de política (un tema se titula "Formas de organización política", y aunque no parezca prometedor, lo es mucho).
Les deseo suerte, para que me la devuelvan.

lunes, 16 de junio de 2008

Igualdad

Las mujeres somos, en realidad, como los hombres.



Si las féminas disfrutáramos de la misma participación en el poder que los varones, este mundo se volcaría en el cuidado de los débiles y en el amor a los vecinos.

sábado, 14 de junio de 2008

Ese hombre blanco debería aparecer entre nosotras, de una vez por todas

Como miembra de la sociedad actual, me disgustan enormemente estos debates, sobre todo porque (para decirlo con una palabra que incorporamos de la teoría política feminista) invisibilizan la verdadera cuestión social y política de fondo. La invisibilización histórica de las mujeres responde a una situación de injusticia política y social que ha afectado no sólo a las mujeres sino a muchos otros grupos de la población, hasta el asentamiento de las democracias a lo largo del siglo XX. Las mujeres españolas, en efecto, no pudieron votar hasta 1931. Olympe de Gouges escribió la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana en 1791, como respuesta a la declaración de los revolucionarios franceses en 1789.
La trivialidad de dirigirse a las miembras de la sociedad se descarga de toda responsabilidad en la comunicación y el uso del lenguaje. No es más que la ilusión de transformar voluntariamente la sociedad, por medio del poder institucional lleno de buenos deseos de paz y reconciliación. Así, en vez de dedicarse a conocer la historia y a explicarla a las jóvenes generaciones - así como a las jóvenas generacionas - nos basta con cambiar la palabra y ¡puf! Los negros no son negros ni hombres de color ni afroamericanos, son "hombres y mujeres que no pertececen al grupo dominante de blancos y blancas, protestantes y con dinero, que fueron transportados y transportadas desde el continente africano a todas las esquinas del mundo, caracterizados y caracterizadas por una pigmentación oscura que se asemeja ligeramente al café y cuyo origen está en la cuna de toda civilización". Prince es el artista antes conocido como Prince. El blanco - ese tío que yo no me he encontrado en ningún sitio, a pesar de haberlo buscado con ahínco - invisibiliza al negro, que a su vez invisibiliza a la negra, que a su vez invisibiliza al homosexual, que a su vez invisibiliza a la lesbiana, que a su vez invisibiliza ¡al blanco! Pocas veces se ha visto mayor irresponsabilidad e indiferencia en el tratamiento de las cuestiones políticas y sociales; desaparece el elemento sociopolítico por excelencia: la indignación que clama justicia a los vivos, en nombre de los vivos que sufren y en recuerdo de los muertos. Es este recuerdo el que impulsa, además, a los hombres a conocer el pasado, y a reformar las instituciones que tienen lugar en el presente.
Pilar Careaga dice que "el lenguaje está creado por el hombre, para el hombre y tiene como objeto el lenguaje del hombre". ¿Qué hombre ha sido ese, y dónde está? Supongo que ahora tiene la oportunidad de redimirse llamando por teléfono al Ministerio, con objeto de canalizar su agresividad. ¡Que dé la cara!

jueves, 5 de junio de 2008

Antítesis de la historia de la filosofía

Los respectivos dominadores son los herederos de todos los que han vencido una vez. [...] Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura.
(Walter Benjamin, "Tesis de filosofía de la historia", tesis 7)
Hoy he escuchado una conferencia interesante sobre Walter Benjamin y Simone Weil. El primero de ellos, Benjamin, era un judío alemán con una intensa vocación teológica que colaboró con el marxismo, dato que nos sirve para certificar que fue un pensador extraño y, además, interesado en la extrañeza. La cuestión es que la reflexión sobre Benjamin que he escuchado hoy ha servido para poner una serie de cosas de esas que llamamos políticas sobre la mesa: particularmente, si puede haber una teología política, y qué significado tiene o tendría ésta en cuanto al desafío del capitalismo.
En realidad, la esfera política de los derechos y la esfera moral de la autonomía son un producto del sistema de producción capitalista que se inaugura con los primeros desarrollos científicos que pueden considerarse "revolucionarios" a partir del siglo XIV. Esto, al menos, se nos ha dicho: no puede designarse dogmáticamente una independencia de la política liberal (de libertades fundamentales) y de la moral autónoma (de decisión racional sobre la propia vida), más allá de su vinculación con el mundo del trabajo, que impone una ley destinada a convertirnos a todos en esclavos. El razonamiento corresponde a Benjamin tanto como a Adorno y Horkheimer o, posteriormente, a Marcuse, todos ellos pensadores neomarxistas y a la vez separados del marxismo soviético. Esto significa que no podemos legitimar las conquistas de la modernidad (libertad, autonomía, bienestar) porque éstas se han producido gracias a un sistema fundamental y sistemáticamente esclavizante, opresor, asesino. Ahora somos libres, pero somos libres para el trabajo, que dicta las normas de lo privado y de lo público. Benjamin, en particular, detesta el progreso porque, como dice el texto que he colocado en el encabezamiento, el progreso es siempre la marcha del vencedor. Estas palabras habría que entenderlas en un sentido muy amplio y no simplemente crítico o utópico: todos somos vencedores porque somos hijos de vencedores, porque descendemos de las generaciones que vencieron. La victoria - que no es otra cosa que nuestra vida - surge como algo terrible: los vencedores pisotearon a los muertos, y nosotros, que somos vencedores, pisoteamos cada día más muertos.
Es en este punto en el que se vincula la política con la teología, pues es evidente que el progreso nos condena moralmente a todos, puesto que todos somos pecadores. El primero en decir esto fue uno de los principales enemigos de la modernidad, sólo que él era de derechas o reaccionario: Joseph de Maistre aseguró que no éramos inocentes y que seguramente merecíamos morir. ¿Qué política es la correcta - qué debo hacer, dijo Kant - si la acción victoriosa está contaminada por el crimen y engendra mortalidad y olvido? Benjamin escribe gran parte de sus tesis contra la socialdemocracia, por cierto. Los socialdemócratas aparecen, de nuevo, como los traidores de la humanización que perseguía el marxismo, precisamente por haber hecho política, lo que significa que colaboraron con los vencedores (el ejército, la policía, el Estado). ¿Qué significado tiene ahora la política, si ha de ser únicamente humanizadora en el sentido marxista? ¿Si ha de serlo, además, absoluta e instantáneamente?
Aquí se han producido divergencias de opinión, pero alguien ha dicho que la política revolucionaria de Benjamin es aún más fuerte y creíble cuando es teológica. La revolución es redentora, es el Mesías que llega en el momento inesperado y que abre la puerta para recibir a los muertos. No hay, pues, acción política como tal, únicamente la acción que espera la revolución sagrada, y que se lanza a provocarla con la claridad relampagueante que sólo tienen los convencidos y los entusiastas, aquellos contra los que precisamente lucharon tanto Spinoza como Locke. Cabe preguntarse si esa es la purga que debemos emprender los hijos de los vencendores - todos - cuando nos convertimos al materialismo histórico: los marginados, los oprimidos, los olvidados, son los grandes vengadores que harán la revolución, que quizá vendrán para matarnos o que quizá seremos nosotros cuando hayamos muerto, o al menos cuando hayamos sufrido lo suficiente. En cualquier caso, la revolución es una iluminación cegadora.
No pude menos que preguntarme, en ese momento, si eso que tanto anhelan los revolucionarios lectores de Benjamin no es eso mismo que hace una mujer palestina cuando se viste con bombas y se sube a un autobús cargado de judíos. Si eso es teología política. O si esa revolución que aún esperan es otra cosa que sólo los profetas entienden, que ha de traer, simultáneamente, la paz y la venganza.

domingo, 1 de junio de 2008

Vamos a ser majos y simpáticos

Zapatero ha dicho hoy que el pesimismo (leamos la derecha) no crea puestos de trabajo. Lo que no está tan claro es que el optimismo sí los cree.
Antes de la llegada al poder de Zapatero, a principios del siglo XXI en España, un país perteneciente, por poco, al continente europeo, la política la hacían unos señores que estaban siempre cabreados: unos porque no había suficiente justicia ni suficiente igualdad y porque las empresas siempre estaban clamando por despedir fácilmente a la gente, y los otros porque, señores, había que ser serios y que estar técnicamente preparados para afrontar el futuro. La ciencia política se transformó gracias a una sonrisa de ángel. Ahora las cosas se sienten diferentes. Es el poder, pero se trata del poder de la mente.
Yes, we can, dice Barack Obama en Estados Unidos, emulando al ángel. Entre todos podemos sonreír al futuro - esa gran sonrisa para la cámara histórica - y crear puestos de trabajo desde debajo de los pliegues de la sonrisa: trabajaremos juntos por un mundo mejor, otro mundo es posible, en el que colaboremos (¡mágica palabra!) movidos por el impulso cómplice de la mirada de los otros.
(En resumen: Marx era un señor cabreado y desagradable, y los políticos hasta ahora han sido antipáticos).

martes, 27 de mayo de 2008

El dóberman liberal

Álvarez Cascos ha reaparecido en la batalla ideológico-política del Partido Popular para definir la esencia del grupo: liberalismo y humanismo cristiano. El liberalismo se ha convertido en ese gran aliado desconocido que pregona la separación entre lo público y lo privado, a su vez el único modo de garantizar la absoluta e irrenunciable libertad del individuo, fundamento metafísico de todo el sistema - si es que se puede hablar de sistema - liberal. Contra la libertad del individuo se levantaron otros humanistas cristianos - si es que se puede hablar aquí de humanistas - como Carl Schmitt, que creían en el poder disolvente del individuo: humano sólo es aquello que se somete a lo sobrehumano, es decir, a Dios; lo otro es puro exceso catastrófico. Schmitt era católico - si bien un católico nihilista - lo mismo que Mounier y otros existencialistas cristianos que hablaban de la comunicación entre el yo y el tú, mediada por Dios, y a la que no creo que haga referencia Cascos, aunque se parezca a ciertas posiciones de la Iglesia vasca, que también cree en la comunicación amorosa de uno con su prójimo (es decir, con su vecino).
Nos falta saber qué demonios es eso del humanismo cristiano. Nadie lo sabe, en realidad. Si es cristiano, este humanismo habla de la humanidad de la criatura, del ser creado por la voluntad buena de Dios. El hombre fue redimido del pecado por Cristo (de ahí lo de cristiano). Pero al Cristo de los protestantes se le considera culpable de haber creado individuos capaces de leer la Biblia por sí mismos, mientras que al Cristo de los católicos se le considera dotado para fundar - en la Iglesia - los principios de una gran sociedad unidad bajo un mismo mando o mandato divino. En resumen, el humanismo protestante puede ser la antesala del liberalismo porque crea individuos dispuestos a razonar su lectura de la Biblia y a atacar la de otros; mientras que el humanismo católico propone que la criatura ame a su prójimo (a su vecino) y a Dios, y que esté tranquilo. Para todo católico verdadero, la modernidad (en las sucesivas formas de protestantismo, liberalismo, Ilustración, revolución y nihilismo) es una etapa en la que Dios se mantiene en silencio, y en la que ese silencio se asume como castigo por el exceso cometido. Ningún católico puede ser un liberal, y quizá tampoco un humanista. Ahora bien, ¿de qué tipo de humanismo liberal-cristiano nos habla Álvarez Cascos, entonces?
Y ahora, comparen con esto.

viernes, 9 de mayo de 2008

¡Ya es hora!

El blog de Santiago González contiene una acertada reflexión de Teresa Giménez Barbat sobre la naturaleza del lector español de periódicos. Al parecer, Giménez Barbat asistió en 2004 a una conferencia muy aplaudida de un corresponsal de guerra, donde se dedicaron a la dulce actividad de la crítica. La cuestión consistía en despellejar a la prensa española, que como ustedes saben está terriblemente manipulada y sirve a una serie de intereses económicos, políticos e ideológicos que nada tienen que ver con la pura información. A todo esto, que es verdadero y que naturalmente nos tiene muy desencantados, un señor del público se levantó y dijo que ya era hora de que hubiese un periódico que contase la verdad, del que pudiésemos fiarnos completamente, y que cumpliese la tarea de la información con auténtica y fiel vocación.
La prensa, que es el cuarto o el quinto poder, nació con ese impulso de la crítica y de la vigilancia pública, destinada a denunciar aquello en que la Administración se sobrepasaba con los ciudadanos (conviene ver, por ejemplo, Todos los hombres del presidente, que es un canto a esta tarea pública del periódico); nació también dotada de un talento mucho más controvertido, que era el de la formación de la opinión pública, donde la información trataba a la vez de educar a la gente, y ya en este punto pronto se dieron cuenta algunos de que había un peligro. La opinión pública pasó a ser meramente edificante y corrupta a los ojos del crítico Nietzsche, uniforme y estúpida a los del liberal John Stuart Mill. Pero estaba claro que la prensa manifestaba la necesidad de auto-reflexión de la sociedad: actividad de denuncia y de educación. Nietzsche y Mill escribían en el siglo XIX, cuando las cosas parecían complicadas con la llegada de las democracias, pero la prensa continuó siendo una fuente de amor y entrega hasta que las cosas se torcieron radicalmente en el siglo XX, cuando se vio que los periódicos se aliaban con los grandes poderes en contra de la población, o al menos con el objeto de esclavizarla suavemente, por medio de la propaganda. Ahí es donde un señor, que además colaboró con el nazismo, dijo que la opinión pública se había oscurecido notablemente (Martin Heidegger en su obra maestra, Ser y tiempo). Los periódicos nazis subrayaban la alianza internacional de judíos, comunistas y capitalistas, los periódicos soviéticos subrayaban la alianza de nacionalistas, capitalistas y fascistas, y los periódicos democráticos se hacían un lío. La democracia triunfó y tuvimos que acostumbrarnos a los líos ideológicos y a las alianzas entre los capitalistas y los otros.
Desde entonces, parece que se vive intensamente el desencanto. La prensa es una porquería, dice la izquierda más de izquierdas; y nadie puede decir lo contrario, porque a la vista está. Estos señores echan del periódico a cualquiera que rechiste, a menos que se trate de alguien con prestigio, que encarne a la minoría disidente del periódico: Mario Vargas Llosa en El País, por ejemplo. Queremos un periódico que llegue a las alturas ideales de la prensa, un gobierno que crea en la democracia y la practique, unos jueces que no sólo apliquen la ley sino que den con el significado exacto de la justicia. Y para todo ello hace falta otra revolución, porque la cosa no marcha.
Teresa Giménez Barbat advierte de "la necesidad que tenemos los humanos de ahorrarnos trabajo, de encontrar atajos que economicen neuronas" y dice, con una agudeza sorprendente, que quizá aquí resida "el secreto de que nos tomen tanto el pelo". Cuando Kant habló de la libertad de crítica, habló sin duda, entre otras cosas, de la necesidad de una prensa libre. Pero cuando dijo que cada individuo debía pensar por sí mismo, se refirió también a que cada individuo cuenta con tan sólo una cosa para ser libre: su razón.

jueves, 8 de mayo de 2008

Educación

Durante la época del periodo especial (años 90), en Cuba se vivía con gran dureza, mayor de la que se observa hoy en día. Se conoce como "periodo especial" a la crisis que sigue a la caída de la Unión Soviética, agravada a su vez por el bloqueo impuesto por los Estados Unidos. En aquellos años, no sé ahora, los niños y los adolescentes tenían que ir a la escuela vestidos con zapatos negros y calcetines blancos, lisos y estirados hasta la rodilla. La gente que no podía reponer los calcetines se compraba unas ligas elásticas que se agarraban a la pierna, debajo de la rodilla, para que aguantaran los calcetines. Las escuelas exigían esa vestimenta en virtud de la uniformidad: todos iguales. Esto, que en España se hace en la mayoría de los colegios religiosos y en muchos colegios privados, allí tenía otro significado: la escuela es pública toda ella, y la uniformidad también, porque la sociedad entera milita en la ideología de la igualdad; y la igualdad impone obligaciones más que derechos.
Recuerdo que a mí me gustaba vestir de uniforme en mi colegio de las ursulinas madrileñas, entre otras cosas porque aquello me liberaba de la tiranía de la moda juvenil. Se hacía difícil darse cuenta de si este tenía más dinero que el otro o de si vestía mejor, aunque las chicas encontraban sus modos de distinguirse y de marcar las modas y las rebeldías, subiendo la falda tanto como era posible, o tratando de colar unos zapatos que no fueran negros. La mayoría ya no llevaban el baby - esa especie de bata de rayas que impedía mancharse el uniforme - pero a mí me encantaba. Los fines de semana, en cambio, eran el reino de los vaqueros y las faldas, celebrando cumpleaños en el Burger King. Se trataba de un mundo de criaturas supuestamente iguales, que acumulaban diferentes tácticas de rebeldía y distinción que luego pasarían al mundo adolescente en la forma de respuestas a los profesores y de la música de Guns N Roses y The Cure. Muchos años después, esos adolescentes tararean canciones de moda que llevan por honroso título la revolución.
Pero, durante el periodo especial, no abundaban en Cuba los zapatos negros y los calcetines blancos y, cuando estaban en la tienda, su precio era demasiado alto. En el preuniversitario, los profesores abusaban de sus cargos. Una de las maneras en que se fomentaba este abuso tenía que ver con el vestido. El abuso tenía que ver con la autoridad y la imposición del respeto, por supuesto. El Estado ofrecía el uniforme a los estudiantes, al menos uno; pero no ofrecía los zapatos y los calcetines, aunque sí exigía que fueran negros (los primeros) y blancos y largos (los segundos). Al comenzar el curso, cada uno iba a clase con los zapatos que tenía: zapatillas de deporte, lo que fuera. En la primera semana regañaban al alumno. En la segunda llamaban a la madre. La madre se acercaba a la escuela - que era interna y estaba en medio del campo, lejos de la población - y allí explicaba que aún no había podido hacerse con los zapatos negros y los calcetines blancos. El profesor amenazaba con mandar al alumno a casa hasta que no contase con la vestimenta apropiada, y la madre seguía tratando de encontrar los zapatos y los calcetines. Y así, eternamente, año tras año hasta que pasó el periodo especial.
Los profesores se encargan de educar a los jóvenes. En una sociedad comunista como la cubana, educarlos consiste en hacer que se vistan con la misma ropa y que reciten la misma poesía, cueste lo que cueste. Todavía las niñas hacen callar a los padres que susurran la muerte de Fidel. Mientras tanto, en España sigue siendo más fácil practicar la idea de la libertad que ser propiamente libre, si acaso esto último significa algo (aún no se sabe). Las chicas de mi colegio se subían la falda ante la mirada disgustada de las monjas, y hoy seguramente pasa lo mismo. Los psicopedagogos educan para la ciudadanía: niños, hay que ser libres y desarrollarse iguales y sanos en el seno de nuestro Estado unido y plural.

viernes, 2 de mayo de 2008

Am I any good?!

I was feeling kinda seasick
but the crowd called out for more...

Era 1967. Un grupo del que nadie recuerda su nombre, Procol Harum, lanzó una canción que casi todo el mundo recuerda, A whiter shade of pale: una sombra más blanca de palidez, o algo así, que traducida al mundillo musical español quedó como "con su blanca palidez". Yo la descubrí muy tarde: estaba viendo Historias de Nueva York, una película de episodios neoyorkinos dirigida por tres de los "autores" del cine norteamericano (Woody Allen, Francis Ford Coppola y Martin Scorsese), cuando sonó la canción al comienzo del episodio de Scorsese, que además es, con mucho, el mejor. Un pintor, al que encarna Nick Nolte, pinta un cuadro al mismo tiempo en que se destruye su relación con una aspirante a pintora, a la que da vida Rossanna Arquette: él intenta ayudarla a pintar, pero le chupa la sangre; la quiere pero eso, como suele ocurrir, no sirve de nada; ella casi llega a odiarle y le abandona, porque él pinta "arte", y él, tras ser abandonado, sigue pintando su cuadro al ritmo de A whiter shade of pale. Am I any good?! Eso le pregunta la aspirante al pintor durante una fuerte discusión, pero el amor no sustituye al talento y eso, a menudo, es insoportable para ambos participantes de la relación.

La canción tiene una letra poco menos que incomprensible: trufada de imágenes marítimas, parece que la pareja esté en un barco; él se marea, y un camarero trae una bandeja en vez de traer más bebida; ella dice que no hay ninguna razón, pero que la verdad es sencilla y que está completamente a la vista; en cualquier caso, el rostro de ella era como el de un fantasma, pero se volvió más pálido un momento después. Al parecer, la canción tiene su origen en una broma que alguien contó en el curso de una fiesta, gracias a la cual una chica no se sonrojó, sino que se puso pálida. La broma debía inducir al desmayo, por lo menos; o tal vez había bebido más de la cuenta. Eran los años sesenta y las drogas se habían puesto de moda. No es que antes nadie hubiera consumido drogas, sino que entonces se masificaron las modas. Estábamos en pleno verano del amor, aunque Procol Harum es un grupo británico; pero me tomo la licencia poética. El autor veía películas francesas como El año pasado en Marienbad, además de leer poesía, lo que acabó siendo una combinación fatal: diálogos extraños y descontextualización, imágenes súbitas como fogonazos que supuestamente alteraban la percepción normal de la realidad y que revelaban la verdad trágica, o trágicamente aburrida, de la existencia. Así surgió esta canción, que seguramente sonaba aún mejor después de fumarse un par de porros.

Nadie sabe de qué habla la canción o si habla de algo. Al menos en el caso de Martin Scorsese, habla del naufragio de una relación amorosa. Y esa sensación de doloroso mareo está en la canción, como si la cabeza nos diera vueltas mientras suena la música. Estamos ante un triunfo de la música sobre el sentimiento, sin duda.

viernes, 18 de abril de 2008

Los liberales españoles contraatacan

Me asombra el reciente debate - fabricado por Espe Aguirre - sobre el liberalismo en el Partido Popular. Será posible que en el partido bauticen un liberalismo recién inventado para consumo propio. Este partido del que hablo es muy divertido, en realidad.
"El programa del partido es liberal, por lo tanto somos liberales". Al parecer, esa es la postura del ala marianista. La postura del ala aguirrista es la contraria: "Las bases del partido son liberales, por lo tanto el programa de este partido debe ser liberal (y no socialdemócrata)".
¿Es cierto que las bases del partido son liberales? Porque, si no estoy mal informada, la base ideológica del liberalismo consiste en la separación del Estado y las Iglesias, es decir, en una separación estricta entre el ámbito de lo público (reducido a sus mínimos) y el de lo privado (que campa por sus aires).
Poco a poco recupero el pulso, pero aún está débil.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Weimar, años 20

La República de Weimar nació entre convulsiones, pero algunos dicen que estaba ya muerta cuando se formó entre 1918 y 1919. En 1918, Alemania había perdido la guerra y la situación era lo suficientemente inestable, en el momento de firmar la paz, para que se produjeran importantes conatos revolucionarios. En noviembre de 1918, inspirados por los acontecimientos de 1917 en Rusia, los soldados y los trabajadores de Kiel se amotinaron y formaron un consejo de soldados y obreros que encendió la revuelta en otros lugares de Alemania. A estos sucesos se referirá posteriormente Adolf Hitler cuando hable de "los traidores de noviembre". Los socialdemócratas del SPD, que habían cometido el error de apoyar la guerra más sangrienta conocida hasta entonces, se esforzaron entonces por aprovechar la oportunidad y por frenar, a la vez, el proceso revolucionario: se declaró la República en lucha contra la revolución.
Esta fue más o menos la historia de Weimar hasta su final en 1933: un constante equilibrio entre la República y la revolución. En ese primer momento de la República, ya se produce la ruptura entre los socialdemócratas del SPD y los partidos minoritarios del KPD, comunistas bajo el mando bolchevique ruso, y del USPD, socialistas independientes a la izquierda del SPD. Al hacerse con el poder, los socialdemócratas inevitablemente tuvieron que aliarse con otros partidos más conservadores y con el Ejército, razón por la que fueron acusados de traidores al movimiento socialista. Para esto hay un nombre disponible en el vocabulario político de la época: contrarrevolución, de larga trayectoria desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Rusa. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, líderes de la Liga Espartaquista y destacados teóricos marxistas, quieren la revolución que termine con la contrarrevolución en 1919. Los socialdemócratas se ven obligados a echar mano de los Freikorps - organizaciones paramilitares de soldados liberados del Ejército - para frenar la revuelta y Liebknecht y Luxemburgo son asesinados en el trance, lo mismo que otros participantes en la revolución.
Durante los años 20, los comunistas designan a su mayor enemigo político: la socialdemocracia. De alguna manera, el parlamentarismo y la socialdemocracia aparecen vinculados en una alianza fatal para los revolucionarios, una alianza que se califica de contrarrevolucionaria lo mismo que de fascista a partir de la aparición súbita del fascismo en Italia en 1922. Esto implica que hay que terminar con la República de Weimar. Por otra parte, los partidos de derecha no llegan a creer en la solidez de la República y le dejan la responsabilidad del gobierno a los socialdemócratas, limitándose a reducir su capacidad de acción y de reforma. A pesar de todo, la Constitución de Weimar de 1919 es una de las más avanzadas de su época.
¿Qué es la política y, sobre todo, cómo es la política en Weimar a lo largo de estos años? Surgen numerosas agrupaciones políticas, por supuesto: organizaciones juveniles, partidos políticos, veteranos de la guerra. Todos ellos no se dedican simplemente a encumbrar el derecho de voto, sino que hacen política diariamente en las calles de Alemania. Pegan, destrozan, vuelan puentes franceses en el Ruhr (ocupado por tropas francesas para justificar el pago de la deuda impuesta por el Tratado de Versalles), asesinan a líderes políticos parlamentarios. Incluso tratan de tomar el poder por asalto, como ocurre en Baviera en 1923: Hitler participa ya en este golpe, como un aliado. Al otro lado también surgen y se reagrupan los políticos: no sólo los comunistas del KPD, sino múltiples grupúsculos de tendencia bolchevique hacen de las suyas. Se luchan las calles, utilizando el Parlamento como antesala de la lucha verdadera, de la política verdadera que tiene lugar cada día con los puños y que finalmente habrá de conducir a la revolución. La revolución, en este contexto, tanto para un lado como para el otro, no significa otra cosa que el final de la República de Weimar, esa república acusada, de un lado, de fascista y, del otro, de extranjera, judía, comunista, traidora.
En opinión del que tal vez sea no ya el sociólogo más influyente y capaz de esta disciplina, sino probablemente uno de los pensadores más agudos de todos los tiempos, Max Weber, la política es algo que tiene lugar en y por el Estado, es decir: tiene un componente de organización y de dirección que únicamente toma forma en el Estado y, más concretamente, en la ley o en el respeto a la ley. Política es, entonces, lo que hace la República en esos años: trata de pagar la deuda de Versalles, lucha contra la inflación, contiene a duras penas a los comunistas y los nacionalsocialistas, pero no lo suficiente, convoca elecciones. Política es también, sin embargo, la lucha en que se desenvuelven cada día los enemigos de la República, al menos en tanto en cuanto hacen uso de los medios legales a su disposición: acuden a las elecciones con programas antidemocráticos, participan en el Parlamento con el objeto de hacer imposible su funcionamiento y de frenar toda propuesta de gobierno.
Por supuesto, los ciudadanos acuden a votar. En el voto fundamentará Hitler, precisamente, su "revolución legal": frente a la lucha armada de los comunistas, el presidente de la República, Hindenburg, nombra a Hitler canciller en 1933. En apenas dos meses el Parlamento deja de existir efectivamente, y en septiembre ya se han redactado leyes de la sangre que excluyen a los judíos de la ciudadanía. Pero en los años 20 el voto no es lo esencial, sino la lucha. La lucha es política. O eso nos han dicho. Ese es, quizá, el legado que la extrema izquierda y la extrema derecha nos han dejado en el siglo XX: toda democracia toma forma en la lucha.

miércoles, 5 de marzo de 2008

De lo ínfimo a lo más grande

Dice Koldo Martínez, candidato por NaBai, que es nacionalista, socialista, republicano, ciudadano del mundo y que lee a Walt Whitman. Además, tiene un máster en bioética y le añade un "entre" a Paul Ricoeur, porque ni él supo tanto, ya saben. Es lo que tiene ser un genio, que te lo crees.
"Respeto absoluto" y "paz" se convierten en armas de la arrogancia de estos ciudadanos del mundo que son nacionales pero que dicen pertenecer a ningún Estado. Se entiende que son de la nación de la poesía, y la poesía nace de la tierra, del terruño y de la casa construida por maderas o pedruscos: "palabras como flores" (Hölderlin); de ahí Walt Whitman y Orixe, of course. Se hace política leyendo y regocijándose en el sillón con el dedo en el libro.
Yo me siento ciudadana de Estados Unidos, pero no puede ser y no me dejan votar allí por Hilaria Clinton. Qué se le va a hacer: tendré que depender de los derechos que me brinda mi país, esa cosa llamada España en la que nací hace treinta y un años ya, en un sitio en el que, además, ya no se podían construir casas con las propias manos y ni siquiera se podían comprar del todo.

martes, 4 de marzo de 2008

Malos entendidos

Cuando dije, hace unas semanas, que me gustaría exponer a Nietzsche en mi clase de oposiciones, no quise decir que Nietzsche me gustara. Una cosa rara: jamás caí bajo el sarampión de Nietzsche que se tiene alrededor de los diecisiete o los dieciocho años, cuando se estudia Filosofía en el colegio, y que sobre todo tienen aquellos estudiantes que deciden internarse en el estudio de la filosofía (por libre o en el desesperado intento de hacer carrera). Al contrario, yo pasaba de Nietzsche y mostraba un interés desaforado en una corriente que consideraba opuesta, porque por entonces no sabía que se parecían: el existencialismo. Me gustaba Sartre y me gustaba Camus, y acabé decidiéndome - siquiera brevemente - por el último, principalmente por dos razones, la primera pública y la segunda secreta: se había negado a comprometerse con los aspectos más indignos del comunismo, y se parecía a Humphrey Bogart.
Mi primer contacto serio con Nietzsche, a quien me negué a leer durante años, tuvo lugar ya en el penúltimo año de mis estudios de licenciatura, cuando tuve la ocasión de profundizar en uno de sus mejores y más famosos textos, Verdad y mentira en sentido extramoral. He de decir que me impresionó mucho, a pesar de que no estaba de acuerdo con su visión de la razón como una fantasía. Tuve también que leer algunos aforismos, un estilo que tiene muchos adeptos pero que encuentro cargante: profetas, visiones, oráculos, "predicadores de la muerte" que aparecen en boca de Zaratustra, moscas y bestias rubias, todo ello no ha conseguido más que ponerme nerviosa. Más adelante, fui capaz de distinguir entre el Nietzsche legible (La gaya ciencia, Consideraciones intempestivas, Verdad y mentira) y el ilegible, una distinción que aún mantengo. Ahora puedo decir que me gusta discutir con ese Nietzsche legible, sin que él me acabe de gustar del todo, pero ¿quién me gusta?
Por eso no comprendo que los estudiantes de filosofía - y todos somos estudiantes, aun si estamos dando clases - confiesen sus gustos filosóficos. Debería tratarse de discutir con este o con aquel, pero no de gustarse. De hecho, en mi próxima entrada, trataré de hacer un breve resumen de Verdad y mentira en sentido extramoral, a ver si saco algo.

lunes, 25 de febrero de 2008

Expiación

Esta noche se han dado los Oscars, pero ayer yo fui a ver una de las películas nominadas, Expiación. A bastante gente no le gustan los dramas amorosos - son poco originales - y menos aún cuando son "de época": esta película es un dramón y además transcurre en tres episodios, los más importantes de los cuales tienen lugar justo antes de la Segunda Guerra Mundial - creo recordar que en 1935 o 1936 - y después de que ésta hubiese comenzado, en 1940. A mí, sin embargo, me encantan los dramas amorosos y las películas de época, incluso las de esa época. Además, como decía mi abuela, los ingleses saben hacerlas muy bien: que les quiten lo bailao, pues para algo tienen esos campos, esos acentos y esos trajes maravillosos.

La película, en el fondo, no es tanto una historia trágica de amor cuanto una advertencia sobre el peligro de tener una mente literaria (o, como se diría hoy, imaginativa). Como he dicho, Expiación cuenta una historia terrible en tres episodios. El primero sucede en una casa de campo de la clase alta de Inglaterra, donde se gesta el drama: una niña ve algo que cree entender sólo a medias, aunque dispone de una gran imaginación y de un prometedor talento literario para entenderlo todo, como los poetas. Este primer episodio es, sin duda, el más logrado, en el que el drama alcanza sus notas más altas, y está hecho de una inteligente combinación de saltos entre lo que la niña entiende y lo que los adultos, verdaderamente involucrados en el suceso, saben o al menos intuyen que les ha pasado. La película es sutil, fría y terrible, como los ingleses: sutil porque en ella hay pinceladas de la lucha de clases al modo inglés y sin discursos al estilo de Ken Loach (que también es inglés, aunque carezca de sutileza), fría porque el drama se sirve con precisión mecánica, terrible porque alcanza proporciones trágicas no sólo para los principales personajes sino para el pueblo inglés que lucha casi en solitario en la guerra contra Alemania (al menos, hasta 1941). En el segundo episodio se nos cuentan las consecuencias de ese primer momento, hasta el punto de que la guerra misma parece, si no una consecuencia, sí la oportunidad para que la tragedia golpee con toda su fuerza, y con ella la purificación, la catarsis, la pena que cada individuo ha de pagar por su culpa. Desde este punto de vista, el tercer episodio, aunque contado con elegancia e interpretado por la gran Vanessa Redgrave, sobra por redundante. La guerra se cuenta prácticamente en dos escenas: la evacuación de los soldados ingleses de Dunkerke, tras la invasión alemana de Francia, y los primeros bombardeos de Londres.

Hoy el público demanda originalidad, independencia, buenos diálogos. Ciertamente, Expiación es el drama inglés de todos los años, que nos llega como la película de Woody Allen o la película de tiros y explosiones. Sin embargo, una niña - Saoirse Ronan, la gran interpretación de la película - le da fuerza moral a la película: ni siquiera la guerra o el amor ultrajado, sino una niña que tiene ambiciones literarias y que aprende, a partir de ellas y me atrevería a decir que por desgracia, a ser moral en el mundo. Puede parecer injusto que la culpa se cargue sobre una niña de apenas trece años que es capaz de hacer el mal. Pero quien lo considere injusto no comprenderá la fuerza moral de la película: que somos capaces de hacer el mal incluso cuando aún no entendemos el mundo y que nuestra imaginación - cuando la tenemos - distorsiona la realidad y nos plantea unas obligaciones hacia ella (hacia la realidad) que quizá no estemos preparados para afrontar o que, cuando lo estemos, nos pesará demasiado. En fin, se la recomiendo.

viernes, 15 de febrero de 2008

Un meme, dos memes, tres memes

En la universidad, tenía una clase que se llamaba "Filosofía de la cultura". Una vez tuve que hacer una exposición sobre un texto de Jesús Mosterín, que estaba dedicado a los memes. Resulta que un meme es una unidad de difusión cultural, según Richard Dawkins (vaya, no sabía que lo del meme lo había empezado él), que imita la transmisión de la información genética. Durante la exposición me permití alguna que otra broma sobre memes y memos, pero esa es otra historia.
Ahora, varios años después, me encuentro con que me han nominado a un "meme". Este es un meme sobre las manías, que en mi caso no son culturales porque me afectan a mí, pero quién sabe. Las normas del meme consisten en:
- compartir 6 manías/hábitos que tengas
- nominar, como mínimo, a tres personas y enlazar sus blogs
- dejarles un comentario avisándoles de su nominación
Así que vamos a ello. Aunque es difícil para mí encontrar manías, ya que yo debo de ser una manía entera para alguien:
- necesito silencio total para dormir. Así que siempre tengo que tener a mano unos tapones de los oídos. En casa también, pero sobre todo cuando viajo y, cuando se me olvidan, tengo que parar en una farmacia o hacer algo al respecto antes de echarme a dormir.
- si estoy en un momento de cierto fervor intelectual, necesito miles de libros a mi alrededor. La mayoría ni siquiera los termino, pero incluso antes de terminarlos ya estoy comprando más. Esto, lamentablemente, se termina cuando me aburro a mí misma con mis ideas.
- si estoy dando clase o hablando por teléfono, necesito pasear.
- antes de dormirme, me gusta ver la tele un rato.
- cuando salgo a conducir o vuelo en avión o doy clase - cuando hago cosas que todavía me dan miedo - rezo un Ave María. Y eso, teniendo en cuenta que soy atea, es muy, muy cobarde.
Ahora toca lo de nominar: nomino a Spread your wings, a http://miperspectivaemic.blogspot.com, que tiene que ser otra manía - y mucho más interesante - en sí misma, y a la chica del chocolate.
Espero sinceramente que mis memes no se transmitan.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Eros y libros

... es preciso que los hombres empiecen por no ser fanáticos para merecer la tolerancia (Voltaire, Tratado de la tolerancia, "Únicos casos en que la tolerancia es de derecho humano").

Sé que les debo algunas cosas, en particular a alguno de ustedes, pero me abruman los libros de la fotografía. Cuando termine las clases sobre Carl Schmitt, confío en ser capaz de decir algo claramente. Tan claramente como lo del amigo y el enemigo.


Hasta entonces, les dejo con la frase de Voltaire, como a mis alumnos.

lunes, 4 de febrero de 2008

Dos polos

Para un hombre que ha perdido todo apoyo, incluso la chica que trabaja en una oficina de racionamiento le parece dotada de un poder inmenso, intrépido.
(Vida y destino, de Vasili Grossman).
La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración.
(¿Qué es la Ilustración?, de Immanuel Kant).
¿Hablan de lo mismo? Y si no es así, la cuestión consiste en averiguar cómo conoce Grossman lo que ha pasado desde 1784, en que Kant apeló al orgullo no del hombre, sino de la razón. Y qué respuesta da Grossman a esto que ya anticipó David Hume unos años antes de Kant: sólo deseamos la aprobación y evadimos la censura.
Grossman lo conoce de primera mano: la primera guerra mundial, la Revolución rusa de 1917, Stalin y Stalingrado, la era atómica. Nosotros, sin embargo, puede que conozcamos mejor a Hume que a Kant y Grossman.

sábado, 2 de febrero de 2008

¡Otra vez!

Hoy es el día de la marmota en Punxsutawney, un pueblo de Pennsylvania. Unos hombres vestidos de una manera muy rara, de oscuro y con chistera, sacan a una marmota que se llama Phil a oler el aire, y según se comporte de una manera o de otra esos hombres adivinan lo que la marmota sabe, a saber: la duración del invierno. Puedo asegurar que en Pennsylvania hace mucho frío todavía, y eso que no soy muy marmotilla.

En Atrapado en el tiempo, cuyo título original es Groundhog Day, Bill Murray - un actor que no comenzó a ser respetado por los bienpensantes hasta que trabajó en Lost in translation - interpreta a un hombre del tiempo antipático y vanidoso que se ve condenado a repetir día tras día la retransmisión del día de la marmota en Punxsutawney. Al parecer, alguien le ha castigado por su mal comportamiento, pero nadie le ha dicho por qué, cómo y cuándo podrá redimirse. Todo lo que parece saber es que podría llegar a redimirse. Aunque bien podría tratarse de un mero error temporal, de un eterno retorno al mismo día. Pudiera ser que, al final, este bucle solamente debiera recibirse con un ¡otra vez!, como diría Nietzsche lleno de jovialidad.

En efecto, el hombre del tiempo aprovecha la ocasión en casi todas sus variantes. En medio de la desesperación existencial, trata de suicidarse y trata de llevarse con él a la marmota. Alegremente, se dedica a seducir chicas guapas. Ofrece caridad a los desamparados. Insulta y pone zancadillas a aquellos que le molestan. Se entretiene enamorando a la mujer que le gusta y que parece odiarle. Hace amigos. Hace enemigos. Pero todos los días se despierta con la misma canción de Cher y Bono. Asco, aburrimiento, náusea, placer, caridad, amor, alegría: todo pasa a través de él.

Como la película es una comedia de Hollywood, y por cierto muy agradable, al final adivinamos la respuesta del acertijo: ¡es el amor! Pero ¿por qué el amor, antes, no ha funcionado? Porque no había alegría en él, porque el penitente no acababa de encontrarle el gusto a la cosa. Sólo hacía falta aceptar el destino de vivir el mismo día una y otra vez y amar ese día - no sólo a esa mujer - con tranquilidad, sin esperar ya nada de él. Amor Fati, aunque al final el guionista le enmiende la plana al loco Nietzsche: hay un día siguiente.

Jamás una película trivial y digna de la industria cultural del entretenimiento masivo le puso mayores trabas a la filosofía existencialista (que, además, bebe necesariamente de Nietzsche). Hoy me he levantado con ganas de volver a ver esa película.

viernes, 25 de enero de 2008

El miedo de Ennis del Mar

A Ennis del Mar no le mataron como a Jack Twist, a palos; de hecho no sabemos cómo murió. Sin embargo, en él había concentrada mucha más violencia que en su compañero, una violencia encerrada, defensiva y aterrorizada. Quizá fue esa violencia que únicamente aparecía en golpes aislados la que mantuvo a Ennis en la seguridad del silencio: cada día iba a hacer su trabajo y cada día volvía a su caravana, sin decirle nada a nadie, con aparente y reconcentrada tranquilidad. La gente a su alrededor veía en él a un idiota, en el sentido literal de la falta de palabra, y las mujeres que se acostaban con él, y que se enamoraban, criticaban su "incapacidad para la comunicación".

Brokeback Mountain es una película sobre el miedo, y el personaje que encarna el miedo, que le presta voz y mirada, es Ennis del Mar. Ciertamente Ennis tiene una voz poderosamente masculina y una mirada de niño miedoso; ambos rasgos le definen y definen también, por lo tanto, su furia cuando pega con el puño. Con la mayoría se esconde, no quiere arriesgarse y está dispuesto a pasar por un hombre tranquilo, por un John Wayne pobre e impotente en realidad; pero con algunos, con los irritantes borrachos y los débiles, la furia de Ennis explota y brota la sangre. Porque Ennis no es un bruto, aunque seguramente sí sea un idiota. Ennis es un cobarde.

Yo creo que esta es la mejor escena de la película, la escena decisiva. Es el 4 de julio y los borrachos se ponen pesados con Ennis, su mujer y sus dos hijas. Nada importante, ningún anuncio. Ennis se da la vuelta y se lanza a una pelea que tiene que ganar con seguridad. Su mujer y sus hijas, mientras tanto, le dan la espalda, comprensiblemente.

miércoles, 16 de enero de 2008

Últimas palabras sobre el fascismo

"Queremos decir, en primer lugar, que el balance histórico de la Revolución francesa, por un lado, y de las revoluciones fascista y comunista, por otro, debe diferenciar claramente el proceso iniciado por el nacimiento de la democracia moderna en 1789 del proceso que llevó a la instauración de los totalitarismos en el periodo de entreguerras. En segundo lugar, que el primer proceso constituye el fundamento de una nueva tradición política y jurídica, de un nuevo modelo de civilización; mientras que el segundo es ajeno a la idea de orden civilizatorio por conducir a la instauración del reino de la pura arbitrariedad y el asesinato de masas políticamente dirigido y tecnológicamente organizado". [Las negritas son mías].
(Luis Gonzalo Díez, Anatomía del intelectual reaccionario, Epílogo).
Me faltaba llegar aquí, por supuesto (siempre falta llegar a algún sitio).

sábado, 12 de enero de 2008

Ha pasado un Ángel

Y, como fue uno de los poetas con los que me aficioné a leer y (¡terror!) a escribir poesía, les dejo con dos de los poemas que más me gustan. El primero me acompañó durante unos meses de mi vida, y lo llevaba en el bolsillo y me agarraba con los dedos a él, como quien se agarra al tronco del árbol o al sillón de La Moncloa, según los casos. El segundo es una muestra de que la poesía es casi tan divertida como una comedia de Bill Murray o de Billy Wilder.

Y ahora,
con el alma vacía como tantas
veces,
contemplo el lento paso de los días
que me empujan no sé hacia qué destino
oscuro, presentido
ya sin curiosidad. Es aburrido
saber y no saber, equivocarse
y acertar. También estar seguro
es tan insoportable en muchos casos
como dudar, como ceder, como desmoronarse.

Seguro, a salvo, ahora
que ya pasó el dolor,
observo la zozobra lo mismo que una estela
fundida a mis espaldas
con el espeso limo
de los sucesos cotidianos, dados
- antes de ser recuerdos - al olvido.
La indiferencia ante la propia suerte
no es mejor compañera que la angustia,
ni mi sonrisa
(cuando el azar nos pone,
viejo amor,
frente a frente)
representa otra cosa que la ausencia
de algún gesto más justo
para significar la seca, dolorosa,
irreparable pérdida del llanto.

(Ángel González, "Qué le vamos a hacer", en Intermedio de canciones, sonetos y otras músicas)


Deja para mañana
lo que podrías haber hecho hoy
(y comenzaste ayer sin saber cómo).

Y que mañana sea mañana siempre;

que la pereza deje inacabado
lo destinado a ser perecedero;
que no intervenga el tiempo,
que no tenga materia en que ensañarse.

Evita que mañana te deshaga
todo lo que tú mismo
pudiste no haber hecho ayer.

(Ángel González, "Quédate quieto", en Deixis en fantasma)

martes, 8 de enero de 2008

Recomendación del mes de enero (si la hubiera)

Quisiera recomendar un libro escrito por un joven profesor universitario, de esos que demuestran que la investigación existe en el campo de la historia de las ideas y de la filosofía, al menos en el caso de la filosofía política. Esto lo digo a cuento de una reciente conversación - no llegó a discusión, tan poco interés suscitaba en la mesa - navideña, en la que ciertos individuos que comparten algunos genes conmigo se atrevieron a insinuar que no podía concebirse algo así como la investigación filosófica. Entre canapé de foi y canapé de jamón, traté de explicarlo, cité a Barack Obama y me perdí en la sensación de que ellos eran unos malditos ignorantes y yo una idiota respecto a mi propia vocación y profesión.

Pero este libro demuestra todo lo contrario: es decir, que hay palabras y que hay investigación. Se titula Anatomía del intelectual reaccionario: Joseph de Maistre, Vilfredo Pareto y Carl Schmitt. La metamorfosis fascista del conservadurismo, de Luis Gonzalo Díez; y es exactamente lo que dice ser. Y con él podremos decir, al respecto de la historia de las ideas, que

"el problema no estriba en saber si los lenguajes figurales de entreguerras anticiparon, determinaron o reflejaron la revolución totalitaria, sino en reconstruir el proceso histórico en virtud del cual ésta halló una legitimidad específica y aquéllos adquirieron legibilidad política, es decir, pasaron a integrarse en el vocabulario político de la época" (Díez, Anatomía del intelectual reaccionario).

O sea: lo que le importa al historiador de las ideas no es saber si Nietzsche es culpable del nazismo o si la ontología fundamental de Heidegger es nazi, sino averiguar cómo y por qué ciertos pensadores irrelevantes desde el punto de vista de la política del siglo XIX se convirtieron en autoridades políticas en el siglo XX, concretamente en lo que se refiere al fascismo. ¿Hasta qué punto podemos tomar en serio a este tipo de intelectual y, con él, todo el periodo de entreguerras? ¿En qué sentido el fascismo - por no hablar de su pariente comunista - es una salida de tono general, y no necesariamente genial, en la historia de las ideas? ¿Estamos todavía tan salidos como entonces, o hemos vuelto afortunadamente a ser ranas mediocres y filisteos encadenados y mentirosos? Algo de esto se intuye en el libro de Díez; por sus páginas desfilan las antipáticas crudezas de Schmitt o Jünger, pero también la dulzura maravillosa de Walter Benjamin, un pensador biodegradable gracias a su filiación comunista y a su suicidio judío.

En conclusión: puede que no tengamos que tomarnos nada de lo que han dicho estos señores en serio, pero desde luego haríamos bien en conocerlos y en pegarnos cuatro ostias con ellos. Ese es el bien de la investigación filosófica, diría yo ahora mismo sentada en aquella mesa, con la boca llena y pastosa.

miércoles, 2 de enero de 2008

Un rufián y una putilla

Benazir Bhutto, antigua presidenta y antigua primera ministra de Pakistán, ha muerto en un atentado hace sólo unos días. Pakistán es un hervidero, diremos como explicación. El año 2008 empieza sin novedades. Se amañan unas elecciones y, como resultado, mueren treinta mujeres y niños en la quema de una iglesia. Parece inconsecuente, pero la palabra "disturbios" debe de significar un contenido tan amplio que va desde la protesta política hasta el asesinato masivo e indiscriminado. Parece inconsecuente, pero nos suena, como nos suenan el hervidero y el disturbio.

Uno de mis profesores - el mejor, quizá - me recomendó no hace mucho una pintura de Max Beckmann. Lo he buscado en la web para ustedes y para mí. El prestigioso profesor añadió que en esa pintura se reconocía exactamente a los padres de la humanidad: un rufián y una putilla. Ustedes dirán (y no me vale que prefieran ser optimistas).