domingo, 23 de diciembre de 2007

A vueltas con los rusos universales

El ataque se ha desencadenado. En Vida y destino, de Vasili Grossman, encontramos a Rusia, a Europa y al mundo todo al mismo tiempo; estamos en Stalingrado y en todas las batallas de la historia, pero también estamos allí donde alguien nos sirve un plato de sopa caliente (porque la sopa está rica si está caliente y es invierno). Sirven de referencia estas líneas: Yacían el uno al lado del otro; en la cabeza del viejo y del joven vivía una dulce luz, la sed de vivir. Y aquella luz, aquella conmovedora esperanza, era la que ardía en todas las cabezas, en todos los corazones, pero no sólo en los de los hombres: también en los corazones sencillos de las fieras y los pájaros.
Aunque parezca cosa rara, les deseo que pasen unas buenas fiestas.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Miedo y determinación en los ojos de Clarice Starling

Por alguna razón, el lesbianismo de Jodie Foster es algo que los periódicos encuentran interesante, a tenor de la cantidad de artículos que estoy leyendo cada día sobre sus declaraciones. Pero da la casualidad de que ayer volví a ver El silencio de los corderos, una película que vi con dieciseis años y que me dejó totalmente entusiasmada. Por aquel entonces yo era una fanática del cine, dogmática y terrible: iba al cine religiosamente todas las semanas, en eso gastaba mi paga y, por supuesto, tenía el descaro adolescente de comparar la sala de cine con un templo porque coincidió más o menos con el momento en que decidí que era atea y nihilista, tras la lectura de Crimen y castigo, de Dostoievski. Cosas de la edad (y qué más da, ja, ja, ja).

Fui al cine con mi madre, que no estaba muy convencida de que aquella película fuera "para niños" pero que se dejó convencer porque mis padres siempre fueron débiles; quedé tan impresionada que volví a verla con mi padre unas semanas después. Y, claro, mi padre era mi compañero de hazañas en esas cosas: no sólo toleraba con cierta ternura mis declaraciones de ateísmo nihilista, también le gustaba compartir el entusiasmo pedante y era tan ingenuo, incluso más ingenuo que yo para ello. Así que compramos la película en vídeo y volvimos a verla muchas veces. Nos sabíamos algunos diálogos de memoria y recitábamos las palabras como lecciones, como lemas de la vida diaria: vuela, vuela, pajarillo, decíamos con una sonrisa cómplice, me comí su hígado acompañado de habas y un buen quianti, ffffffff (ese sonido sibilante era verdaderamente difícil de reproducir), no hay un nombre para lo que él es, Starling, Clarice, dirán que estamos enamorados, ese bolso bueno y esos zapatos baratos, a veces L'Air du Temps pero no hoy, tengo a un amigo para cenar. El tiempo pasó y mi padre ha muerto, pero yo compré la película en DVD, en Edición Especial, aunque en todos estos años no he sido capaz de verla: me la sabía demasiado bien. Las bromas perdieron el aire ingenuo, se convirtieron en puras pedanterías, ya no tenían gracia.

Vi Hannibal y era un desastre. Vi El dragón rojo, que era aburrida. Faltaba algo. Ayer puse de nuevo la película: todos estos años habían servido para desentrenarme y me atenazó como siempre, pero sin que hiciera falta recitar las antiguas lecciones. Michelle Pfeiffer había rechazado la película porque era demasiado macabra; es lógico, lo es, hay pieles rasgadas, tripas que están fuera de la barriga, un hombre tiene a una mujer en un pozo en cuyas paredes hay sangre y uñas rotas, Hannibal es un Caníbal, todo es muy desagradable. Jodie Foster, la niña puta de Taxi Driver, aceptó hacerla. Dicen de ella que es perfeccionista pero fría, quiero decir como actriz. Quien lo dice se perdió esta película, su cumbre: en la primera entrevista con Hannibal, la voz de Clarice tiembla, su cuerpo duda; pero mira a los ojos al hombre para el que no tenemos un nombre, está decidida. Y él lo sabe, por eso le gusta, por eso hay historia. Los corderos llevan berreando todo este tiempo.

martes, 4 de diciembre de 2007

Casos criminales para el espectador

En Médium, Patricia Arquette interpreta a una mujer con poderes para ver a los muertos que trabaja a sueldo de la fiscalía de Phoenix. En un episodio del final de la temporada, Patricia se cuela en la escena de un crimen y recoge una prueba fundamental para resolver un asesinato; ella misma se la entrega al nuevo fiscal del distrito (un trepa) en una reunión con la policía. La mujer loca realmente habla con los muertos.

En CSI, sin embargo, nos enseñan que son las pruebas, tratadas científicamente, y no las personas las que resuelven los casos. Los servicios de Patricia no se necesitan; es más, si la vieran irrumpir así en la escena del crimen, los de la Policía Científica mirarían con la ceja levantada a Patricia, con una especie de desesperación ante la estupidez de la especie; e inmediatamente demostrarían su culpabilidad o la mandarían al manicomio.

Por el contrario, los de Ley y orden no realizan su trabajo con una médium como Patricia pero tampoco poseen brillantes instrumentos para interpretar científicamente las pruebas y resolver los asesinatos. Son ellos, los policías y los abogados, los que se luchan los casos; primero cogen a uno, pero ese no es; luego cogen a otro, dudan, discuten, se equivocan, tienen razón. Si apareciera Patricia por allí, sería un personaje de tercera o directamente pasaría a ser sospechosa del crimen; si apareciera uno de la Policía Científica, se le miraría con perplejidad, incluso con desprecio, de lo puro antipático.

Y ustedes ¿con qué se quedan?

viernes, 30 de noviembre de 2007

Historia de la filosofía en dos patadas

Unas amigas me retaron hace cosa de dos meses y aquí tenemos el resultado: una breve historia de la filosofía escrita en un folio y medio en la que resultan más llamativos los olvidos y las calladas que los nombramientos. Les dejo con el entretenimiento (que para algunos bien puede que sea un peñazo) con la intención de que me la devuelvan.

La filosofía se origina en la Grecia clásica. Significa el amor a la sabiduría (filo-sofía), que más bien sería el pensamiento de lo real o del ser de los entes que están en el mundo (onto-logía). Los primeros filósofos fueron los llamados presocráticos, que trataron de averiguar el fundamento del orden del cosmos, aunque estrictamente la filosofía comienza con Platón y Aristóteles, que incluyeron en la comprensión de lo real aquellos asuntos que afectaban a los hombres. Platón concibió el conocimiento verdadero como la formación de una idea "clara y distinta" (según la posterior sentencia de Descartes) sobre algo, por lo que dedujo que el filósofo, que al fin y al cabo es alguien que esencialmente piensa, es decir, que es pensamiento, pertenecía a un mundo ideal, puramente espiritual y verdadero; mientras que el mundo natural era como una caverna, donde los hombres naturales eran tentados a dejarse guiar por las sombras (las opiniones naturales) en vez de emprender el camino del conocimiento. Es aquí donde la filosofía comienza a comprenderse como crítica de las opiniones establecidas y como esfuerzo de discriminación interna que se abre camino hacia una idea sobre algo real. La labor del filósofo es solitaria y asocial, pero el filósofo ha de volver a la ciudad a guiar al resto de los hombres. En esto es un iluminado. Aristóteles continuó y a la vez atacó a Platón, puesto que llegó a la conclusión de que el mundo no podía dividirse en dos, sino que era uno y que el hombre era el encargado de comprenderlo por medio del intelecto.


Los filósofos cristianos continuaron la filosofía de Platón y Aristóteles al remitir las Ideas a la fe cristiana en un Dios transcendente y bueno. Con el Renacimiento se produjo el giro desde Dios al hombre, entendido ahora como sujeto en la filosofía racionalista de Descartes, que descubre el método universal de la razón en la duda: la razón cuestiona todo aquello que se encuentra hasta llegar a una verdad cierta e indubitable que, en Descartes, consiste en que "yo pienso". Spinoza comprendió geométricamente la naturaleza humana, Leibniz dedujo el mejor de los mundos posibles, y Hobbes fundó racionalmente el Estado moderno, Razón universal de la supervivencia común. Al mismo tiempo que se extendía el racionalismo, una versión distinta surgía en Inglaterra: el empirismo, que basa el conocimiento en aquello que aprehendemos por los sentidos, es decir, en la experiencia de que "yo siento". Políticamente, esto tiene su correlato en el liberalismo, que defendió los derechos del individuo a la posesión de sí mismo y de su experiencia de una manera anteriormente desconocida, en un mundo acostumbrado a obligar a los individuos a someterse a las normas de su comunidad.


Las primeras críticas al racionalismo provienen de Rousseau, que sitúa la pureza del sentimiento frente a la razón pero que, al mismo tiempo, aplica el método racional a los problemas políticos y sociales de su época y, así, da con el concepto de voluntad general frente a las voluntades particulares de los individuos, concepto mediante el que se funda una sociedad justa e igualitaria. Sin embargo, las críticas de Rousseau al racionalismo y su excesiva valoración del sentimiento fueron una excusa para la posterior aparición del romanticismo, que se desvinculó del ideal de la voluntad general para limitarse al ataque de la razón fría y calculadoramente egoísta. Herder inauguró un tipo de relativismo cultural que asume diferencias irreductibles entre las culturas y los pueblos, por lo que ni los pueblos razonan igual ni pueden ser gobernados de la misma manera: con esto se reinstauraba la soberanía del pueblo pero en la versión nacionalista alemana del Volk (pueblo), por encima de los derechos de los individuos.


Kant fue el que emprendió una crítica del racionalismo desde los límites de la propia razón: al descubrir aquello que la razón podía lícitamente afirmar y aquello que tendía a afirmar ilegítimamente, Kant sentó las bases de la razón crítica y de su funcionamiento en el espacio intersubjetivo o social, un espacio abierto a la crítica de todos y donde no existe más autoridad que la de la propia razón conocedora de sus límites. Hegel recogió algunos de los argumentos kantianos sobre la razón, pero inmoderada e ilegítimamente (según la crítica kantiana) los utilizó para afirmar el Espíritu absoluto que se encarna en la Historia universal, para el que todo lo real es racional y todo lo racional es real, incluyendo el Estado de Derecho en que los individuos realizan finalmente su libertad. El sistema hegeliano era tan perfecto que produjo un efecto contrario al deseado, como observamos en sus dos consecuencias: por un lado, la crítica de Marx, para quien la libertad se encuentra enajenada en cada individuo y que únicamente la clase proletaria puede realizar mediante la revolución; por otro lado, los distintos brotes de irracionalismo inspirados en el romanticismo, tanto en el caso de Schopenhauer como en el de Nietzsche, portavoces ambos de la voluntad de la vida que se impone al individuo y le aplasta. El irracionalismo engendra la necesidad de destruir el mundo tal y como ha llegado a ser (individualista) y a los hombres tal y como han llegado a ser (individuos) hasta llegar a Heidegger, que con su nueva ontología no pretende ni la vuelta a Platón ni la vuelta a los presocráticos, sino una nueva forma de silencio místico que niega y destruye la comprensión discriminadora de la razón. Lo mismo puede decirse del otro gran filósofo del siglo XX, Wittgenstein.

En último término, dos filósofos sobresalen: Aristóteles y Kant, que se enfrentaron a la tarea de comprender lo real y a los hombres tal y como eran (al menos, tal y como eran cuando pensaban), sin hacerse en ningún momento ilusiones respecto a la razón. Se encuentran quizá todavía demasiado lejos de nosotros.

[Sin embargo, yo he despachado a Aristóteles ¡en dos frases! Espero sus respuestas y algún ataque enconado e iracundo que merezco].

miércoles, 28 de noviembre de 2007

¡Prisioneros del mundo, uníos!

El oficial soviético Yershov, encarcelado en un campo nazi y pisando el filo de la muerte diaria, recuerda su visita a los Urales, donde su padre y su familia estaban siendo deskulakizados. Es decir: campo nazi, campo soviético; y en medio un hombre entre otros que no sólo piensa en sobrevivir, sino que quiere luchar por la libertad de todos los prisioneros. Esto es Vida y destino, de Vasili Grossman: Stalingrado, los campos, y en medio los hombres luchando por la libertad.
Los brazos viejos, delgados, rudos envolvieron al hijo en un abrazo, y en ese movimiento convulso de los viejos brazos extenuados que colgaban del cuello del joven oficial se expresaba un tímido lamento y tanto dolor, una petición de defensa tan confiada, que Yershov sólo encontró un modo de responder: se echó a llorar.
Después visitaron tres tumbas: la madre había muerto en el primer invierno, la hermana mayor, Aniuta, en el segundo y Marusia, en el tercero.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Utopías

El sociólogo Zygmunt Bauman, del que usé - menos de lo que hubiera debido - su magnífico Modernidad y Holocausto para mi tesis doctoral, publica un extracto de su obra Tiempos líquidos en la revista Claves. Allí analiza la palabra "utopía" y remite su origen tanto a la obra de Tomás Moro como al juego etimológico que éste hizo entre eutopia o "buen lugar" y outopia o "ningún lugar". Tan sólo esta etimología - que Bauman califica de prudente - debiera iluminarnos sobre la alta valoración que actualmente concedemos a los distintos proyectos utópicos: la utopía es por definición irrealizable y, por ello, motivo de frustraciones de diversa índole.
Pues bien, Bauman sigue abonado a la crítica de la modernidad y del progreso, origen de todos los males. Pero no es este el momento de ponerse a analizar por qué no tiene razón o no la tiene del todo (no es momento porque estoy dormida, pero esa es otra cuestión, digamos que privada - de validez pero no de realidad). Lo que me interesa es destacar, por un lado, que Bauman tiene razón en su rechazo de las utopías en tanto en cuanto proyectos de felicidad que no pueden localizarse en ningún lugar; pero que quizá no la tenga en su condena global de la modernidad y de todas las teorías del progreso, lo cual le deja con la única salida de apelar a la moralidad premoderna en una línea muy similar a la heideggeriana (pero sin sus cinismos y sin sus aires de profeta): no es casualidad que en Modernidad y Holocausto Bauman use precisamente en un punto clave de la argumentación a Hannah Arendt. Pero también esa es otra historia. Para contradecir o discutirle esto a Bauman, lo mejor es acudir a Hans Blumenberg, que separa en La legitimidad de la Modernidad la idea del progreso de la idea de "autoafirmación" humana: "nosotros, humanos, podemos hacerlo", dice Bauman que es el origen de las utopías modernas; el progreso sería tan sólo una desviación, una especie de excrecencia de la nuclear autoafirmación moderna.
Pero, vamos: es una idea sobre la que podríamos discutir. Al igual que, al hilo de toda esta erudición que puede parecer frívola o solamente materia de pesados y pedantes, les remito a la siguiente entrada de Chiaroscuro, que mantiene un vínculo muy estrecho con este lío de la utopía y que presenta una evidente crítica a la ideología zapateril. Y, sin embargo, te quiero. O sea que no ando completamente de acuerdo ni con Bauman ni con la autora del claroscuro.

martes, 13 de noviembre de 2007

El "pero" de los historiadores

En Koba el temible Martin Amis señala que, cuando se habla del comunismo soviético y del empleo del terror como arma contra la sociedad, siempre hay un "pero": Fue horrible, pero... Un "pero" que no se emplea cuando se habla desde luego del nazismo alemán. Ahí las cosas se dejan en que fue horrible, terrible, penoso, lo peor que pudo pasarnos.
Tenemos un nuevo ejemplo del "pero" de Amis: el magnífico historiador Eric Hobsbawm dice que no quiero justificar los campos de trabajos forzados (el famoso gulag al que los condenados por todo tipo de actos contrarrevolucionarios iban a trabajar y a morir, como en los Lager nazis), que son injustificables, (aquí viene el "pero") pero los logros fueron extraordinarios. Sin duda, lo fueron: la industrialización se consiguió con mano de obra esclava y con millones de asesinatos. El terrible, asqueroso, indigno "pero" de Amis, que en realidad no es de Amis sino de tantos historiadores y politólogos.
Un "pero" que ni siquiera es aplicable a nuestro querido Mayor Oreja (que no fue mal ministro), que según él vivía muy apaciblemente durante el franquismo. Él ni siquiera ha llegado al "pero", porque aquél fue un tiempo apacible y tranquilo. Aunque es cierto que Mayor Oreja no es un historiador, y si lo fuera seguramente también el tendría un "pero", ¿no es cierto?

domingo, 4 de noviembre de 2007

Los muertos vivientes del comunismo

Lean la confesión del carcelero Hin Huy hoy en El País. Hace días publiqué una entrada sobre los campos de trabajo educacionales en Cuba, al que Jose respondió con una cuestión que llamó mucho mi atención: si la idea comunista es en verdad lo que hay en Cuba.
Bien, la cuestión entonces sería: ¿qué es la idea comunista, dónde está si está en algún sitio? ¿Acaso si no en la suave y voluptuosa Cuba, en la Camboya de Pol Pot (aunque sabemos que no, no puede ser), en la China de Mao, que ostenta el triste récord de matanzas administrativas por encima de las matanzas de Stalin y Hitler, en la Rusia leninista-estalinista? Quizá se encuentre en los textos de Marx, entonces, y allí haya algo todavía irrealizado. Aún no lo sé.
Lenin dijo que "el concepto científico de la dictadura no significa otra cosa que un poder ilimitado, sin leyes ni reglas restringentes, que se apoye directamente en la violencia" (citado en Shentalinski, Crimen sin castigo): una clara inspiración jacobina. Recordemos que la primera oleada del Terror no comenzó con la llegada del psicópata Stalin al poder, sino en 1918, durante la guerra civil, cuando el socialista revolucionario Kanneguíser asesinó - en la línea del tradicional asesinato político ruso - al camarada Uritski. ¡El socialista revolucionario! Las primeras víctimas del Terror fueron los enemigos de los bolcheviques, los socialistas, anarquistas, mencheviques, los demócratas. Luego siguieron, por supuesto, todos los demás que murieron: burgueses, campesinos, intelectuales y zapateros.
Gaspar Llamazares escribió también en El País el día 2 de noviembre su "Actualidad del Che", siguiendo cierta estela de la polémica entre un reciente editorial de El País que proponía olvidarse del icono, su comité de redacción (que consideró necesario publicar una nota oponiéndose al editorial) y un editorial del rival progre Público (pueden tener una idea del debate aquí). Lo que demuestra que cierta izquierda prefiere no desvincularse no ya del ideal comunista sino de sus antiguos héroes y mártires que lucharon - con las armas y no con las palomas - contra los socialistas (demócratas), los burgueses, los campesinos, los intelectuales, los zapateros.
Escribo desde la convicción de que usted y yo hubiéramos muerto.

lunes, 29 de octubre de 2007

Vigilar y castigar a los homosexuales*

Aquellos que sostienen la legitimidad democrática de la igualdad legal y a la vez rechazan, por ilegítimo, el matrimonio homosexual, puede que sean descubiertos simplemente en una prueba de inconsistencia o de incoherencia democrática o bien puede que se trate de algo más. No me referiré al discurso contaminado por las creencias religiosas, que obviamente continúa creyendo en un vínculo entre el Estado y la Iglesia y en una forma cultural-religiosa como la "familia" tradicional que conforma eso que se llama el tejido social necesario para que haya vida, es decir, comunidad. Sobre esto podría entrar a discutirse en otro momento; y eso sin menospreciar al adversario, dependiendo de cuáles sean sus argumentos, claro está: sí diré que creo en la escrupulosa igualdad ante la ley, lo cual inevitablemente implica el matrimonio civil entre personas del mismo sexo, y si le quieren cambiar el nombre por otra cosa me parece bien siempre y cuando le cambien el nombre a todos los matrimonios no religiosos o civiles.
Son más bien aquellos que consideran la homosexualidad como una especie de transgresión mística del orden social los que me preocupan. Explicaré ahora por qué. Ellos querrían salvar, al modo de Bataille y de Foucault, ese salto del individuo contra la sociedad burguesa de valores morales raídos, contra la familia deplorable y motivo de asco individual. El homosexual sería así un transgresor, un ofensor, un violador voluntario de las normas sociales; un poeta de la calle, contra natura y contra la segunda naturaleza familiar, alguien que desafía con sus actos sexuales la moralidad natural y cultural adquirida y que se vuelve perverso, así como Foucault valoraba el sadomasoquismo. En este contexto interpretativo, darle derechos al homosexual es un modo de deslegitimar su rebelión contra la sociedad, de retirarle su aura demoníaca. No sólo se trata de concederle su derecho igualitario al matrimonio civil, que finalmente le condena a ser un miembro estéril de la sociedad, sino de otorgarle cualquier derecho: la situación ideal sería la persecución, como en Irán, porque solamente la persecución dispone al homosexual a aceptar su martirio contra las normas. Esta es la razón de fondo por la que tantos supuestos izquierdosos y liberales, incluyendo entre ellos a algunos homosexuales (el propio Foucault lo era), desprecien la conquista de derechos de la minoría homosexual.
Tras estos argumentos se oculpa un verdadero odio a la democracia y a los principios de libertad e igualdad. El homosexual rebelde se opone a la sociedad mediocre pero para esto necesita ser algo más que homosexual, necesita ser un poeta perseguido y a ser posible enfermo, violador y creador de normas, un Nietzsche y un Baudalaire. Lo que la sífilis hizo por unos, lo hace el SIDA por los otros. No se valora la homosexualidad per se (como mera elección de compañeros sexuales) sino como síntoma de una enfermedad que sitúa al individuo frente a la opresión de la sociedad. En oposición a esta actitud fervientemente antidemocrática y además claramente irracional, sólo hay dos opciones que considero justas y verdaderas: el respeto a la libertad del individuo por encima de todo, es decir a que cada individuo decida sobre sí mismo siempre y cuando no perjudique a los otros; y el respeto a la igualdad de derechos, que simplemente sitúa a los individuos en el mismo punto de partida legal para contraer matrimonio civil. Lo cual, indudablemente, supone que el matrimonio civil no se contrae en absoluto por las mismas razones por las que se contrae el matrimonio religioso.
[* Vigilar y castigar es una obra de Foucault en la que se cuestiona el papel opresor del poder social ("vigilar" a los individuos y "castigarles") y se concibe la cárcel como el epítome de la sociedad democrática moderna].

jueves, 25 de octubre de 2007

Lección de antropología cultural sin atisbo de neutralidad antropológica

Cuando Eris tenía quince años y estudiaba el Pre (o preuniversitario), fueron a los alrededores de Viñales unas chicas españolas en misión de ayuda: Emma, Cristina, Nuria. Nombres prístinos, rotundos y certeros que nos delatan ante el extranjero cuando viajamos; ese extranjero (para nosotros, como nosotros lo somos para ellos) que comparte lengua pero se llama de manera extravagante y ambigua, donde ya no aparecen las íes sino que el viento se plaga de ys y de kas y de dobles ene con hache intercalada en curioso lugar. El Pre, según me cuenta Eris y me han contado otros, dura tres cursos. El sistema educativo cubano, que ha conseguido extenderse, en efecto, a todas las capas de la población (no le vamos a restar méritos), lleva a sus adolescentes a escuelas que recogen a los alumnos de una serie de ciudades y pueblos. La escuela de Eris, entonces, no estaba en Viñales sino a unos quince kilómetros, adentro el campo. Los alumnos pueden visitar sus casas una vez cada quince días, los padres tienen derecho a visitarles el domingo que se intercala antes de la salida del alumno; es decir, una vez cada quince días. En la escuela no hay teléfonos.
La escuela es un campo de trabajo en que el alumno aprende a devolverle al Estado el esmero que éste ha puesto en su educación para que deje de ser un miembro del tercer mundo y a aprender la justicia entre los miembros de la comunidad. Esta devolución se produce con trabajo: el alumno de quince a dieciocho años trabaja recolectando café en los campos que rodean la escuela, limpiando los baños, los albergues donde duermen, las aulas, etc. Las chicas por un lado, los chicos por el otro, comienzan a trabajar a eso de las siete y media de la mañana, pero su estudio se pone en marcha a la una y continúa hasta las seis de la tarde. Luego hacen una pausa para bañarse y comer y a las ocho de la tarde siguen estudiando, hasta las diez: a la cama, donde un profesor o profesora encargados de vigilar su sueño puede que acabe por colarse en alguna cama (suceso nada inhabitual en Cuba, no sólo por la elevada temperatura del carácter tropical que les da fama sino por la ausencia cómplice de controles de eso que se llama ética profesional). La cuestión es que Eris me cuenta que se escapaba a menudo: ese respeto sumo al trabajo sacrificado por la patria suele traducirse en huidas y en inteligentes trapicheos, y cuando Eris no se escondía de los "guías de campo" (que vigilan que se cumpla "la norma") acababa por fingir que cumplía "la norma" recolectando granos verdes para que hicieran bulto junto al maduro. "Es muy difícil cumplir la norma", dice Eris; y yo me lo imagino, aunque sólo tengo un débil recuerdo de tener que hacer la cama y fregar los platos en casa de mi madre.
En alguna ocasión Eris se fugaba de la escuela para ir a su casa: caminaba seis o siete kilómetros por el campo y al llegar a la carretera hacía botella (autoestop), que es el modo cubano de desplazamiento.
La cuestión es que esas chicas españolas llegaron a la escuela en 1997, en misión de ayuda humanitaria y enviadas por una organización encargada de enviar jóvenes idealistas y entregados a la causa. Ayudaron a pintar la escuela, charlaban con las estudiantes. Hablaban con entusiasmo de los logros cubanos, de la educación, del Che, del trabajo social; y las estudiantes asentían, por supuesto, y decían lo mismo mientras intentaban escaquearse de la norma o de limpiar los baños. Patria o muerte. Socialismo o muerte. Eris me cuenta que continuó en contacto con una de ellas. Cuando se fue de Cuba, le escribió un correo electrónico para decirle que se había marchado; la joven idealista le respondió que si se marchaba para hacer turismo y si luego volvería a la patria; Eris dijo que venía para quedarse y aquel fue el último mensaje, tras el cual puedo adivinar por uno de los lados un silencio ultrajado.
Cuando yo estudiaba en la universidad en Madrid, las pintadas en favor de la isla que resiste hacían su agosto y a mí ya me provocaban un desagrado que hoy llega a náusea. Todos ellos habrían ido en misión humanitaria a Cuba, me imagino, para retirarles luego la palabra a los miles de traidores que día a día abandonan su casa con un propósito tierno y sencillamente honesto: prosperar. A los únicos traidores que merecen no sé si ayuda, pero seguro que un saludo amable y atento.

martes, 23 de octubre de 2007

Las lenguas cortadas

En Crimen sin castigo, Vitali Shentalinski se lamenta por tantas lenguas cortadas de escritores rusos, "figurado y literal", desde que se innovó la policía política con Iván el Terrible, se mejoró con Pedro el Grande y se llevó a la apoteosis de delación y tortura con Koba-Stalin. Y dice, con ese estilo exaltado tan habitual de los rusos: ¡Y cuántos libros inéditos destruyeron sin hacer ruido, sin dejar rastro!
Vitali Shentalinski bucea en los "archivos literarios" de la antigua KGB, pero empieza su relato con los más antiguos escritores, como para rastrear la impecable tradición rusa de tortura y libertad exaltada. Primero fueron los popes ortodoxos acusados de herejía, los líderes de las revueltas campesinas, luego los conocidos Mandelstam, Tsvietáieva, Ajmátova, Gumiliov, etc. Fue Mill quien dijo, en Sobre la libertad, que todo poder era ilegítimo, y en La sujeción de las mujeres afirmó que la empresa de la libertad se opone siempre a la del poder. Pero no como en Rusia, porque Mill era inglés.
Hay quien le da más valor al libro quemado y a la estatua derruida que al hombre que se quedó sin lengua o sin cabeza. Ese hombre habló seguramente la lengua de la libertad, aunque no la escribiera.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Neuzeit

Pero ¿cuál es el carácter peculiar del mundo moderno, la diferencia que distingue fundamentalmente las instituciones modernas, las ideas sociales modernas, la misma vida moderna, de las de los tiempos ya pasados? Es que los seres humanos ya no nacen para ocupar un lugar determinado en la vida, ni encadenados por un lazo inexorable al lugar en el que nacen, sino que son libres de emplear sus facultades y las oportunidades favorables que se les ofrezcan para lograr la suerte que les parezca más deseable.
Nunca nadie lo había explicado mejor, seguramente.
Era Mill; y hablaba del proyecto moderno de emancipar a las mujeres (emancipación: salida de la "minoría de edad", es decir, civilización), como a todos los esclavos y a todos los que alguna vez estuvieron en una situación impuesta de dependencia y esclavitud. El texto: La sujeción de las mujeres (The Subjection of Women), traducido también como La esclavitud de las mujeres. Un texto de 1869.

jueves, 11 de octubre de 2007

Totalitarismo nazi, totalitarismo soviético

Hace meses participé en una discusión o tímido debate con la filósofa húngara Agnes Heller. Ella estaba tratando de aproximarse al concepto del totalitarismo y a la relación de éste con la modernidad. En su opinión, el totalitarismo niega los ideales de la modernidad (libertad, igualdad, autonomía) a la vez que hace uso de ellos en su tarea de exterminio. Esta posición se acerca y parte de la manifestada en su día por Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, una de sus obras más populares. Arendt trató de condensar el fenómeno totalitario en las páginas del tercer volumen de la obra. Los dos volúmenes anteriores se habían dedicado a "los orígenes" del fenómeno: el antisemitismo (combinado con el ascenso del nacionalismo) y el imperialismo (la ascensión de "la chusma" y de sus métodos brutales). Era 1951, relativamente temprano para comprender el nazismo y muy temprano para comprender en su totalidad el sovietismo (Stalin ni siquiera había muerto); así que el esfuerzo fue criticado por su dosis elevada de improvisación, pero justamente valorado por su atrevimiento teórico. Por atreverse a reunir ambos fenómenos (nazi y soviético) en un solo concepto: totalitarismo.
En su versión del totalitarismo, Hannah Arendt propone que los nazis y los soviéticos buscaban construir el Estado total. Para que lo fuese, este Estado debía apoyarse por un lado en las masas (que niegan completamente al individuo) y a la vez dominarlas por completo. Pero la estrategia de dominación se consigue sólo mediante la implantación del terror: el terror totalitario nada tiene que ver con el hecho de que alguien sienta miedo, miedo a morir, miedo a que alguien muera, miedo de no poder pagar la hipoteca. Esta persona que siente miedo es todavía una persona, un individuo, alguien que se distingue. El terror totalitario, en cambio, se impone en la vida y en las mentes de los individuos, los despoja de sus diferencias y les somete al mismo y único movimiento del miedo. Se trata de un miedo que llega a ser estático e impersonal, que se acerca casi a la indiferencia. Desolación, lo llamará Hannah Arendt, para distinguirlo de la soledad que busca el individuo a propósito para pensar o para poner distancia con sus semejantes. En su opinión, esta desolación afectaba tanto al ciudadano nazi como al ciudadano soviético; les afectaba en su vida diaria y "normal" en sociedad, y se llevaba al extremo cuando uno u otro era conducido al campo de concentración o al gulag (campos de concentración soviéticos), en el que ya sólo quedaba úna alternativa: devorarse literalmente hasta la muerte, tras ser convertido en un número.
El grado de refinamiento alcanzado en la tortura y en el asesinato no tiene rival en ambas versiones del totalitarismo. Por mucho que se recurra a anteriores o posteriores torturas y genocidios, nada puede igualar los medios técnicos y administrativos al servicio de la industrialización de la tortura y la muerte del totalitarismo. Tampoco se puede igualar el grado de legitimación teórica, los medios "filosóficos" que acudieron en la ayuda del asesinato masivo; especialmente en lo que se refiere al experimento soviético.
Y aquí vino la pregunta que toscamente le planteé a Agnes Heller. El concepto de "totalitarismo" es útil sin duda en la explicación de un Estado que recurre al terror para mantenerse y dominar a la ciudadanía. Sin embargo, en lo que se refiere a la relación entre el totalitarismo y la modernidad, quizá sea infinitamente más iluminador y distinto el caso soviético. Para despojar al nazismo de algo de su poder mítico, podemos aducir dos razones: 1) su tradición puede ser acusada de "específicamente alemana" y Alemania es un caso muy raro en Europa: modernización tardía y rechazada por sus clases medias, pobreza de su liberalismo, exacerbado nacionalismo "espiritual", rechazo del europeísmo y de cualquier concepto de "civilización"; 2) el nazismo alemán dirigió casi todas sus fuerzas al exterminio espiritual y físico de los judíos (genocidio), con lo que contó, según sabemos hoy, con una clara complicidad social.
¿Qué sucede, en cambio, con el totalitarismo soviético? También la tradición rusa era ajena, mucho más ajena si cabe, a la del resto de Europa (y todo el mundo sabe que hablar de Europa era hablar de los dos líderes de la civilización, Francia e Inglaterra). Pero, por el contrario, el marxismo es un fenómeno nítidamente europeo: pensemos en la línea que lleva de Kant a Hegel a Marx; pensemos en el liberalismo y la teoría económica clásica, Locke, Hume, Smith, Ricardo; pensemos en los primeros sociólogos franceses, en la tradición del cientifismo y la ingeniería social. El marxismo proviene de la Ilustración; puede que sea una versión desvirtuada, pero qué duda cabe de cuales son sus orígenes; el marxismo es universalista, moderno, racionalista. Pero no solamente se trata de los orígenes de la tradición marxista. Si aplicamos el concepto del totalitarismo al caso soviético, veremos que sus características se cumplen mucho mejor: el Estado perseguía y alcanzaba a todos, a los campesinos, a los intelectuales, a los revolucionarios (Trotski, Zinóviev, Kámenev murieron tras haber "confesado" su traición a la revolución), a los jefes de la policía política, a los cosacos, a los antiguos burgueses resentidos. A todos, excepto a Stalin. El caso soviético expone en líneas vivas el concepto arendtiano de "desolación".
En resumen: el nazismo fue antimoderno, irracionalista, antisemita, a pesar de su uso de los técnicos, de los médicos, de los ingenieros; el sovietismo fue moderno, racional, y aleatorio en el empleo del terror. Su filosofía cumplió con creces con la función de toda ideología: las ideas suplantaron completamente a la realidad, hasta el punto de que la Rusia soviética era una tierra de abundancia y felicidad, una tierra feliz que uno contemplaba en el viaje de tren a Siberia.
En palabras de Martin Amis en Koba el temible:
La diferencia podría estar en que el nazismo se esforzaba por ser exacto, mientras que el terror estalinista era deliberadamente aleatorio. Todo el mundo era víctima del terror, desde el primero hasta el último: todos menos Stalin. (Amis, Koba el temible).
Esto me llevó a decirle a Heller que quizá, si pretendemos recuperar los ideales de la modernidad (libertad, igualdad, autonomía), algo en lo que firmemente creo, primero debemos desmontar la tradición que condujo hasta el sovietismo. No se trata solamente de publicitar los crímenes de Lenin y Stalin, de que "se conozcan", que también. Se trata de que "la izquierda", esa izquierda dulcemente complaciente con los crímenes que se cometen en su nombre, con las estrategias de la estigmatización y la condena retórica (facha-pijo-nazi-burgués-capitalista-imperialista-yanqui), pero que a la vez se precia de haber sido la primera en apostar por la democracia, se trata de que la izquierda se descuelgue dura y fríamente de sí misma.
(Estas reflexiones son un corolario al debate mantenido con Agnes Heller y a la lectura de Koba el temible, de Martin Amis).

martes, 9 de octubre de 2007

Deprisa, deprisa

Juan Luis Cebrián, ese hombre que puso de moda la barba de tres días o de cuatro o cinco y que ahí sigue, pero mejor recortado, se ha permitido, como consejero delegado de PRISA, criticar la política del gobierno de Zapatero. Y dirán ustedes: ¿qué narices ha dicho? Un gobierno tan maravilloso como éste, bla bla, tan social y adelantado como éste, bla bla, un gobierno tan puro y bueno, bla bla, debería ir muy bien en las encuestas. Pero, oh, no va, no va. ¿Y por qué no va tan bien? Aquí se encuentra la clave, querido Watson: resulta que la gente que lee El País al parecer no le perdona a Zapatero sus tejemanejes con La Sexta. Esa es la clave, señores. Ahí va el análisis más refinado de la política española.
La respuesta sólo puede ser una: falla la política, la política de comunicación y la comunicación de la política.
O cómo La Sexta y Público acabaron con el verdadero pluralismo (cuyo representante supuestamente habrían de ser Cuatro y El País). Es curioso ver el pozo sin fondo de tomaduras de pelo en que van cayendo poco a poco los de PRISA: ¡qué digo poco a poco! Deprisa, deprisa.

sábado, 6 de octubre de 2007

Un pijoapunte

Creo que Arcadi Espada se ha rodeado de pocos pijos al menos madrileños. La mayor parte de ellos están bien alejados tanto de Zapatero como de Victor Laszlo, aunque desde luego lo estén bastante más de éste último. No pretenden ser perfectos ni irrebatibles ni cantan la Marsellesa en su hora de recreo. Los que yo conocí vivían en su mayoría por encima de sus posibilidades, se cortaban con cuchillos (creo que esta pijería es compartida por los jóvenes pobres y de izquierdas) por amor y desesperación adolescente, se reían adocenadamente de los bichos raros y les ataban los cordones de los zapatos a la barandilla (al autista, al esquizofrénico, al mariconcete, a la chica suiza, a la tímida estudiosa reprimida, a la chica de los calcetines fosforito); e incluso uno de ellos escribió en un muro "Lucrecia, jódete". Recuerdo ahora mismo al joven Juan, al que llamábamos por el apellido (en el cole era habitual), que se sintió enormemente complacido al desafiar y ser desafiado por la profesora "roja" de literatura, que sí debía de ser una de esas pijas tontas e irrabatibles de las que habla Espada con, en cualquier caso, bastante acierto. El muchacho llevaba el aguilucho en la carpeta y la profe roja le obligó a salir de clase hasta que no se lo quitase. En aquel momento, como representante de la minoría pija-rara-demócrata del colegio, aplaudí la decisión de la profe, de la que además yo era una "favorita".

En fin, hay pijos de todos los colores y tipos y dudo mucho de que los perfectos y los irrebatibles sean los pijos esenciales, por decirlo así.

De hecho, en aquella época, la misma en la que me emocionaba escuchando las noticias de Aung San Suu Kyi y Tiananmen, tierna y sencillamente adolescente, con proyectos políticos de grandeza para mi país y para el mundo, sentía todo el estremecimiento de la juventud al escuchar a Victor Lasklo entonando la Marsellesa en Casablanca, acallando así las voces de los alemanotes brutos, consiguiendo que a Simone o a Nicole o, en todo caso, a la francesa colaboracionista se le llenaran los ojos de lágrimas.

viernes, 5 de octubre de 2007

Sobre la tarima

Ya ha terminado la primera semana de clases, con un resultado regular. Este debe de ser uno de esos procesos de madurez de los que nos hablan de vez en cuando como si ya los hubiéramos pasado (los que nos estamos haciendo mayores, pero aún miramos con cara de despistados). En fin: las dos primeras clases consistieron en una introducción al liberalismo del siglo XIX, pero con ocasionales viajes de aventura a Hobbes, Locke y Rousseau (sobre todo a Locke). Yo creía que iba bien con ambas clases, pero ya el segundo día los alumnos me pidieron, con razón, que fuese más despacio. La tercera clase iniciaba la temida y temible epistemología de Mill. Hice algunos amagos, todos ellos infructuosos: volvieron a pedirme que fuera más despacio (con razón) y me dio la impresión de que les estaba perdiendo. Y mi boca no hacía más que decir, muy despacio: "método científico y estudio de la sociedad". Ay, este sentimiento de responsabilidad y de fidelidad al alumnado nos hace sentir una cosas tan extrañas, sufrir unos momentos de tanta desvalidez espiritual ahí, sobre la tarima.
En resumen: un alumno me pareció extremadamente maleducado, pero no hizo nada grave y sólo me quedó un leve y perplejo rencor. Describir el delito que cometió sería complicado y una obra de literatura psicológica. Baste decir entonces que el muy capullo me interrumpió dos veces con malos modos. Otra alumna, muy educadita ella, me preguntó que por qué hablaba de Hobbes, y entonces yo traté de responderle mientras mi conciencia se llevaba las manos a la cabeza y pensaba entre gritos de dolor: ¡dios, que no se están enterando de nada! Y a trancas y barrancas conseguí articular que hablaba de Hobbes porque hablaba del individuo, pero que, vamos, no había que hacerme mucho caso y que se fijaran sobre todo en Locke, Locke, Locke.
En segundo resumen: decidí simplificar la clase del próximo martes sobre la epistemología. Qué emocionantes son los ritos de paso.

lunes, 1 de octubre de 2007

Fundaciones

En El País aparece este artículo sobre Aung San Suu Kyi.

La figura mágica plantea el siempre interesante problema político de la fundación de una democracia. Uno de los aspectos que se le piden, desde la "comunidad internacional", a Aung San Suu Kyi es flexibilidad, adaptabilidad a las condiciones históricas: es decir, que sacrifique el resultado electoral de 1990, que su partido, la Liga Democrática, ganó por aplastamiento, y que acepte unas nuevas elecciones, que por alguna razón la "comunidad internacional" piensa que la junta militar esta vez aceptará. ¿Qué pensarían ustedes de ser Aung San Suu Kyi? ¿O, simplemente, qué pensarían de ser ustedes?

Por un lado, tenemos la legítima fundación y, por el otro, el mantenimiento de lo legítimamente fundado, la democracia. Myanmar se encuentra en los momentos agónicos prefundacionales, que son los más dados, siempre, al heroísmo: el artículo de El País refleja la lucha, la renuncia en pro de la democracia. Y qué grandes parecen siempre, desde lejos, esos tiempos, aun cuando los cadáveres aparezcan en las carreteras.

Digamos que en España la lucha actual parece pequeña, pero no lo es en absoluto. Hoy se trata de deslegitimar el momento fundacional y de pasar rápidamente a nuevas fundaciones, porque lo sólido nos parece demasiado triste y porque hay promesas todavía incumplidas (y siempre las habrá). En esa lucha por recuperar el brío de lo nuevo ya sabemos lo que pasa: que hay prisa, pero prisa sobre todo por distribuir los papeles del drama y por censurar y, en definitiva, deslegitimar lo legítimamente fundado, la democracia española. A Cristina Peri Rossi, poeta, le han asignado el papel ya; pero no es un papel de buena o mala sino de víctima por aplastamiento nacional y lingüístico. Pobres víctimas de un conflicto español, al fin y al cabo, diremos. Ella no tiene culpa: del franquismo, del colonialismo (remontémonos), de la opresión lingüística, de las lenguas vivas, de los muertos. Y el catalanismo trata mientras tanto de salvar a Europa de sí misma, porque salvadores nunca faltan; por el contrario, nos encontramos en una insana necesidad de esos seres mediocres que simplemente se afanan en aplicar la ley.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Cada viernes me repito el nombre mágico

El pueblo birmano sigue revolviéndose en Myanmar. Esto, para todos los que aún se deleitan en lo revolucionario, es verdaderamente revolucionario.
Se puede conseguir información puntual sobre la revuelta birmana en este blog.

Desde que tengo quince años admiro a Aung San Su Kyi, que ganó las elecciones democráticas allá por 1990 y fue inmediatamente sometida a arrestro domiciliario. Ya mi padre y yo repetíamos su (para nosotros) extraño nombre como en una especie de ritual mágico de la democracia. Aung San Su Kyi, Aung San Su Kyi... pero esta vez sin exclamaciones, al contrario que con Stauffenberg.

Mientras tanto, en un país menos mágico llamado España, la televisión catalana ha vetado a Cristina Peri Rossi, excelente poeta peruana (si no me equivoco) que se expresa en español.

Hay una cosa segura y es que la democracia no tiene nada de mágico. Que se lo pregunten a los monjes budistas que caminan por la calle de Rangún (por cierto, Más allá de Rangún, de John Boorman, es una película a rescatar: Patricia Arquette era una turista norteamericana que se da de bruces con la situación política birmana), o a Cristina Peri Rossi mismamente. Que cosas tan desprovistas de mística y de purpurina.

jueves, 27 de septiembre de 2007

¡Stauffenberg, mi héroe!

Últimamente se habla mucho de Claus von Stauffenberg, coronel del ejército alemán que coordinó y llevó a cabo el atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944; y se habla porque el actor Tom Cruise está haciendo una película donde interpreta a su héroe y al héroe de muchos alemanes.
Mucho se ha criticado a Cruise por hacer esta película: pero no por hacerla, sino porque la hace él. Cruise pertenece a la Iglesia de la Cienciología, considerada como una secta en Alemania y otros países, y además es un ser digamos que antipático para gran parte de la población europea y norteamericana: destaca por hacer películas que dan mucho dinero (seamos francos, algunas buenas), por hacer propaganda de la cienciología, por atacar la psiquiatría en general y el tratamiento para la depresión post-parto en particular, por estar supuestamente en el armario gay mientras se lía con diversas actrices esplendorosas, por saltar en los cojines de un sillón gritando "estoy enamorado" en un famoso programa de entrevistas en la tele americana. Así que, debido a todos estos problemas del personaje Cruise, pero sobre todo al cienciólogo, las autoridades alemanas han prohibido que la película se ruede en diversos lugares históricos de Berlín. Y esto ha divertido mucho a las televisiones aquí en Europa.
Se habla mucho de Stauffenberg, el héroe en tiempos de oscuridad; el hijo ha dicho poco menos que la interpretación de Cruise mancilla su memoria. Esos tiempos de oscuridad se han convertido en otro de los tópicos que sirven para denotar toda una época histórica sin hacer mayores referencias: el nazismo, "tiempos de oscuridad". Hannah Arendt dedicó una obra a los Hombres en tiempos de oscuridad, pero desde luego no habló de Stauffenberg ni de nadie que ahora merezca mi atención (ahora, en esta entrada): los hombres de oscuridad eran filósofos y poetas y literatos que iluminaban su época. De Stauffenberg se nos dice que fue un héroe, y sin duda lo fue, según la memoria nacional alemana: al fin y al cabo se lo cargaron un día después de que el atentado fracasase; y a punto estuvo de eliminar a Hitler. Pero la historia y su versión más frívola, el periodismo, no debieran permitirse estos héroes: Stauffenberg organizó el fallido atentado menos de un año antes de que Alemania perdiera la guerra, es decir, cuando la guerra andaba ya perdida o perdiéndose tanto en el Este con los soviéticos como en el Oeste con los americanos; el régimen nazi llevaba once años en el poder y había dado tiempo a mucha, mucha barbaridad; también Stauffenberg había apoyado a los círculos antidemócratas durante la República de Weimar (perteneció nada más y nada menos que al club de los místicos del poeta Stefan George) y aplaudió la llegada de Hitler al poder, al percibir en ella la salvación de la cultura alemana de la falsa y perversa civilización occidental, democrática y liberal; dicen que se alejó del régimen después de la Kristallnacht o Noche de los Cristales Rotos, el boicot que en 1938 (antes de la guerra) se hizo contra los profesionales judíos, pero su rebelión no se produjo hasta 1944, seis años y muchos crímenes después.
Lejos de ser un héroe, Stauffenberg es un buen ejemplo de lo que hizo Hitler con el Ejército - una institución que empezó creyéndose independiente del canciller y que terminó haciéndole un voto de lealtad inquebrantable - y de aquello en lo que algunos miembros del Ejército no quisieron convertirse. Pero no hubo resistencia en Alemania ni Stauffenberg fue su héroe, para nuestra vergüenza.
Sin embargo, en el duelo Cruise/Stauffenberg, los periodistas ya han decidido su voto y tomado posiciones; y gritan lo mismo que el actor americano: ¡Stauffenberg, Stauffenberg!

martes, 25 de septiembre de 2007

Mill (y una) clases

Estos últimos días vivo, como se habrán dado cuenta, obcecada en la preparación de unas clases sobre Mill, que serán distintas a las que ya di en mayo pasado. Distintas porque se suponía que intentarían ser más serias y un símbolo de mi recién adquirido status social (Doctora), que impondría por sí solo autoridad y silencio en el aula. Todo este sueño se debilita, sin embargo, cuando compruebo el mar brumoso que se mueve pesadamente en mi cerebro al intentar organizar los contenidos de tres semanas y dedicarle, además, dos clases a la temida cuestión de la epistemología, que probablemente reduciré a solo una con la excusa del puente del Pilar.

¿Quién fue Mill? Fue el señor que aparece en esa foto, uno de los intelectuales más brillantes de la filosofía moderna y alguien a quien merece la pena leer hoy sin que a nadie se le caiga ni un trozo de la cara por la vergüenza. Este señor despreciaba los extremos, como Aristóteles; y a la vez deseaba enterarse de todo lo que se cocía por ahí y lo analizaba y lo medía hasta situarlo en donde él pensaba que correspondía (como Aristóteles también). Al contrario que Aristóteles, sin embargo, no expresaba un pensamiento demasiado sistemático e incluso a veces parecía que se contradecía: por ejemplo, pretendía ser liberal y a la vez medio socialista; defendía sin rubor las bondades de la democracia y a la vez criticaba duramente el nuevo credo igualitarista y sus consecuencias dogmáticas; despreciaba la mediocridad y a la vez defendía que en la medianía se podía ser feliz (lo que, según me permitiré recordar, constituye el fundamento ideológico del utilitarismo); defendía los derechos del individuo y a la vez reclamaba una justa distribución de la riqueza y una cierta unidad social.

Pero puede que nos preguntemos qué fue el utilitarismo. El utilitarismo fue un movimiento filosófico-político - como todos los movimientos ingleses, tuvo su lugar en la política y en la prensa, algo desconocido en Alemania (y a la vista están los resultados) - que defendía la utilidad no en el sentido de la conveniencia (hago esto porque me interesa) sino en el sentido de la felicidad (hago esto porque me hace feliz, pero la felicidad no tiene que ver solamente conmigo sino también con los que me rodean y, por ende (y en abstracto), con la humanidad entera). Mill se permitió decir algo que hoy en día sería un bofetón para aquellos que tanto se revuelcan en el pesimismo (corriente, además, muy influida por los apolíticos alemanes y que desgraciadamente se ha instalado en todo el continente):

En un mundo en el que hay tanto en lo que interesarse, tanto de lo que disfrutar y también tanto que enmendar y mejorar, todo aquel que posea esta moderada proporción de requisitos morales e intelectuales puede disfrutar de una existencia que puede calificarse de envidiable. (Mill, El utilitarismo).

Es decir, Mill se atrevió a decirnos a todos que, lejos de considerar que el mundo está hecho una mierda, vivíamos (algunos de nosotros, al menos) en un mundo feliz aunque susceptible de ser mejorado. En efecto, Mill habló de progreso, pero sin defenderlo a cualquier precio y sin caer en el burdo optimismo del futuro de un Comte o incluso de un Marx.

Pero Mill también dijo lo siguiente:
la tendencia general de las cosas a través del mundo es a hacer de la mediocridad el poder supremo en los hombres. (Mill, Sobre la libertad).

Lo cual, sin duda, daba la razón a los pesimistas que creían en la decadencia general del mundo.

¿Qué hizo Mill con todo esto? Escribió diversos libros, desde luego. Fue elegido para la Cámara de los Comunes y desde allí (además de en sus escritos) defendió el sufragio universal (pero con una representación proporcional a la educación, porque el señor Mill continuaba creyendo en el valor del conocimiento), el sufragio femenino y la igualdad absoluta de los sexos, la abolición de la esclavitud, la independencia de Irlanda, el control de la natalidad en la clase obrera, la educación y demás causas en las que creía.

Y, como conclusión, dijo: todo lo que aniquila la individualidad es despotismo.

Individualidad, no cultura: los derechos del individuo de cualquier cultura estaban por encima de todo, algo bien distinto de lo que se estaba ya diciendo en ese momento en Alemania.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Canto a las ruinas

Es sabido que Martin Heidegger, el nuevo sacerdote de mayor propagación en las aulas universitarias de filosofía, sostenía un inalterable amor por la provincia y el campesinado, que él concentraba en las aldeas de la Selva Negra y en especial en su pueblo natal, Messkirch. El pueblo es hoy un lugar de peregrinación para todos aquellos jóvenes exaltados ante la contemplación de la raíz del ser y del pensamiento verdadero, o al menos es su lugar soñado, del mismo modo que impúdicamente se deleitan en el nombre de resonancias míticas de Lou Andreas Salomé, la no-amante de Nietzsche. Para los alumnos, Nietzsche es una señal de paso de la adolescencia, una especie de sarampión; pero Heidegger es la entrada definitiva en el círculo de los iniciados, y ya sólo cabe orar y postrarse o salir corriendo, como fue más bien mi caso hasta que me empeñé - quién sabe si equivocadamente, dado el tiempo perdido - en estudiar a su feliz alumna Hannah Arendt.

Hacia el final de su vida, Heidegger no se limitó a defender la aldea alemana contra la ciudad enorme y desarraigada, como había hecho casi desde el principio; sino que le dio a este pensamiento un nuevo giro postmoderno en sintonía con el ecologismo y el multiculturalismo, al atreverse a defender a esas culturas primitivas a las que no habían llegado los coches, la luz eléctrica, el teléfono o la televisión. Frente a la destrucción operada por la técnica moderna y occidental - de la que Rusia y Estados Unidos encarnaban las tenazas, según dijo en Introducción a la metafísica (obra de 1936 reeditada en 1953, si no recuerdo mal) - aquellos pueblos que nosotros llamamos subdesarrollados se mantienen firmes respecto a lo que les es propio y de mayor raigambre. Cada uno debiera quedarse en su pequeña parcela de la tierra, cultivando patata y reparando las tejas del techo, como una forma propia de entrar en contacto con lo que de profundo tiene la existencia. Aunque Heidegger había defendido siempre que el alemán era el único pueblo metafísico - y que, por lo tanto, los otros pueblos le estaban históricamente subordinados - y que la cultura alemana era la única merecedora de tal nombre, no dejó escapar la oportunidad de adherirse a los nuevos principios ecológicos que quisieran salvar la naturaleza del terror del hombre, y con ella a esos pueblos naturales que hemos invadido y a los que algunos pretenden desarrollar. El ecologismo de Heidegger y de sus acólitos ataca, entonces, no sólo la opresión y la explotación de los primitivos y de los países pobres, sino que además, por lógica, reniega de cualquier ayuda de ésas que se ofrecen, tanto por las ONG como por las instituciones gubernamentales, y predica únicamente un cómodo aislamiento sólo concentrado en despreciar la técnica y lo que hoy llamamos "globalización" y una también cómoda estancia en nuestra propia aldea (para quien la tenga, que no es mi caso, ya que nací en la ciudad y que mi herencia se desperdiga por demasiados lugares).

Heidegger se preciaba de haber descubierto pueblos a los que no llegaba aún la luz eléctrica (les propongo leer El olvido de la razón, de Juan José Sebreli). Cuando me dirigía desde La Habana a Viñales en coche, este verano, atravesé carreteras llenas de baches a cuyos lados había casas de madera. Pregunté si eso era Viñales, pero Eris me dijo entre escandalizada y divertida que Viñales "era un poco mejor"; y, en efecto, en Viñales casi todas las casas son de cemento y tienen techo de placa (cemento y cabilla, que es hierro), que es el mejor techo para resistir los huracanes. Las cosas cambian cuando se sale de Viñales hacia los alrededores, porque allí se empieza a ver de nuevo la madera y los techos de teja o, incluso, de paja, si le toca a los menos favorecidos. Un día viajé al campo y hubo que alquilar otro coche americano de los cincuenta, que nos llevó hasta allí. Recorrimos la carretera que serpenteaba entre las montañas de Viñales y luego nos metimos por caminos de grava, hasta llegar a una casa que vivía de lo que allí se plantaba. A la vuelta, vimos más casas sin luz; Eris, uno de los emigrantes que se desplazaron desde lo que para ellos es familiar hacia lo extraño, en palabras de Heidegger, dijo que aquello le daba pena y que ella no podría vivir así, "¿te imaginas?" (añadió). En Viñales hace sólo un año que le dieron teléfono a todas las casas, ¡pero la luz!

No me da la sensación de que haya una sabiduría propia y recóndita en reparar un techo de paja, mayor de la que hay en reparar una placa o un enchufe o en cambiar una bombilla. Cuando se consigue dinero, se repara el techo o se cambia por uno mejor. Sí me da la sensación de que, en cuestiones de sentido común, Eris o cualquiera de aquellos cubanos que conducen un coche por las carreteras o cocinan un cerdo para ofrecérselo a los turistas o limpian la casa con un cubo lleno de agua y jabón o esperan la carta de invitación del país lejano y la entrevista con las autoridades, hay mayor sabiduría que la que hay en uno de esos textos del filósofo de Messkirch.

(La entrada aclarando más a Mill la dejo para mañana o pasado).

jueves, 20 de septiembre de 2007

Premio al blog solidario


Chiaroscuro me ha agraciado con un premio sin duda inmerecido y que me obliga además a superar mi pereza natural para seleccionar otros siete blogs que se lo merezcan tanto como el mío, dejándome disfrutar apenas durante un segundo de esta distinción sagrada. El criterio para la selección consiste en la solidaridad con aquellos que no se resignan a dejarse llevar por la corriente de estupidez que nos rodea y a veces asfixia.
Los siete blogs que he escogido son los siguientes:

Las reglas para este galardón (que estoy tratando de cumplir a rajatabla, pero quién sabe lo que pasará) son:
1.- Escribir un post mostrando el premio, citar el nombre del blog que te lo regala y enlazarlo al post que te nombra (de esta manera se podrá seguir la cadena)
2.- Elegir un mínimo de siete blogs que creas que se han destacado alguna vez por ayudar, apoyar y compartir. Poner sus nombres, enlazarlos y avisar.
3.- Opcional. Exhibir el premio con orgullo en tu blog haciendo enlace al blog que escribes sobre él y en el que lo otorgas a otros.

martes, 18 de septiembre de 2007

Zonas comunes en el suelo de los antidemócratas

Lo que ayer dije de Mill no estaba suficientemente claro ni siquiera en mi cabeza; razón por la que se escribió de modo tan intrincado.
Cuando Mill dice, de nuevo en su Autobiografía, que el nuevo credo va adquiriendo el mismo poder de coacción que durante tanto tiempo habían ejercido las creencias que ahora son por él suplantadas, expresa su temor por el mismo tipo de uniformidad social que ya detectó Tocqueville (a quien Mill, por supuesto, había leído) en las democracias modernas. Aquello de lo que Mill tiene miedo se encarna en las figuras de la sociedad y de la opinión pública, que pueden llegar a ahogar la expresión individual; esta es la razón por la que en Sobre la libertad Mill apuesta por las opiniones heréticas y por cualquier tipo de polémica, aunque esté errada respecto a la verdad. Los herejes y los provocadores contrarrestan el peso asfixiante del nuevo credo y con ello favorecen la libertad (y la verdad sólo puede buscarse en libertad, porque sólo la libertad impulsa al pensamiento).
Este miedo, en esencia, no difiere del miedo a la igualdad social y a la democracia que expresaron los románticos alemanes y franceses. Pero Mill sí apuesta por las bondades de la democracia y de la igualdad social; sólo que, para él, el nuevo credo debe ser el de la individualidad y la libertad, es decir, el que garantiza la polémica y promueve la diversidad. Puede que Mill se pasara en esto, pero también es cierto que no le importaba oscilar entre el socialismo humanista y el liberalismo democrático, lo cual sin duda dice mucho en su favor.
Lo que no vio Mill fueron los peligros del nuevo credo antiigualitario y antidemocrático, que a tantos intelectuales y zapateros de andar por casa sedujo durante el siglo XX. Todo parecía tener que ver con las masas; poco se decía, sin embargo, de la tradición cultural europea de irracionalismo y de rechazo a la democracia. Ortega es un buen ejemplo de este último error. Obnubilados por el miedo a las masas urbanas, aplaudieron las gracias de los nuevos y enigmáticos sacerdotes.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Energía y renovación

En las páginas finales de su Autobiografía, John Stuart Mill afirma que cuando las mentes filosóficas del mundo no pueden ya creer en la religión, o pueden sólo aceptarla con modificaciones que cambian esencialmente su carácter, comienza un periodo de transición, de convicciones débiles, de intelectos paralizados, y de una creciente laxitud de principios que no puede terminar hasta que, en la misma base de sus creencias, se opera una renovación que lleva a la aparición evolutiva de una nueva fe - religiosa o, simplemente, humana - en la que realmente pueden creer.
Saint-Simon ya había dicho anteriormente que la historia humana se dividía entre periodos orgánicos, de fuerte y sólida convicción en el dogma, y periodos críticos, destructivos y aniquiladores pero de los que surgía la nueva fe. Se presuponía que el momento era crítico; todos los filósofos miraban con expectación y preparaban la llegada de la nueva era, labrando el camino de lo que entonces se entendía que sería una nueva comunión de ciencia y filosofía, de técnica y conocimiento. El secretario de Saint-Simon, el fundador de la sociología Auguste Comte, había perfeccionado esta teoría de la evolución histórica al distinguir los tres estadios del desarrollo humano: el teológico, el metafísico y el positivo, incipiente en su tiempo (el siglo XIX) y caracterizado por el dominio de la ciencia. La utopía comteana, de hecho, anticipaba un mundo dominado por los científicos y los industriales, en el que cada individuo pensaría científicamente por orden del nuevo dios; e incluso se hablaba de una nueva Religión de la Humanidad.
Todas este anticipo del despotismo científico desagradaba profundamente a Mill, un liberal al fin y al cabo. Pero también Mill creía, como demuestra el texto de la Autobiografía que tanto recuerda a Saint-Simon, en la crisis y la renovación de las energías del mundo. Estas palabras, crisis y renovación, junto con la maravillosa energía, son claves que nos permiten entrar en el intrincado universo retórico del siglo XIX, que rechaza con fuerza el racionalismo ilustrado. Influido tanto por Carlyle como por los románticos alemanes, Mill veía en su tiempo una parada en la estación de los mediocres; también él ansiaba la renovación, que sería en su caso de un tipo muy distinto: nada de naciones renacidas ni de héroes antiguos, solamente el brillo de la libertad en la palabra del individuo herético, como pone de relieve Sobre la libertad.
Sin embargo, Mill no estaba especialmente dotado para la adivinanza histórica. Esos elementos religiosos que modifican esencialmente lo religioso como tal y que dan lugar a nuevos dogmas (religiosos o, simplemente, humanos), fueron preparados y anticipados no tanto por los positivistas, herederos de la utopía comteana o similares (¿quién se acuerda hoy de Comte?), sino por los nuevos sacerdotes de lo sagrado, la nación, la raza, los poetas en comunicación con lo divino. Heidegger dijo en su entrevista póstuma a Der Spiegel que sólo un dios puede aún salvarnos. Hannah Arendt cambió al dios por la política de etimología griega, y hoy los nuevos ilustrados se hacen pajas (perdonen) con su místico y onírico "concepto" de la natalidad.
Dijo Mill, al final de ese texto, que cuando las cosas llegan a este estado, todo pensamiento o todo escrito que no tienda a promover tal renovación tiene muy poco valor de permanencia. Los pensadores y los escritos han de ser enérgicos. Sin duda, él mismo se esforzó por mejorar el mundo en la medida de sus posibilidades, sin hacer de la renovación la fuente misma de su preocupación metafísica; más bien considerando las posibles reformas y las novedades políticas que cabría defender o atacar. Poco tiene que ver Mill con los apóstoles del nuevo dogma, y sin embargo les defendió más de lo que su sentido común, tan justo y moderado en tantas ocasiones, debió aventurar. Los escritos y las ideas de Mill permanecen; también los otros.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Maricel

Maricel vive con sus padres y sus hermanos en una casa de dos habitaciones en Viñales, pueblo de Pinar del Río que es famoso porque allí se encuentra el Valle de Viñales, el lugar más aproximado que he visto a la imagen del jardín de dios que debieron de tener en mente los que escribieron el Génesis. El valle está rodeado por escarpadas montañas cubiertas de árboles, palmeras y de todos los tipos tropicales, sobre las que se ciernen las nubes negruzcas que amenazan tormenta por la tarde, en verano. Como nunca se me ha dado bien la descripción de paisajes, les enseño una de las fotografías del valle para que se hagan una idea de su belleza, si bien es imposible imaginárselo por completo sin encontrarse allí en medio, pequeño y débil a medida que avanzan los nubarrones.

La casa de Maricel y de sus padres no tiene más puerta que la de entrada, que está siempre abierta. Allí en Viñales, durante el día, nadie cierra las puertas de las casas, y me imagino que será igual en otros pueblos de Cuba. La entrada a las habitaciones (esto lo vi también en otras casas que no podían permitirse puertas) se señala con una cortina, detrás de la cual se halla un dormitorio que comparten seguramente los hermanos, y otro los padres. Allí en Viñales, sin embargo, casi todas las casas tienen puertas: el turismo ha elevado el nivel de vida de la población, y no hay una sola casa que no alquile habitaciones a extranjeros. En Viñales hay dos hoteles, si no recuerdo mal, pero hay tantos turistas (españoles barbudos cargados con mochilas enormes, jóvenes con trenzas, americanos encantados de visitar el país prohibido), que además prefieren gastar poco y vivir la experiencia cubana al máximo, que todo el mundo vive del alquiler de su casa. La casa de Maricel y de sus padres, sin embargo, no vive de eso, y se nota. Allí se dice que no han querido prosperar (porque estaba en sus manos hacerlo, ya que se trata de Viñales, y Viñales es la crème de la crème). La madre de Maricel trabaja para el ministerio de Sanidad, y el padre en la construcción, como tantos otros hombres cubanos que ponen piedra sobre piedra y construyen así las casas que luego alojarán a los encantados turistas.

Debido a la superpoblación familiar en la casa, Maricel se ha construido solita una habitación de madera en la parte de atrás. Cómo lo ha conseguido, no lo sé, pero lo ha hecho: unas cuantas maderas pilladas de no sé dónde, un catre fino, una mínima ducha; esa es su nueva casa; todos saben que así ha mejorado mucho.

Maricel trabaja con personas mayores. Se va a un puesto que hay en plena calle y ayuda a los abuelos a ejercitarse para que no pierdan comba; luego ellos la pagan, y así se gana la vida. Maricel, rubia platino, apenas un metro cincuenta, veintisiete años, era antes profesora de ajedrez; pero la echaron al descubrir que, en vez de novio, tenía novias. Desde entonces trabaja con los abuelos. También Maricel está a la espera de salir. Tiene un amigo español que le prometió hacerle un contrato de trabajo con el que la dejarían salir de Cuba y entrar en España (porque los cubanos, a pesar de su situación privilegiada en Estados Unidos, son los únicos emigrantes que tienen que luchar más para salir que para entrar). Pero, al parecer, no le ha salido, como casi nunca sale.

Allí en Viñales y en Consolación y en Pinar (la ciudad) todo el mundo que habla cuenta que fulano se fue en una balsa, fulana espera la liberación, mengana tiene un amigo que... Pero nadie tiene la más mínima idea de cómo será la vida cuando por fin se alejen de la isla.

Desde Viñales se ven las montañas al fondo.

martes, 11 de septiembre de 2007

Consuelo en Consolación

Consolación es un pueblo pequeño del interior de Pinar del Río. Hay cuatro casas, como quien dice, y un río de agua turbia en el que los jovencitos van a bañarse; algunos quieren tirarse al agua desde las ramas de los árboles que rodean el río o, peor aún, desde el puente; una actividad peligrosa. Allí nos dirigimos Lázaro, Eris y yo con algunos adolescentes (la hija de Lázaro y sus amigos) que querían bañarse, tirarse desde los árboles y desde el puente. Esto último se lo prohibimos, claro está (éramos los adultos responsables) y, mientras ellos chapoteaban en el agua sucia, nosotros nos dedicamos a soltar guarradas bebiendo una cerveza Bucanero que pasaba de mano en mano. Estábamos arriba, en el coche: un coche azul de los años cincuenta, sin puertas, con un techo de lona, que apenas podía avanzar a veinte por hora y que, el último o penúltimo día, se rompió.
Por las aceras de Consolación hay carteles (los hay por todos los pueblos cubanos, pero yo me fijé aquí) que dicen lo que es la revolución. En el primer cartel dice: Revolución; en el siguiente dice: es solidaridad; en el siguiente dice: es igualdad; y así sigue en una letanía que soy incapaz de recordar más allá del sobresalto. Este es el sustituto de la publicidad, pero es una forma de publicidad mucho más atacante. Allí nadie ha hecho la revolución, pero todo el mundo recita de memoria lo que es la revolución. Esa debe de ser la sutil revolución permanente de la que hablaban los comunistas: Ada Laura, la hija de Lázaro, sentada en el remolque del coche azul sin puertas, recita a gritos - como hablan los adolescentes - la lección, nos invita al conocimiento. También pasamos otros carteles con fotografías de los mártires cubanos: bajo la fotografía está el nombre del mártir, su fecha de nacimiento y la de su muerte, y el país en el que se martirizó luchando por la revolución. Allí un mártir es un soldado revolucionario, pero nadie sabe cómo murió San Esteban o su primo.
Una de esas noches, los mayores discutimos sobre la educación en Cuba. Estamos en casa de Lázaro, una buena casa si quitas el techo bajo que concentra el calor de manera asfixiante y horrible. Durante la tarde todos nos refugiamos en el salón, enchufados a un ventilador. Miguel y yo, los empollones, decimos que estudiar no es tan importante. Miguel insiste en que es mejor huir, salir de Cuba a la primera oportunidad y como sea; y que, mientras se espera la huida, es mejor emborracharse y salir de fiesta antes que perder el tiempo en nada. Maikel y Eris defienden, en cambio, que emborrachándose no consiguieron nada y que es mejor estudiar antes de irse, porque el estudio luego te servirá de algo en el país de acogida (cualquiera sirve para un cubano; no hay preferencias). Pero Miguel se va y en Estados Unidos no podrá ser médico. Hará lo que sea y no le importa. Lázaro insiste en que estudiar es importante, mirando de soslayo a su hija; pero también en que no sirve de nada en un país en el que un médico o un maestro no tienen nada que hacer. Aunque él hubiese preferido estudiar computación, así lo dice, porque eso te abre las puertas y Lázaro no mira un ordenador ni de lejos. Yo defiendo ambas posturas en realidad; pero allí todos están muy acalorados discutiendo, casi ofendidos, porque Miguel siente que ha perdido años en nada y Eris y Maikel sienten que han perdido los mismos años en nada (sólo que sin estudiar lo suficiente) y, así, lo único que se impone es la idea de que en Cuba no hay nada que hacer más que perder el tiempo mientras se espera a un turista que te dé dinero por alquilarte la habitación o el coche o mientras se espera la oportunidad de salir tan ansiada.
Lo que queda es una buena discusión, una de las mejores que he tenido. En Cuba sí hay cosas que hacer porque se habla mucho cuando llega el momento, pero sin decirlo todo, por si acaso. Cuando nos vamos de Consolación, el chofer va vigilando todos los puestos de policía; me pide que me quite las gafas de sol, para no parecer tan turista. Dice que allí no te dejan hacer nada, pero todo el mundo hace algo. El coche de Lázaro, sin puertas y sin nada, todavía anda; lo arregló él mismo.

jueves, 6 de septiembre de 2007

La piscina

Éramos cuatro y nos colamos en la piscina del Hotel Meliá Cohiba, que en rigor era mi hotel, porque era el hotel que le había dado a la funcionaria en la aduana y el que venía escrito en mi visado. Hubo que pagarle cinco dólares (o pesos convertibles) al tipo que vigilaba la piscina, para que nos dejara estar y para que tuviéramos toallas.
Poco importa que yo no me alojara en realidad en el Meliá Cohiba y que nunca tuviera planeado hacerlo allí. Así se hacen las cosas en Cuba. Llegas y empiezas a soltarle trolas a los representantes de la Administración desde el primer momento; sobre todo si quieres ser como los cubanos, porque al turista le cuesta más mentir, o al menos a mí me costaba. Soy un ser acostumbrado a decirle la verdad a los funcionarios. Nunca he robado un calcetín ni le he dicho una mentira a un representante de la autoridad (a los demás, sí, sobra decirlo). Pero en Cuba me habían aconsejado que mintiera desde antes de plantar el pie en terrirorio cubano, desde el consulado, y así lo hice: le dije a la funcionaria que me alojaría en el Meliá Cohiba, y no tenía intenciones de hacerlo.
Resultó que el Meliá Cohiba era de cinco estrellas y que estaba enfrente de donde yo realmente me alojaba, en una casa particular. Así que me dispuse a vivir the Cuban way of life y me dirigí con mis amigos cubanos - Eris, Maikel, Miguel - hacia la piscina en una tórrida tarde de julio. Porque no hay piscinas públicas en La Habana, ni en ningún otro sitio, y desplazarse a la playa de Guanabo nos hubiese costado quince dólares (o pesos convertibles) que yo sí estaba dispuesta a pagar, en mi vertiente capitalista turista, pero los demás no. Entramos en el Meliá, mi hotel, y me dijeron que yo fuera delante para dar el pego. Subimos por unas escaleras mecánicas. Un vigilante nos miró de arriba abajo, pero yo iba toda blanca y reluciente con mi toalla capitalista y mi pinta de extravagante joven europea que se ha perdido por el hotel, y nos dejaron pasar; no sin un leve titubeo. Sentí mentirle al vigilante, aunque en el fondo estaba violando las propias reglas del capitalismo al expoliar la piscina de los verdaderos turistas adinerados y, por lo tanto, de alguna manera servía al régimen cubano, lo cual tampoco me agradaba en absoluto, ya que no creo en cualquier forma de autoridad, sino solamente en la legítima (y, por ello, democrática). Pero da igual, porque en último término el Meliá le rinde beneficios al Estado, con lo que mi acto de rebeldía estaba justificado también en este sentido: así que me bañé con mis amigos placenteramente, y decidí dejar de darle vueltas a esa violación de la legalidad.
Toda la tarde la pasamos en la piscina. Los cubanos, sin duda, la disfrutaron más que yo, que pasé de estar preocupada por el vigilante a preocuparme por una tormenta que se acercaba. Porque en Cuba las tormentas llegan sin decirte nada, como los policías.
Miguel es médico. Cobra apenas quinientos pesos cubanos al mes, que en dólares (o pesos convertibles) se quedan en veinte o treinta. Los cubanos reciben su salario en pesos cubanos pero han de comprar la mayor parte de las cosas en dólares. Por eso no fuimos a Guanabo. Miguel se va en unos meses a Miami, y además legalmente. Es un tío serio. Me avisó de que debía hacer deporte para que no me salieran varices, aunque tiene la extraña idea de que el pelo es un resto atávico del ser humano, y se depila. También piensa que estudiar, en Cuba, es una pérdida de tiempo; que todo el mundo debería marcharse cuanto antes; que es mejor emborracharse e irse de fiesta que perder el tiempo intentando estudiar (en Cuba); y en Miami ganará dólares conduciendo un camión, o quién sabe. Pero este último debate corresponde a otro día que pasamos juntos, esta vez en Consolación (Pinar del Río). Lo contaré en otro momento.

martes, 4 de septiembre de 2007

Relato de una sola rosa

En realidad, no hay una Rosa Díez sino dos. Tal es la frase clave con la que nuestro diario preferido (y ni siquiera lo digo con ironía) cuenta la historia (EL PAÍS, 31/08), relevante para la actualidad, de la socialista Rosa Díez, que se va del PSOE para formar un nuevo partido de futuro incierto.
El artículo, en efecto, ventila la decisión política de Díez con una tosca fórmula que se ha convertido en habitual para EL PAÍS: todo es producto de la esquizofrenia de Rosa, de la psicopatía de Rosa que la divide, biográficamente, en la Rosa buena y la Rosa mala. La Rosa buena quedó en el pasado, pero muy en el pasado. Esa Rosa, oh, se enfrentó a las tesis radicales y embrutecidas de un socialista de Cromagnon, cuya sola mención en estos tiempos zapateriles provoca más miedo que el nombre de Álvarez Cascos: Ricardo García Damborenea. En aquellos tiempos de oscuridad, Rosa se alineó con Nicolás Redondo Terreros (de cuya caída EL PAÍS renuncia a hablar, astutamente, no vaya a ser que empecemos a enmarañarnos con los intereses socialistas) con la intención de tener una posición (un talante, se entiende) más "abierto". Ah, pero ya entonces se fraguaba la caída de Rosa, no la provocada (que es la de Redondo Terreros) sino la íntima, la del corazón, la del pecado. La Rosa mala apareció cuando le disputó el liderazgo de los socialistas vascos a Redondo Terreros, quedando a merced de unos instintos egoístas, ambiciosos, fameriles que repugnarían a todo buen socialista. La Rosa mala es un ser que ha continuado desde entonces en una sola dirección de todo punto lógica (siguiendo la lógica de la caída): terquedad y ceguera política, que le llevaron a arriesgarse por la secretaría general del partido que ganó, in extremis, Zapatero; críticas infames contra su propio partido, arrojadas sólo en los medios de comunicación (sin duda, un grave delito); posicionamiento con el PP (¡traición, traición!); hasta el final abandono del partido y el amor pecaminoso por los focos y por un filósofo feo.
EL PAÍS ha perdido la oportunidad de trazar un perfil adecuado de ese personaje político típicamente español que es Rosa Díez. Cierto es que esa Rosa demostró terquedad y aun estupidez política al tratar de conquistar la secretaría general, lo que vino a demostrar, para los que todavía pudiesen dudarlo, que Díez era una figura de segundo nivel en la política socialista. Pero el autor de este grosero desdibujamiento no pretende demostrar la solidez (y la debilidad) de la política Díez. Solamente quiere que sepamos que es normal que los buenos socialistas del mundo odien y desprecien a Díez. Porque Rosa es mala, mala, mala. Tan mala que ahora sus posiciones en política antiterrorista son muy similares a las que combatió en su día a su antiguo enemigo, García Damborenea. El camino del mal. Dios los cría y ellos se juntan.
El PAíS continúa en la línea de escribir retratos manifiestamente desdibujados de figuras y temas de actualidad. Pero esto lo hacen todos los periódicos. Lo increíble es que su prosa se haya vuelto tan blanda.
(Las cursivas son citas del artículo).

jueves, 16 de agosto de 2007

Pereza estival

Llevo ya varios días en España, pero en la mudez más absoluta. No se me ocurre qué escribir, no leo o leo muy poco, y me paso el día en una especie de somnolencia constante. Lo normal en verano, vaya.

Cuba me gustó mucho. Así dicho, suena igual que decir que Marte me gustó mucho; y en el fondo, para mí fue como visitar otro planeta. No soy organizada para los viajes; nunca planeo lo que voy a hacer, más que en cuatro trazos, y suelo pasarlo mejor cuando aderezo los momentos divertidos con alguna escena de nervios o de sufrimiento (nunca demasiado intenso). Desde que aterricé (al final descargada de Lukácks, pero con Polanyi; avancé unas diez páginas en todo el viaje) sentí miedo de los policías y de las autoridades cubanas. Ya en el aeropuerto me pasé una hora para atravesar la aduana y el control policial; la polícia de inmigración me miró duramente a la cara y me pidió que levantara los ojos, como para comprobar que en la postura también me parecía a la chica del pasaporte. Y así fue, efectivamente: me dejaron pasar con un escueto "bienvenida".


No hay mucho en Cuba que me recordase al estereotipo cubano: en general la gente me pareció tímida y recelosa, al menos hasta el momento en que atravesabas la línea de separación entre el cubano y el turista. Ni se me abalanzaban ofreciendo sexo y diversión, ni pidiendo dinero. Como iba todo el rato con cubanos, los demás siempre eran respetuosos (aunque es cierto que los hombres te repasan por la calle, lo cual es, en ciertos aspectos, un alegre contrapunto a la insípida sensualidad madrileña). Tuve que hacerme pasar por cubana en varias ocasiones, e incluso disfruté del inevitable encontronazo con un policía de tráfico que vigilaba a los cubanos acompañados de turistas. Pasé nervios, angustia, e incluso sentí el irritante sabor de la aventura tropical: el policía amenazaba a mis amigos cubanos y les "pasaba por la planta" (comprobaba sus antecedentes), el tabaco comprado a contrabandistas se escondía en la maleta, un coche se salió de la carretera en medio de una tormenta tropical, otra tormenta tropical quiso arruinarnos el día playero en uno de los cayos.


De Cuba me he quedado con retazos. Los hombres están morenos y van con la panza al aire, descamisados. Las mujeres están morenas y van apretadas en la ropa. Todo el mundo está divorciado y vuelto a arrejuntar. Las mujeres sacan adelante las casas para turistas. Los hombres trabajan en lo que pueden y beben ron por las tardes, a veces demasiado. Todo el mundo se las arregla con las más diversas actividades ilegales. El Bolongo, un chico de Viñales de cabeza rapada atravesada por una cicatriz, conduce un coche que se cae a trozos, sin tapicería, y que se queda parado cada 15 metros; pero el coche se alquila (ilegalmente) a cubanos y a turistas que se hacen pasar por cubanos (yo, en este caso) para dar un paseo por el pueblo. Otro chofer, con un coche verde manzana sobre el que había dibujados dos rayos, nos traslada de Viñales a Consolación, otro pueblo de Pinar del Río, en una carretera acechada por bastantes policías dispuestos a joderle la alimentación al hombre del coche verde o a cualquier otro que traslade gente de un sitio a otro. La gente "hace botella" en las calles. Los camiones son autobuses cargados de gente. Desde La Habana hasta Viñales, de camión en camión.


En aquel coche verde con rayos, sonaba el raeggeton a todo volumen. De repente, sin mediar cambio de disco, los acordes de Hotel California, de The Eagles.


Y sí, he vuelto morena.

lunes, 16 de julio de 2007

Apretando el botón del canal Viajar

Atendiendo a las preguntas sobre mi salud, confirmo cual ministro portavoz del gobierno que la tos está en franco retroceso después de un par de semanas de resquebrajamiento intensivo. A cambio de esta mejoría, mi cuerpo ha decidido entrar en otro proceso de pánico ante mi próximo viaje en avión.
Porque, señores, voy a viajar en avión. Mañana a las 10 de la mañana mi corazón estará acelerado no por el sentimiento amoroso (que también, no lo duden) sino por el movimiento sobrehumano (¿sobrehumano?) del avión. Siento un terror primitivo en el momento en el que el avión se eleva y comienza a volar. En ese momento empiezo a desintegrarme, o mi corazón siente que se desintegra. Pero, en fin, me gustaría no anticipar la sensación desde el día de ayer que, sin embargo, es lo que está pasando.
Me dirijo a Cuba, y no por turismo ideológico. Voy a ponerme morena (más vale que Cuba lo consiga porque si no, no hay esperanza) y a comprobar los modos de vida de la población, como decía un australiano que conocí una vez. Me llevo lectura comunista, más o menos, o sea a Lukácks y a Polanyi, para que no me detengan y me confinen a un campo de trabajo. Quizá me haya equivocado y nos enteremos de esto el 1 de agosto, pero yo voy confiada en mi apariencia de marxista casi ortodoxa. Ya veremos.
Pero no quisiera emplear tantas líneas en hablar de modo tan pedante sobre mí. Esta mañana decidí dejar de lado mis obligaciones (hacer la maleta ordenada y metódicamente) y me puse a ver una película que por alguna razón me ha dejado con una sensación muy placentera. Es "En la cuerda floja", la historia de Johnny Cash y June Carter que hace un par de años le reportó un Oscar a Reese Witherspoon. Normalmente, no hay nada peor que una biopic o "película biográfica", motivo por el que se puede desconfiar de la recomendación que aquí hago. A mí Cash es un cantante que me gusta mucho, oscuro y tremebundo, uno de esos ejemplares del country que mezclaban un profundo sentimiento religioso con un carácter transgresor que les dotaba para estar, paradójicamente, en contacto con la gente: pura white trash. Cash cantaba con una elegancia y una profundidad desconocidas para otros cantantes country. Oírle (en la película: aquí confundo a Cash con Joaquin Phoenix) cantar el tema de Dylan "It ain't me, babe" deja a casi todo el country muy por debajo, por no hablar de la propia versión de Dylan. El country es maravilloso para sentirse del pueblo y llorar mientras te emborrachas, pero Cash va mucho más allá. Oír a Cash no tiene nada que ver con oír al meloso Vince Gill o a Tim McGraw, ni siquiera tiene que ver con los brillantes Merle Haggard o Hank Williams. El último disco de Cash, tras la muerte de June Carter y justo antes de la suya propia, se compone de himnos religiosos que le gustaban a su madre. Así se llama, "My mother's hymn book". Es estremecedor, o sobrecogedor como dirían otros. Tal vez ese disco sirva para desmontar por sí solo el argumento de Arcadi Espada contra Fernando Savater sobre la religión, o quizá incluso sirva para desmontar al propio Savater. O no.
Pero es muy bueno. Por lo que respecta a la biopic, Phoenix y Witherspoon están sublimes aunque encorsetados en la estrategia de salvación del género biográfico. En cualquier caso, sus escenas de amor escapan al código del corsé. Reese (June) recibe una llamada de sus hijas tras una noche de amor adúltero y Joaquin (Johnny) se estremece de miedo porque la pierde.
Muy hermoso.
Y aquí me despido de todos ustedes durante quince días. Lo de llamarles de usted viene del respeto que les tengo, ya saben.