Hace meses participé en una discusión o tímido debate con la filósofa húngara Agnes Heller. Ella estaba tratando de aproximarse al concepto del totalitarismo y a la relación de éste con la modernidad. En su opinión, el totalitarismo niega los ideales de la modernidad (libertad, igualdad, autonomía) a la vez que hace uso de ellos en su tarea de exterminio. Esta posición se acerca y parte de la manifestada en su día por Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, una de sus obras más populares. Arendt trató de condensar el fenómeno totalitario en las páginas del tercer volumen de la obra. Los dos volúmenes anteriores se habían dedicado a "los orígenes" del fenómeno: el antisemitismo (combinado con el ascenso del nacionalismo) y el imperialismo (la ascensión de "la chusma" y de sus métodos brutales). Era 1951, relativamente temprano para comprender el nazismo y muy temprano para comprender en su totalidad el sovietismo (Stalin ni siquiera había muerto); así que el esfuerzo fue criticado por su dosis elevada de improvisación, pero justamente valorado por su atrevimiento teórico. Por atreverse a reunir ambos fenómenos (nazi y soviético) en un solo concepto: totalitarismo.
En su versión del totalitarismo, Hannah Arendt propone que los nazis y los soviéticos buscaban construir el Estado total. Para que lo fuese, este Estado debía apoyarse por un lado en las masas (que niegan completamente al individuo) y a la vez dominarlas por completo. Pero la estrategia de dominación se consigue sólo mediante la implantación del terror: el terror totalitario nada tiene que ver con el hecho de que alguien sienta miedo, miedo a morir, miedo a que alguien muera, miedo de no poder pagar la hipoteca. Esta persona que siente miedo es todavía una persona, un individuo, alguien que se distingue. El terror totalitario, en cambio, se impone en la vida y en las mentes de los individuos, los despoja de sus diferencias y les somete al mismo y único movimiento del miedo. Se trata de un miedo que llega a ser estático e impersonal, que se acerca casi a la indiferencia. Desolación, lo llamará Hannah Arendt, para distinguirlo de la soledad que busca el individuo a propósito para pensar o para poner distancia con sus semejantes. En su opinión, esta desolación afectaba tanto al ciudadano nazi como al ciudadano soviético; les afectaba en su vida diaria y "normal" en sociedad, y se llevaba al extremo cuando uno u otro era conducido al campo de concentración o al gulag (campos de concentración soviéticos), en el que ya sólo quedaba úna alternativa: devorarse literalmente hasta la muerte, tras ser convertido en un número.
El grado de refinamiento alcanzado en la tortura y en el asesinato no tiene rival en ambas versiones del totalitarismo. Por mucho que se recurra a anteriores o posteriores torturas y genocidios, nada puede igualar los medios técnicos y administrativos al servicio de la industrialización de la tortura y la muerte del totalitarismo. Tampoco se puede igualar el grado de legitimación teórica, los medios "filosóficos" que acudieron en la ayuda del asesinato masivo; especialmente en lo que se refiere al experimento soviético.
Y aquí vino la pregunta que toscamente le planteé a Agnes Heller. El concepto de "totalitarismo" es útil sin duda en la explicación de un Estado que recurre al terror para mantenerse y dominar a la ciudadanía. Sin embargo, en lo que se refiere a la relación entre el totalitarismo y la modernidad, quizá sea infinitamente más iluminador y distinto el caso soviético. Para despojar al nazismo de algo de su poder mítico, podemos aducir dos razones: 1) su tradición puede ser acusada de "específicamente alemana" y Alemania es un caso muy raro en Europa: modernización tardía y rechazada por sus clases medias, pobreza de su liberalismo, exacerbado nacionalismo "espiritual", rechazo del europeísmo y de cualquier concepto de "civilización"; 2) el nazismo alemán dirigió casi todas sus fuerzas al exterminio espiritual y físico de los judíos (genocidio), con lo que contó, según sabemos hoy, con una clara complicidad social.
¿Qué sucede, en cambio, con el totalitarismo soviético? También la tradición rusa era ajena, mucho más ajena si cabe, a la del resto de Europa (y todo el mundo sabe que hablar de Europa era hablar de los dos líderes de la civilización, Francia e Inglaterra). Pero, por el contrario, el marxismo es un fenómeno nítidamente europeo: pensemos en la línea que lleva de Kant a Hegel a Marx; pensemos en el liberalismo y la teoría económica clásica, Locke, Hume, Smith, Ricardo; pensemos en los primeros sociólogos franceses, en la tradición del cientifismo y la ingeniería social. El marxismo proviene de la Ilustración; puede que sea una versión desvirtuada, pero qué duda cabe de cuales son sus orígenes; el marxismo es universalista, moderno, racionalista. Pero no solamente se trata de los orígenes de la tradición marxista. Si aplicamos el concepto del totalitarismo al caso soviético, veremos que sus características se cumplen mucho mejor: el Estado perseguía y alcanzaba a todos, a los campesinos, a los intelectuales, a los revolucionarios (Trotski, Zinóviev, Kámenev murieron tras haber "confesado" su traición a la revolución), a los jefes de la policía política, a los cosacos, a los antiguos burgueses resentidos. A todos, excepto a Stalin. El caso soviético expone en líneas vivas el concepto arendtiano de "desolación".
En resumen: el nazismo fue antimoderno, irracionalista, antisemita, a pesar de su uso de los técnicos, de los médicos, de los ingenieros; el sovietismo fue moderno, racional, y aleatorio en el empleo del terror. Su filosofía cumplió con creces con la función de toda ideología: las ideas suplantaron completamente a la realidad, hasta el punto de que la Rusia soviética era una tierra de abundancia y felicidad, una tierra feliz que uno contemplaba en el viaje de tren a Siberia.
En palabras de Martin Amis en Koba el temible:
La diferencia podría estar en que el nazismo se esforzaba por ser exacto, mientras que el terror estalinista era deliberadamente aleatorio. Todo el mundo era víctima del terror, desde el primero hasta el último: todos menos Stalin. (Amis, Koba el temible).
Esto me llevó a decirle a Heller que quizá, si pretendemos recuperar los ideales de la modernidad (libertad, igualdad, autonomía), algo en lo que firmemente creo, primero debemos desmontar la tradición que condujo hasta el sovietismo. No se trata solamente de publicitar los crímenes de Lenin y Stalin, de que "se conozcan", que también. Se trata de que "la izquierda", esa izquierda dulcemente complaciente con los crímenes que se cometen en su nombre, con las estrategias de la estigmatización y la condena retórica (facha-pijo-nazi-burgués-capitalista-imperialista-yanqui), pero que a la vez se precia de haber sido la primera en apostar por la democracia, se trata de que la izquierda se descuelgue dura y fríamente de sí misma.
(Estas reflexiones son un corolario al debate mantenido con Agnes Heller y a la lectura de Koba el temible, de Martin Amis).