miércoles, 28 de noviembre de 2007

¡Prisioneros del mundo, uníos!

El oficial soviético Yershov, encarcelado en un campo nazi y pisando el filo de la muerte diaria, recuerda su visita a los Urales, donde su padre y su familia estaban siendo deskulakizados. Es decir: campo nazi, campo soviético; y en medio un hombre entre otros que no sólo piensa en sobrevivir, sino que quiere luchar por la libertad de todos los prisioneros. Esto es Vida y destino, de Vasili Grossman: Stalingrado, los campos, y en medio los hombres luchando por la libertad.
Los brazos viejos, delgados, rudos envolvieron al hijo en un abrazo, y en ese movimiento convulso de los viejos brazos extenuados que colgaban del cuello del joven oficial se expresaba un tímido lamento y tanto dolor, una petición de defensa tan confiada, que Yershov sólo encontró un modo de responder: se echó a llorar.
Después visitaron tres tumbas: la madre había muerto en el primer invierno, la hermana mayor, Aniuta, en el segundo y Marusia, en el tercero.

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