viernes, 4 de marzo de 2011

It takes guts to be gentle and kind

Joseph De Maistre dice, en sus Consideraciones sobre Francia, una gran cantidad de burradas. Sin embargo, hay una de ellas que ha podido convertise en algo parecido a una frase hecha que todo el mundo podría creerse a pies juntillas: se puede morir de un exceso de civilización. No es el único que lo piensa. John Stuart Mill, un pensador completamente diferente a De Maistre, de un talante mucho menos retórico y de una inteligencia mucho más aguda, dice en Sobre la libertad que la civilización puede venirse abajo si ha perdido la fuerza que la impulsa a luchar por sí misma.

En el fondo, ambos dicen cosas muy parecidas. Aunque es cierto que lo dicen de maneras suficientemente distintas: De Maistre parece aliviado e incluso excitado por el derramamiento de sangre y por la destrucción de la civilización; Mill advierte, en cambio, del peligro de que lo mejor de nosotros perezca si ni siquiera somos capaces de valorarlo.

La gente no cita a De Maistre o a Mill cuando menciona la actual desgana que le provoca ser civilizado. No hace falta. Basta decir otras cosas más de andar por casa: por ejemplo, basta decir que nos lo merecemos, mientras soñamos con que Bin Laden nos da por el culo o mientras aplaudimos los actos de valentía de Hugo Chávez.
La cita de De Maistre: cuando el alma humana ha perdido la tensión de sus resortes por la blandura, la incredulidad y los vicios gangrenosos que siguen al exceso de civilización, no se puede templar de nuevo más que en la sangre.
La cita de Mill: Para que una civilización pueda sucumbir así ante su enemigo vencido necesita haber llegado a un tal grado de degeneración que ni sus propios sacerdotes y maestros, ni nadie, tenga capacidad ni quiera tomarse el trabajo de defenderla. Si esto es así, cuanto antes desaparezca esa civilización mejor. No podría ir sino de mal en peor, hasta ser destruida y regenerada (como el imperio de Occidente) por bárbaros vigorosos.

jueves, 24 de febrero de 2011

El hombre que no sabía tener enemigos

Javier Cercas vive desde hace años una polémica desgarrada y persistente con Arcadi Espada. El 8 de marzo de 2009, Cercas publicó un artículo titulado "Todos los gatos son teléfonos" en El País. En él narraba un encuentro casual con Espada en un aeropuerto. Al día siguiente, Arcadi Espada cuelga en su página web el artículo escrito por Cercas sobre ese encuentro tal cual. No introduce ni una coma, ni un comentario. Lo deja así para el lector. Pretende que Cercas quede doblemente retratado.

Cercas, en efecto, se retrata a sí mismo en su artículo. Es un artículo que diríamos "mono": las chicas lo diríamos, quiero decir. En él se presenta como un tipo tierno, que camina distraído y eufórico por el aeropuerto cuando se cruza con un antiguo conocido de quien no recuerda el dato fundamental: ese conocido es su enemigo. Cercas se sorprende al reconocerlo, cuando el otro (Arcadi) se lo recuerda, o más bien le recuerda "nuestra polémica". Por un momento parece noqueado, luego suave, tiernamente irritado. Idea respuestas, reformula su réplica ante el ataque de Espada, sucedido años atrás; se disculpa por sus errores. Cae, finalmente, en la melancolía, tras esforzarse con toda su alma en odiar a Espada: todos los hombres son unos pobres hombres. Vanitas vanitatum. Polvo eres, en polvo te convertirás. Ya nada puede hacerse. Lo hemos perdido todo en el naufragio que es nuestra vida. Le hubiera gustado abrazar a A., pero sólo le estrechó la mano.

Arcadi Espada se ha referido a este artículo y de diversas formas como "el abrazo del oso". ¿Qué es el abrazo del oso? El abrazo del oso es esa manera de clavártela por detrás, por decirlo finamente. El abrazo del oso es esa manera tierna y delicada de odiar que tenemos todos los teléfonos.

En general, los españoles llevamos a un Cercas dentro. Sobre todo algunos españoles. Pero deberíamos aspirar a tener más espadas.

viernes, 18 de febrero de 2011

Nir Rosen y el amor a la Humanidad

En Los hermanos Karamázov leí, hace muchos años, una frase que todavía recuerdo: un personaje decía que cuanto más amaba a la Humanidad en general, menos amaba a la gente en particular. La reflexión se contiene dentro de una de las típicas soflamas sobre el amor cristiano y el reconocimiento del pecado que caracterizan la literatura místico-psicológica de Dostoyevski, pero, más allá de esto, la frase tiene un gran poder revelador. Resulta que Dostoyevski tenía cierta capacidad para darse cuenta de los movimientos ideológicos que se estaban imponiendo en la Europa del siglo XIX y de cómo éstos influían en el carácter de las personas.
Ahora vivimos en el siglo XXI y existe una cosa llamada Twitter. Es una red social, aunque no tan famosa como Facebook, creo. Las redes sociales son sitios donde cualquier persona puede decir lo primero que se le pase por la cabeza. Así de fácil. Por lo tanto, son sitios donde cualquier persona puede hacer el ridículo o ser ingenioso o brindar conocimientos con gran rapidez y, digámoslo así, con verdadera amplitud. Pero no es mi propósito analizar la naturaleza de las redes sociales, sino afirmar el hecho de que éstas nos ofrecen un nuevo lugar donde amar a la Humanidad en general y detestar a la gente en particular. Últimamente se ha hablado mucho de los "tropiezos" de los famosos en Twitter: Bisbal habló de las pirámides, Vigalondo cayó en desgracia tras hacer ciertos comentarios de mal gusto sobre el Holocausto, a Jordi González se le "calentó" la boca tras ser acusado de hacer telebasura, Álex de la Iglesia se pasó al lado oscuro después de descubrir la bondad y la belleza de Internet, etc. Hasta ahora, todos los mencionados son asuntos patrios, que en mayor o menor medida condicionan la denominada vida cultural de este país (no nos engañemos: Bisbal es un asunto patrio). Sin embargo, ninguna de estas anécdotas nos ilustra sobre lo que significa el amor a la Humanidad cuando se vuelve contra las personas particulares.
Esta semana, el periodista Nir Rosen, descrito por sus colegas como un periodista "de izquierdas", broméo en Twitter acerca de la violación de la periodista Lara Logan: la broma inicial podía considerarse de mal gusto e inoportuna, aunque al fin y al cabo era una broma ("Lara Logan tenía que superar a Anderson, ¿dónde estaba su amiguete McCrystal?") Peores fueron sus respuestas ante las críticas que comenzó a recibir en ese mismo momento, y que son la mejor prueba de que uno debería dejar de escribir o de hablar en ciertos momentos de la vida, incluso con Twitter de por medio. Podríamos decir que se trata de errores humanos, con todo. La Humanidad se las trae.
Si escribo aquí sobre el caso de Rosen no es por estos comentarios, ni siquiera por la violación de Lara Logan. Es por algo bastante más viejo que Twitter: Rosen es un ejemplo claro de amor a la Humanidad en general. Es preferible dejar que él mismo se exprese. Veamos qué ha dicho Rosen en su defensa, tras pedir perdón en repetidas ocasiones por su metedura de pata. En primer lugar, se defiende con una buena excusa: su ignorancia del verdadero alcance del ataque a Logan (At the time, I did not know that the attack against Lara Logan was so severe, or included apparent sexual violence). Hasta aquí, bien. Culpa después al humor negro, en lo que parece ser un mecanismo de autodefensa del reportero de guerra (It was a disgusting comment born from dark humor I have developed working in places like Iraq, Afghanistan, Somalia, Yemen and Lebanon -- and a need to provoke people). Rosen dice más cosas sobre el humor negro y la guerra en esta entrevista: When you’re in war zones you develop a black humor and make jokes about your death, other people’s deaths, other terrible things, writers and photographers do it, as of course do Bosnians, Iraqis, Somalis and others as a coping mechanism. But taken out of context this can be deeply hurtful, especially when made by a man. Lo del humor negro no me parece una mala defensa del primer comentario, desde luego, aunque es una desgracia que se combine con la experiencia de guerra y con ser varón.
Sigamos: la culpa es, también, de Twitter. Twitter no es un lugar acogedor para gente como él, con humor negro y sangre caliente. Twitter is no place for nuance, which is why I should have stuck to long-form journalism. Por otro lado, es de agradecer que no se haya dedicado a analizar la naturaleza de las redes sociales y su impacto en el periodismo de guerra. Estamos llegando al clímax del artículo: lo que Rosen en realidad quería decir cuando bromeó sobre Lara Logan, Anderson Cooper y McCrystal. Had Logan been a non-white, non-famous journalist, this story would have never made it to the news (Si Logan no hubiera sido una periodista blanca y famosa, esta historia nunca se hubiera convertido en noticia). Muchas mujeres han sido víctimas de violaciones en Egipto en los últimos tiempos, mostly, it seems, by non-revolutionaries (sobre todo, al parecer, llevados a cabo por personas que no se dedican a hacer la revolución contra Mubarak). No sé si agradezco tanto que Rosen no nos ofrezca más información al respecto. ¿Qué es lo que quiere decir? ¿Que entre el pueblo revolucionario no es posible que se cuelen unos cuantos capullos, o que los capullos no suelen hacer la revolución contra Mubarak? ¿O tiene información de quiénes son los capullos, aunque no sea el momento ni el lugar de darla? Supongo que se refiere a la última opción. Veamos, por último, en qué términos explica Rosen su interés en hablar de Logan:
The U.S. media did not care when Egyptian journalists (or any other Egyptian) were being jailed. Only when pretty white people showed up did Egypt really start to matter, and then, they were preoccupied with the scary Muslim Brotherhood possibly taking over, or what would happen to poor Israel now that there was a "threat" of democracy in Egypt. (A los medios de comunicación americanos no les ha interesado que periodistas egipcios - o que otros egipcios - hayan sido encarcelados. Egipto sólo empezó a interesarles cuando gente blanca y guapa hizo acto de aparición allí, y después se empezaron a preocupar de la posibilidad de que los aterradores Hermanos Musulmanes tomaran el poder, o de lo que le pasaría al pobre Israel si ahora había una "amenaza" a la democracia en Egipto).
Esta es la parte esencial de la defensa de Nir Rosen: su amor a la Humanidad, en este caso a la Humanidad egipcia, no blanca y fea. Su broma inicial sobre Logan, Anderson Cooper y McCrystal aparentemente no tenía nada que ver con el humor negro que ha desarrollado para protegerse de la violencia y la muerte en las zonas de guerra; tenía que ver con la defensa de los oprimidos, los olvidados, los humillados y los ofendidos (en homenaje, de nuevo, a Dostoyevski). Tenía que ver con la rabia que le inspiran las guerras injustas y los medios de comunicación (americanos). No tenía que ver con Lara Logan, al menos no con ella directamente, excepto por el hecho de que ella representa a los medios de comunicación (americanos) que son capaces de justificar guerras injustas ante los ojos de otras personas blancas y guapas como ella.
With 480 characters I undid a long career defending the weak and victims of injustice.
Qué cosas tiene esto de amar a la Humanidad.

lunes, 21 de diciembre de 2009

La muerte de Chéjov

Conocí a Janet Malcolm a través de un comentario de Arcadi Espada en su blog, que luego me condujo a otros muchos; los temas eran los habituales en el blog de Espada - periodismo, búsqueda de la verdad, ficción, "reconstrucción" literario-periodística de la historia, etc. - pero entonces no me enteré de nada. Meses más tarde me di de bruces con El periodista y el asesino en una librería universitaria. El nombre me sonaba, el asunto me atraía y lo leí en apenas unos días, mientras hacía caso omiso de mis "obligaciones" intelectuales.
Encargué todos los libros de Malcolm que pude encontrar: Psicoanálisis: una profesión imposible, En los archivos de Freud, Dos vidas: Gertrude y Alice (la más reciente, dedicada a la supervivencia de Gertrude Stein en la Francia ocupada por los nazis), Sylvia Plath: la mujer en silencio, y finalmente Leyendo a Chéjov. Dejé esta última para el final, por dos razones: en primer lugar, porque el asunto literario sobre Chéjov me interesaba menos que todos los demás; en segundo lugar, porque ni siquiera había leído a Chéjov.
Llegué hasta él casi con pereza. Nada podía igualar la agudeza de los libros de Malcolm que ya había leído, menos aún un libro de crítica literaria. Al fin y al cabo, las "biografías" de Stein y de Plath tenían más que ver con la mentirosa técnica literaria que invita al escritor a escribir una biografía y al lector a creérsela; pero tanto Stein como Plath eran figuras literarias recientes, y también polémicas. Pertenecían al siglo XX, a la vanguardia y al feminismo, y, al lado de algo tan actual y trágico, Chéjov - el menos trágico de los rusos - tenía que palidecer. Debo añadir que fui una adolescente chunga (en palabras de Irene Sánchez) que leía a Dostoyevski compulsivamente. También he sido una lectora compulsiva de Plath. Afortunadamente, no lo he sido de Gertrude Stein. Todo esto explica muchas cosas, como mi pereza al leer a Chéjov durante demasiado tiempo.
Let's go to the point, o vayamos al grano. No me atrevería a decir que Leyendo a Chéjov es el mejor de los libros de Malcolm sobre periodismo, historia, literatura y, en definitiva, sobre la búsqueda de la verdad, pero sí diré que completa los otros libros e incluso que los atraviesa de parte a parte. Pero, en cualquier caso, eso es lo de menos. Lo importante es lo que nos cuenta Malcolm sobre la muerte de Chéjov. El tema se trata en el capítulo IV. Malcolm recorre todas las obras que conoce donde se ha narrado la muerte del genio: "La muerte de Chéjov es una de las grandes escenas de la historia de la literatura". Ustedes sabrán que Chéjov murió en 1904, cuando era relativamente joven, de tuberculosis; que fue un mujeriego; y que acabó retirándose a morir a Yalta, donde, antes de emitir el último suspiro, pidió una copa de champán. Tres personas contaron su muerte "de primera mano": su viuda, la actriz Olga Knipper, la describió en dos cartas de 1908 y 1922; un estudiante de medicina que se encontraba en el hotel donde Chéjov murió, Leo Rabeneck, la recordó en un artículo de 1958; el médico que le atendió, el doctor Schwörer, no escribió nada, pero habló con un periodista inmediatamente después del fallecimiento y dejó, como de pasada, algunos detalles. En todos estos testimonios se mezclan los mismos detalles: Chéjov era consciente de que se estaba muriendo (Ich sterbe); alguien, parece que el médico, pidió una copa de champán, y Chéjov la apuró justo antes de morir. En estos detalles elegantes y delicados coinciden tanto la viuda como Rabeneck, parcialmente respaldados por el médico que habló con el periodista. Otro periodista, amigo de Chéjov y de su mujer, transmite un día después una serie de nuevos detalles: Chéjov habría alucinado con marineros y japoneses y habría rechazado una compresa de hielo que su mujer iba a aplicarle con las palabras "No pongas hielo en un corazón vacío". Estos son los testimonios, más o menos directos (Olga, Rabeneck) o secundarios (Schwörer al periodista, el otro periodista), de los testigos de la muerte de Chéjov.
Es evidente que la literatura encuentra en ello abundante material: Chéjov, al fin y al cabo, tiene el gusto de morirse con elegancia, estoico en el dolor (Ich sterbe), irónico ante el placer (el champán). Nadie está seguro de cómo o por qué se pide la copa de champán, pero se pide, y parece que Chéjov la apura. El estoicismo del genio en la hora de su muerte parece estar a tono con la generalidad de su carácter, poco dado a las estridencias. Pero la literatura tiene hambre de condimentos, y Malcolm neutraliza ese hambre con una pura transcripción que podríamos denominar historiográfica: la biografía de Magarschack (1952) expone primero el momento del champán para pasar rápidamente al delirio con el marinero, recuerdo de la guerra ruso-japonesa; la princesa Toumanova, en 1937, insiste en la alucinación marinera y japonesa para concluir que "ese gran humanitarista fue fiel a sí mismo hasta el final" porque no pensaba en sí mismo, sino en su pueblo; Gilles, en 1967, insiste ya solamente en el marinero, en el "miedo" a los japoneses y en la sentencia sobre el hielo en un corazón vacío (que provienen, como sabemos, de una fuente secundaria); la literatura comienza a hacer sus juegos de palabras con la realidad. Troyat, en 1984, convierte el corazón vacío en un estómago. Rayfield, en 1997, asume que el marinero era su sobrino Kolia, y vuelve a transformar el estómago en un corazón. El champán ya no aparece en ninguna narración, y ha sido curiosamente sustituido por las alucinaciones y el corazón-estómago.
Lo mejor está por llegar, sin embargo: Callow, en el 98, tiene el talento de describir en la misma escena tanto las alucinaciones como el champán, el estómago vacío y el Ich sterbe, sólo que a todo esto le sigue un elemento nuevo, un joven mozo despeinado que sube el champán a la habitación del hotel. ¿De dónde ha salido este nuevo personaje? Malcolm nos dirige diligentemente a la fuente de esta información: el famoso escritor Raymond Carver, que hizo ficción sobre la literaria muerte de Chéjov en un relato titulado "Errand". Allí aparece el mozo de hotel. Allí se piden tres copas de champán. Allí se han mezclado, ya definitivamente, la literatura y la crónica.
¿Qué conclusión podemos extraer de todo esto? Malcolm es irónica al respecto: tal vez sólo sepamos que no ha ponerse hielo en un estómago vacío (optemos por la explicación medicinal). Pero la cosa está clara. Callow ha transgredido las reglas de la crónica biográfica. ¿Y Carver? ¿Qué ha hecho Carver? Ha hecho lo que hacen los literatos: la tierra es del viento.

jueves, 30 de abril de 2009

Heidegger, el resistente

Francia no es sólo un país donde los franceses disfrutan de una primera dama de insultante belleza. Además, Francia es un país donde tienen lugar verdaderos debates filosóficos que interesan a ciertas minorías. Esto no quiere decir que el debate en cuestión, sobre el nazismo de Heidegger, sea tan interesante como para dedicarse en exclusiva a él. Por supuesto que hay otras cuestiones merecedoras de toda la atención, más aún en estos tiempos. Sin embargo, no deja de ser un debate necesario en un mundo donde Heidegger es considerado el más grande filósofo del siglo XX, el último gran filósofo en realidad (con permiso de Wittgenstein).
En febrero de 2007, el programa de televisión Bibliothèque Médicis emitió dicho debate sobre el llamado caso Heidegger: asistían François Fédier, traductor de Heidegger al francés y amigo del susodicho, Pascal David y Monique Canto-Sperber, filósofos, Emmanuel Faye, hijo de Jean Pierre y autor de un libro sobre el nazismo de Heidegger de reciente publicación en España, y Edouard Husson, historiador.
En un momento de la discusión, se habla de una carta escrita en 1916 por un joven Heidegger sobre la "judaización de las universidades" y la fuerza de la "raza alemana". Los adversarios admiten el comentario, pero lo interpretan de manera muy diferente: para Faye es prueba de la preocupación dominante de Heidegger por el dominio espiritual (sea esto lo que sea) de la raza alemana, para Fédier es prueba de una estupidez juvenil, propia de un joven que titubea al enfrentarse consigo mismo en la búsqueda de su camino. Esto entra dentro de la tesis, mantenida tanto por Fédier como por David, de que Heidegger cometió un error al afiliarse al partido nazi en 1933 y de que, poco después, se convirtió en un opositor al régimen, en un verdadero combatiente filosófico contra el totalitarismo.
El historiador Husson amablemente le tiende la mano a los filósofos, a la vez que los reprime: la filosofía tendrá que debatir sobre "la verdad" del pensamiento heideggeriano, su obra, etc., pero el historiador tiene datos suficientes para confirmar que el hombre Heidegger era un hombre muy receptivo al ambiente de la época, es decir, al antisemitismo.
Gracias a dios por los historiadores, o a la madre de Husson por haberlo parido.

lunes, 9 de marzo de 2009

De repente, lo último de Almudena

Almudena Grandes dedica su columna del día a Ingrid Betancourt. En verdad, se retrata a sí misma: su honestidad cruda, despiadada al retratar a los otros - al fin y al cabo, es novelista - aunque también al someterse a la auto-observación, según nos avisa cuando nos dice que a veces se harta de sí misma y de su manía de llevar siempre la contraria, manía esa a la que todos nos aferramos con avidez a la hora de ejercer el autorretrato. ¡Yo también me canso de mí misma exactamente por eso! ¡Y qué bien se queda uno después de sacarse los colores! Es sano y vital tomar la pluma para decirse cosas feas y para acusarse de honesto, de bruto, de tocahuevos; de revolucionario, en fin, sangriento sólo si hace falta, que miente para mejorar la realidad que no le gusta.
Dice Almudena que Ingrid le provoca "desconfianza", pero que no puede fundarla en razones "objetivas". Por supuesto, no tiene pruebas por las que debamos inclinarnos a "desconfiar" de Ingrid. Sólo una: la foto en la selva. Le parece reveladora de una "personalidad tortuosa", si bien no tan tortuosa como la que intuye ahora. Ah, y otra: la auto-crítica de Luis Eladio Pérez, escrita, al parecer, bajo la tortura psicológica de una Josefa Stalin en potencia, "próxima a la humillada sintaxis de las viejas autocríticas". Y, finalmente, la más importante: la inverosimilitud, que es más importante - para un novelista - que la verdad. Ingrid le resulta verosímil sólo como princesa arrogante y manipuladora, que seguramente llegó a ejercer un control tal de los secuestrados y de los guerrilleros selváticos que pondría los pelos de punta a cualquiera de los que hoy caen a sus pies para adorarla. Ingrid, dureza staliniana en la selva.
Estamos a la espera de ese relato que anuncias, Almudena. Confiamos en que describas con exactitud literaria los crímenes cometidos en nombre de la humanidad y de los oprimidos.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Propaganda: dignidad humana y castigo a perpetuidad

Comienza la estrategia a la contra en el falso debate sobre la cadena perpetua. Ya estaba tardando en aparecer, debido al respeto que infunde un cuerpo que aún no se ha localizado, el de Marta del Castillo. Pero El País se ha atrevido hoy, dándole la mano al movimiento encabezado por los padres de la chica asesinada: tres artículos. Los padres hablan de lo que pide "el pueblo" - ¡democracia! - y los periódicos instruyen a ese pueblo arrasado por la compasión.
El primer artículo se pregunta por la cadena perpetua, para después afirmar rotundamente que "es peor 40 años de cárcel". Así lo dice: es "peor"; no es "lo mismo", no es "mejor", sino peor para que los bestias y los brutos nos consolemos cuando clamamos venganza. Se sucede una serie de argumentos sobre la realidad de nuestro sistema penal y la libertad condicional, para terminar con el otro canto clamoroso, de signo apuesto y que también reclama para sí la solidaridad popular, que afirma la ineficacia del castigo desmedido y apuesta por la dignidad humana y la aclaración de "las causas de la delincuencia".
El segundo continúa la estrategia de modo poco sutil: Alberto Jabonero escribe en La dignidad de los encarcelados que "las tripas se imponen al cerebro". Ya lo estamos definiendo: tripas contra cerebro ante un crimen aterrador. El mensaje es claro, y por otro lado sensato: usemos el cerebro en vez de asestar un puñetazo al aire; no legislemos "con las tripas", aunque humanamente nos sintamos impelidos al vómito. Los "crímenes execrables" son humanos, pero su castigo ha progresado. Y aquí, efectivamente, está la clave: en el progreso, que se atiene al concepto de dignidad. ¿Y qué nos dice este concepto? Que la persona, aunque cometa un crimen, e incluso aunque ese crimen sea execrable, tiene derecho a reintegrarse al "tejido social" y a "purgar" su crimen. El progreso ante la venganza y el castigo impone límites "infranqueables"; no se puede retroceder después de haber avanzado tanto. ¿Significa esto que tampoco se puede seguir discutiendo sobre la dignidad de las personas, en relación a los crímenes cometidos por esas personas? ¿Que no se puede legislar sobre lo execrable de ciertos crímenes? ¿Que no se puede someter el concepto de "reinserción" a una crítica?
El tercer artículo da el golpe de gracia: se titula "Otro padre herido hablando de leyes en La Moncloa". Considero el título suficientemente expresivo: los padres heridos no hablan de leyes, aunque haya que trasladarles el cariño de los españoles.
Las víctimas de los crímenes no razonan. Lo sabemos bien. Sin embargo, la sucesión de estos tres artículos me parece pura propaganda: lejos de invitar a meditar sobre la cadena perpetua, o sobre el castigo humano y proporcionado a ciertos crímenes, lejos también de informar sobre las cualidades de nuestro código penal, se trata más bien de asegurarse de que nadie se atreva ni por un momento a poner en duda el principio de reinserción y de reeducación tal y como éste se aplica en las cárceles españolas. Las pasiones (por castigar) luchan aquí no contra el cerebro, sino contra el progreso y sus principios irrebatibles de bondad.