Antonio Gramsci fue uno de los teóricos marxistas más importantes del siglo XX. Con este breve y grosero resumen de su papel intelectual (teoría, marxismo, siglo XX), no quiero hablarles de las ideas de Gramsci (algunas de ellas nada desdeñables, aunque discutibles) sino de un asunto muy de actualidad. Resulta que hoy nos dicen que Gramsci se confesó antes de morirse y besó una imagen del Niño. Lo dicen todos los periódicos, porque al parecer es una noticia importante, sobre la que cabe discutir mucho.
Lo más llamativo de todo esto no es, evidentemente, la insistencia del Vaticano en demostrar que los ateos marxistas, que tanto daño han hecho a la religión (o que tan buen servicio le han rendido, a la postre, en aquellos países en los que la prohibieron), finalmente se arrepienten y retornan a eso que se llama "la fe de su infancia". Es natural que un católico arda en deseos de comprobar que los insensatos no sólo se consumen en un esfuerzo inútil, sino que acaban por darse cuenta de ello a las puertas de la muerte, cuando saben que tienen que enfrentarse al juicio divino. Incluso puede decirse que, en algunos casos, se hace de buena fe; no queremos que nuestros seres queridos vayan al infierno, y ¿no es un héroe de nuestro tiempo, una figura relevante de la sociedad, una proyección de lo que hemos querido? Al menos lo es en algunos casos. Recordemos que Gramsci, además, pasó varios años en la cárcel en la añorada Italia de Mussolini, y murió poco después de salir en libertad, y tan joven.
Cosa distinta es el empeño de los compañeros de Gramsci en negar ese último acto de temor y temblor. Como si, al reconocerlo, las ideas y los argumentos de Gramsci sobre la sociedad y el poder se derrumbasen una a una, desmontadas no por los hechos sino por uno u otro crimen de conversión a la necesidad histórica. Gramsci se convirtió de vuelta al catolicismo y, acto seguido, no sirve nada: ¡horror! Finalmente, es cierto: ni a unos ni a otros les importa lo que dijo Gramsci sobre la sociedad o lo que hizo Gramsci en la sociedad de su época (la italiana de principios del siglo pasado), sino sólo aquello en lo que reculó ante la muerte, cuando su figura histórica acabó de perfilarse por completo y nos fue entregada calentita, lista para su manejo rápido por las masas de creyentes. Aquí tienen a Antonio Gramsci: comunista. Aquí tienen al nuevo Gramsci: hijo pródigo.
4 comentarios:
A veces la Iglesia parece un pollo descabezado, no se sabe a dónde quieren ir. Eso en cuanto a sacar el tema del pobre comunista en cuestión. Sobre lo que dices de estos han mantenido oculta esa revelación (si mal no he leído creo que así decías), pues igual de absurdo.
Pero yo quería hablarte de tu entrada anterior, que me quedé sin tiempo pero con ganas de hacerlo. No me quedó del todo claro si atacabas (más bien sí) a Almudena Grandes y, sobre todo, cuáles eran tus motivos acerca de esta crítica (sé que debería haber hecho una segunda lectura, pero me toca siesta, y luego no parar de corregir).
Y de paso, aunque lo habrás visto, hoy en el www.elpais.es estaba en portada la polémica entre ella y Muñoz Molina sobre, precisamente, un comentario de Almu acerca de las monjas de la Guerra Civil.
¡Un besito!
Julián, te he respondido en un nuevo post porque la respuesta se me quedaba demasiado larga. Respecto a la polémica entre Muñoz Molina y Grandes, mi opinión es evidente: la columna de Grandes, que leí antes de que respondiera Muñoz Molina, es groseramente propagandística, panfletaria e inmoral. La postura de Grandes parece insistir en que sólo ella se toma en serio a las víctimas; los demás nos reímos mucho.
Y que conste que una de las que puso el grito en el cielo con lo de la Maravillas fui yo, vaya cosa.
No entro en el fondo del asunto porque creo que tiene razón: el asunto no importa nada. O tanto como que las últimas palabras de Gramsci fueran “Forza Milan!”, para orgullo de Berlusconi y enfado del presidente del Inter.
Pero es que no me resisto a comentar lo que me ha venido a la cabeza al leer eso de Luigi de Magistris, ex responsable del Tribunal vaticano de la Penitenciaría Apostólica (el dicasterio que trata de indulgencias, perdones, absoluciones y controversias internas). Un personaje de Harry Potter (el alcaide de Azkaban, concretamente) y el nombre de una cátedra del Colegio Hogwarts. Aunque no sé por qué me sorprendo: la magia es la magia.
Hay algo que el miedo a la muerte demuestra muy bien, y es el escaso fuste de nuestra felicidad. Por lo demás, no sé si estas conversiones repentinas e "in extremis" dicen mucho de la verdad de la fe católica. Imagino que no. Al menos no al ojo profano.
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