sábado, 24 de marzo de 2007

Marianne Faithfull en Madrid

Marianne Faithfull dio ayer un concierto en el Círculo de Bellas Artes, perteneciente a su gira Songs of innocence and experience, que comenzó hace unos días en Londres, y allí, por supuesto, fui yo, aunque casi de milagro. ¿El resultado? Una de las mejores experiencias musicales que he tenido.

Pocos cantantes actuales son capaces de desgranar tantos sentimientos con la voz, una voz al límite del destrozo y que, para colmo, estaba ayer bajo los efectos del resfriado. Ironía, furia, tristeza, sarcasmo, desesperación... La Faithfull gustará por su morbo de superviviente y ex-adicta a las drogas, por haberse acostado con Mick Jagger y Keith Richards, por su evidente inclinación hacia el lado oscuro de la vida, que tanto fascina a los buenos burgueses, fumando como posesos y moviendo los cabellos agitadamente, en señal de adicción al rock del pasado, como si eso fuera una demostración de que somos libres (libres para la muerte), jóvenes, atrevidos, contraculturales. Gustará por todo eso y, sin embargo, qué capacidad la de la Faithfull para usar con plenitud sus recursos vocales, para interpretar y conocer cada detalle de su repertorio, para poner los pelos como escarpias sin siquiera recurrir a la falsedad. Porque en ella, cuando canta, no hay falsedad.


Broken English fue el momento más rockero de la noche. Los pelos como escarpias, ya digo. Como escarpias que aún están erizadas, si es que las escarpias se erizan.

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