Me resulta sorprendente encontrarme análisis como el de hoy de Julio Llamazares en El País: La capital cercada. En él se afirma - de la ciudad de Madrid y de sus habitantes - que Madrid es como esas familias nobles que ejercen de liberales mientras nadie les toca sus privilegios. Pero Llamazares continúa diciendo que cuando eso ocurre, sacan (es decir, Madrid, en tanto familia noble que ejerce de liberal, saca) su verdadera identidad conservadora.
Bien. Esto debe de ser la prueba del actual pacatismo nacional. Una frase tan extraña como la que acabo de transcribir, donde se acusa a una ciudad no ya de ser falsamente liberal (¡y noble!, dios nos libre de los aristócratas, ciertamente) sino de revelar una verdadera identidad que siempre fue conservadora, pero que sólo ahora resulta iluminada en todo su esplendor... el esplendor de una ciudad aferrada a sus privilegios anacrónicos, carcomida por la vejez, oh, y en decadencia...
Una ciudad envidiosa y asustada que acusa a las autonomías circundantes, con sus sueños nacionalistas (cito a Llamazares), de envidia y mala fe. ¡Envidia y mala fe! Cuando sólo la ciudad capitalina puede dar demostración de tales defectos morales, puesto que esa es su identidad finalmente revelada (conservadora: conservadora del poder envidioso y viperino).
Cansa mucho esa vieja retórica esencialista capaz de transformar unas elecciones con dos malos candidatos socialistas en una parábola sobre la maldad esencial de los aristócratas y los conservadores madrileños. Tal vez incluso los liberales de Madrid, algunos de los cuales incluso puede que procedan de la vieja burguesía venida a menos, se sientan decepcionados por esta acusación que apela a la culpa originaria: la culpa de ser madrileño (es decir, de poseer el gen conservador, del que sólo cabría desprenderse haciéndose un verdadero liberal que se despoje de todos sus privilegios, que venda sus posesiones, puede que hoy día ya muy escasas, y se traslade a un pueblo abandonado de León, por ejemplo, en el que sobreviva con lo indispensable y vote al alcalde socialista o popular ya sin complejo genético).
Y los alemanes eran heroicos, los judíos errantes, los ingleses altivos y naturalmente libres, los franceses, sensuales y entusiastas.
¿En qué momento se contagió la retórica socialdemócrata de todo esto? Ya no basta con votar, no. Ahora hay que mirarse el culo y la espalda para ver cuáles son los motivos ocultos, esenciales, capitales. La democracia con complejo de culpa. Pero sólo en las grandes ciudades. Por tanto, vayámonos al pueblo a votar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario