domingo, 24 de junio de 2007

Dientes, dientes

¿Preguntarán si "ontología política" o "existencialismo político"?

(Sí, por favor, síiiiiii).

viernes, 22 de junio de 2007

Guerreros y pacíficos

Es corriente en ciertos círculos informados hablar de los pacifistas como de unos estúpidos. No sólo porque parece demasiado evidente que cualquiera prefiere la paz a estar en guerra, algo que ya dejó muy bien sentado Hobbes en Leviatán, sino porque es cierto que los pacifistas han hecho cosas estúpidas y muy extrañas. Por ejemplo, el primer ministro británico Chamberlain acudió a Munich a firmar la paz con Hitler en 1938, un año antes de que Hitler se decidiera a invadir Polonia y comenzara la guerra que tanto se había querido evitar. En 1938, Hitler ya había invadido el Rhur, se había anexionado Austria, había abandonado la Sociedad de Naciones (antigua ONU) y preparaba la ocupación de Checoslovaquia: precisamente ésta última fue vendida por Chamberlain y Daladier, que querían la paz a toda costa, en Munich.
Pero no hace falta irse al extremo del caso hitleriano. También tenemos nuestros ejemplos de andar por casa. No hace falta más que pensar en el diálogo por la paz mientras resonaba el atentado de Barajas (ese atentado sin víctimas), e incluso la llamada Alianza de Civilizaciones, que los pacifistas en general consideran valiosa a pesar de que manifiesta como punto de partida no tanto la supuesta ingenuidad del pacifismo sino algo mucho más sorprendente: la aceptación de que las civilizaciones son sustancias individuales y separadas de las que sólo puede esperarse que choquen (Huntington, ese ser tan despreciado por el pacifismo español y norteamericano, parte de esta premisa en su conocido libro El choque de las civilizaciones) o que se "alíen"; detrás de esta aceptación late no sólo el multiculturalismo herderiano, sino la teoría de Schmitt de que la verdad de la política se encuentra en la muy guerrera distinción entre amigos (aquellos con los que nos aliamos) y enemigos (aquellos contra los que luchamos para destruirles).
El mejor y más brillante crítico del pacifismo fue el señor Carl Schmitt, un tipo muy inteligente que se dedicó en la Alemania weimariana y nazi a la teoría del derecho y a la filosofía política. Schmitt se burló magistralmente de los pacifistas. En El concepto de lo político llegó incluso a decir que ellos serían los culpables de la guerra más destructora de la humanidad, la que librarían los pacifistas contra la guerra. Pero en esto Schmitt se equivocó, y no puede decirse que se equivocara inocentemente. Estas palabras las dijo en 1927 mientras él mismo colaboraba con los antidemócratas que acabarían con Weimar. Pocos años después, la guerra más destructora de la humanidad la comenzaron aquellos que, como él, creían en la gloria de la guerra y en la verdad profunda del choque, teoría que se conoce como la del "amigo/enemigo" y que acabo de mencionar más arriba; la comenzaron ellos y no precisamente los pacifistas.
Un aspecto interesante de esta discusión entre guerreros y pacíficos está en distinguir cuidadosamente los argumentos que se utilizan. No es lo mismo recurrir a Hobbes (cuyo estado de naturaleza se componía de individuos egoístas y asesinos, pero que encontraba solución racional en el Estado, producto de un pacto social) que recurrir a Schmitt. Éste último creía haber superado a Hobbes, pero Hobbes es casi insuperable. De Hobbes parten las soluciones de Locke y Rousseau, que le contestan con mayor o menor fortuna; Schmitt es brillante, pero fundamentalmente mentiroso.
Aquellos que somos pacíficos haríamos bien en revisar ciertas premisas de nuestra argumentación. Por ejemplo, yo cambiaría la de la alianza entre civilizaciones por una propuesta de acuerdos civilizados. A mí no me vale en absoluto la idea de que todos tenemos la misma razón, pero sí la de pactar una discusión abierta, libre y pacífica. Este es el único pacifismo posible; pero es posible, por mucho que los guerreros se empeñen en alabar las virtudes del encuentro final, que da con los sesos del enemigo en la puerta.

martes, 19 de junio de 2007

La tarea de la fecha tal

La vida está llena de tareas que hay que hacer para ese día. Por ejemplo, la declaración de la renta. Tengo hasta el día 30, voy contra las cuerdas.
También la vida está llena de momentos en los que irrumpe la propia personalidad, arrollándolo todo y jodiendo la apacible ilusión de que te dedicas a la contemplación de la realidad y al estudio de la historia del ser político.
Por ejemplo, la lectura de la tesis doctoral.
La tarea consiste en resumir una presentación que era de 50 minutos en una presentación que ha de ser de 20 minutos.
Y luego contestar a las preguntas.
Y presumir de que humildemente tú mismo conoces las debilidades de tu trabajo, las limitaciones de tu apacible contemplación de la realidad (política).
Etc. Necesito reunir los ánimos esos que supuestamente te hacen fuerte ante la adversidad, sobre todo en un sentido físico: necesito no salir volando como una peonza, no desintegrarme como un torbellino, no sufrir un ataque de pánico.

miércoles, 13 de junio de 2007

Juicio o Juicio Final

La noticia más recordada de ayer tiene que ver con el alegato final de la fiscal Olga Sánchez en el juicio por el 11-M. La fiscal, que no es una mujer tocada por el don de la palabra pero de cuya profesionalidad no dudo en absoluto, recordó al final de su alegato a las víctimas y lanzó un reproche final a los medios de comunicación que se han burlado de su trabajo o lo han insultado gravemente. En este punto, el juez Gómez Bermúdez la cortó en seco. Es cierto que un alegato final no es lugar para ese tipo de reproches.
Vivimos en este tipo de país. No sólo en un país en el que los medios de comunicación son plataformas ideológicas donde las banderas de la información y de la objetividad han pasado a un segundísimo plano. Eso ya lo sabemos. Los reproches de la fiscal Sánchez están justificados pero sobran: un juicio juzga a los acusados de un crimen, los fiscales exponen los datos por los que los acusados son los autores; así, el juicio hace justicia con arreglo a la ley, restaurando un clima de confianza social. Por eso mismo, el trabajo del fiscal brilla en su acusación. Lo demás sobra: hacer de un alegato final una especie de restitución egocéntrica del propio trabajo realizado es sólo desplazar el foco del verdadero acto de justicia que tiene lugar en la sala; es, a mi parecer, un acto grave por lo que tiene de distorsión del juicio, ya que el juicio nunca debe centrarse en el fiscal o el abogado defensor, sino tan sólo en los acusados (y ni siquiera, más que de forma tangencial, en las víctimas).
El País retoma, por supuesto, este asunto en su edición de hoy. El artículo viene a confirmar nuevamente la toma de posición ideológica: la fiscal ha tenido que soportar humillaciones continuas; el juez no debió cortar su alegato, porque la fiscal está moralmente legitimada para el reproche. ¿Por qué? Porque las humillaciones, ya lo sabemos, vienen de los medios de comunicación de derechas. Y ya solamente eso justifica el egocentrismo de la fiscal. Por tanto, El País debe insistir en la injustica del juez Gómez Bermúdez: el final del artículo es todo un ejemplo de manipulación ideológica de baja calidad. El juez interrumpe la sesión y se acerca paseando al final de la sala. Se detiene junto a los abogados Emilio Murcia y José María de Pablo, dos de los patrocinadores de la conspiración. También participan en la tertulia dos de los militantes de la AVT que se intercambiaban guiños con el abogado Abascal durante la intervención de la fiscal Olga Sánchez. Todos sonríen complacidos. La fiscal se ha metido en su despacho. Dicen que iba llorando.
Dicen que iba llorando. Ese punto final destinado a promover una indignación llorosa en el lector, sobre todo en la mujer lectora. Indignación es la palabra: rebelémonos contra la justicia podrida. Con este artículo El País culmina la tarea de ideologización social sobre España: todo da asco. La derecha da asco, la justicia da asco y, en el fondo, nosotros también damos asco. Mierda de país.
Y, mientras tanto, ¿qué fue del juicio, qué hacen allí los acusados?

lunes, 11 de junio de 2007

Kant: revolución o crítica

Kant, que para algunos tiene mala prensa (se sabe que era un hombre aburrido), sintió una pasión cercana al entusiasmo por la Revolución Francesa. Sin embargo, ese mismo Kant negó a los ciudadanos el derecho a la revuelta contra el poder político y les dejó una única salida: la crítica.
Para Kant, la libertad se demuestra sobre todo en la reflexión pacífica de los ciudadanos. La libertad alcanza el estadio político que permite el uso público de la razón: en una democracia parlamentaria, evidentemente. Ese es el proceso ilustrado, eso significa Sapere aude!, esa es la salida de la minoría de edad del género humano. Y no es cuestión de ponerse impaciente.
Kant (que no Dios) les ofreció a los hombres la responsabilidad, pero nosotros hoy la tratamos a patadas. Cuánta alegría se distingue aún en el encadenamiento y el sometimiento a las pasiones. Cuán felices nos mostramos al reconocer en nosotros un prejuicio de cualquier tipo. Qué sentimientos altisonantes se descubren en la pertenencia a un bando, en llevar los colores, en alzar las banderas, en ser de aquí, de allá, hablar este idioma o el otro, aferrarse a la Iglesia o tirar piedras al Estado, aliarse con las civilizaciones en contra del género humano, ser mujer, indio, blanco, verde, gay, cavernario.
El mismo hombre que le negó legitimidad a la Revolución llegó a sentirse conmovida por ella. Los Derechos del Hombre y del Ciudadano, ciertamente, lo merecen. Una vez promulgados, los ciudadanos son responsables de sí mismos, mientras algunos guerreros notables o no tanto pretenden seguir revolucionados tirando piedras contra las patas de los bancos.

miércoles, 6 de junio de 2007

Sean McNamara

Sean es el marido de Julia. Es un hombre obsesionado por hacer lo correcto y porque los demás lo hagan; y frustrado por sus elecciones, que a menudo no sólo no fueron correctas sino que le desviaron del buen camino, o eso cree él.

A Sean le hubiera gustado ser un médico sin fronteras. Le hubiera gustado tener una mujer fuerte y comprometida. Le hubiera gustado que sus hijos no se volvieran contra él (y a quién no). Le hubiera gustado respetarse y ser respetado. De ahí que sus aventuras con distintas mujeres pongan siempre ese contrapunto a su relación con Julia: Megan, la enérgica mujer enferma de cancer; y Nikki, la testigo protegida. Historias surrealistas, absurdas, en las que Sean busca el refugio del respeto otorgado sólo durante un tiempo muy breve. A Megan la ayuda a morir; a Nikki (interpretada, por cierto, por la inefable Anne Heche) le cambia la cara (literalmente) y la ayuda a escapar.

La primera imagen de Sean es devastadora: él y Julia follan de forma tan rutinaria que asusta. La imagen está diseñada para asustar: Sean hace esos movimientos ridículos de ratoncillo que se mueve en busca de la mínima satisfacción personal. La imagen se combina con la de Christian, follando como un dios. Por supuesto que hay una manipulación, la que establece cualquier guión cinematográfico, pero esa manipulación da un inicio a una historia llena de recovecos y donde los personajes nos dan continuamente esquinazo.

Hay un par de momentos de Sean que considero básicos. Al fin y al cabo, Sean es el héroe moral de la serie, con todo lo que aquí tiene de retorcido. Cuando Sean y Julia entran en crisis, Sean se vuelve desagradable, sarcástico, hiriente. Todo aquello que nunca se atrevió a ser. Le dice a Julia que se ha cansado de ser agradable, que eso no le ayudó en nada. Julia le contesta que nunca fue agradable, que sólo fingía serlo por miedo a ser él mismo. Y, en ese punto, cuando Sean se enrolla con la actriz porno Kimber al ser verdaderamente agradable con ella tal vez por primera vez en mucho tiempo (hay una escena maravillosa que implica la vagina de Kimber Henry), conocemos al verdadero Sean y su capacidad para la heroicidad cotidiana.

La segunda temporada de la serie termina con la pose heroica de Sean, pero la tercera vuelve, una vez más, a darle la vuelta. Es cierto que Sean tiene una profunda dimensión moral, pero ésta se pone continuamente en cuestión y desvela sus aspectos más rígidos y desagradables. Pongamos el comportamiento de Sean con el odioso Quentin, por ejemplo. Quentin es el alter ego de Christian: perverso, cínico, juguetón, bisexual y completamente amoral. Es natural que Sean le odie y que no le comprenda. Sin embargo, pocas escenas resultan más desagradables que aquella en la que Sean pretende despedir a Quentin de la clínica MacNamara/Troy, en la que Quentin ha estado trabajando como asistente. Le acusa de un comportamiento sexual inadecuado (Quentin se ha follado a un paciente) que tanto él como Christian han compartido en múltiples ocasiones; la violencia verbal de su chantaje asusta en ese momento mucho más que la vacía amoralidad de Quentin. Su tratamiento de la sexualidad de Quentin tiene un efecto extraño en el espectador: por un segundo sentimos no sólo compasión por el ajeno Quentin, incluso le debemos la admiración que jamás podrá recibir Sean en mil años.

Nip / Tuck no es una serie realista. Sin embargo, Sean parece un personaje real.

lunes, 4 de junio de 2007

Julia McNamara

Julia McNamara es uno de los personajes protagonistas de Nip / Tuck.
Es una ama de casa elegante y frustrada. Es la clave del triángulo.
Julia tiene dos escenas definitorias y esenciales, desde mi punto de vista; dos escenas y un capítulo. En una, de la primera temporada, Julia mata al hámster de su hija pequeña tirándolo por el wáter. La escena pone de manifiesto que Julia está desbordada y que es capaz de un comportamiento que a los demás les inspira terror. En otra, Julia revela el secreto que ha estado ocultando y que puede terminar con su matrimonio con el rígido Sean. La eterna sufridora Julia se enfrenta por fin sin dignidad a sí misma; o a la verdad de sí misma, ya desprovista de maquillajes morales. Hasta entonces, Julia siempre se las arregló para salir de los atolladeros de modo tan elegante como su físico indica: es el único personaje al que, además, nunca vemos en posturas sexuales de las consideradas "indignas" dentro de una serie donde el atrevimiento sexual es necesario y simbólico de la libertad y el retorcimiento de los personajes. Es una escena terrible, tan importante para el personaje de Sean como para el de Julia: Sean la lanza contra la pared, mientras le dice que está cansado de su debilidad.
El capítulo de Julia es el de la alucinación de Julia. Su cara está cortada por un accidente y Sean tiene que reconstruírsela. Julia alucina (literalmente) con lo que podría haber sido su vida con Christian, para acabar en el mismo punto: su frustración es, aparentemente, endógena. En los capítulos sobre la crisis de Julia, ésta alcanza su culminación como personaje.
Lamentablemente, Joely Richardson ha dejado la serie temporalmente en la cuarta temporada, debido a la grave enfermedad de su hija. Si Julia no vuelve, Nip / Tuck carece de centro dramático. Julia sólo se define por su relación con Sean y Christian; pero, para ellos, su relación y su personalidad se establecen sólo alrededor de Julia.
Nip / Tuck no es como la vida misma. Pero Julia parece un personaje real.

domingo, 3 de junio de 2007

Madrí, Madrit, Madriz

Me resulta sorprendente encontrarme análisis como el de hoy de Julio Llamazares en El País: La capital cercada. En él se afirma - de la ciudad de Madrid y de sus habitantes - que Madrid es como esas familias nobles que ejercen de liberales mientras nadie les toca sus privilegios. Pero Llamazares continúa diciendo que cuando eso ocurre, sacan (es decir, Madrid, en tanto familia noble que ejerce de liberal, saca) su verdadera identidad conservadora.
Bien. Esto debe de ser la prueba del actual pacatismo nacional. Una frase tan extraña como la que acabo de transcribir, donde se acusa a una ciudad no ya de ser falsamente liberal (¡y noble!, dios nos libre de los aristócratas, ciertamente) sino de revelar una verdadera identidad que siempre fue conservadora, pero que sólo ahora resulta iluminada en todo su esplendor... el esplendor de una ciudad aferrada a sus privilegios anacrónicos, carcomida por la vejez, oh, y en decadencia...
Una ciudad envidiosa y asustada que acusa a las autonomías circundantes, con sus sueños nacionalistas (cito a Llamazares), de envidia y mala fe. ¡Envidia y mala fe! Cuando sólo la ciudad capitalina puede dar demostración de tales defectos morales, puesto que esa es su identidad finalmente revelada (conservadora: conservadora del poder envidioso y viperino).
Cansa mucho esa vieja retórica esencialista capaz de transformar unas elecciones con dos malos candidatos socialistas en una parábola sobre la maldad esencial de los aristócratas y los conservadores madrileños. Tal vez incluso los liberales de Madrid, algunos de los cuales incluso puede que procedan de la vieja burguesía venida a menos, se sientan decepcionados por esta acusación que apela a la culpa originaria: la culpa de ser madrileño (es decir, de poseer el gen conservador, del que sólo cabría desprenderse haciéndose un verdadero liberal que se despoje de todos sus privilegios, que venda sus posesiones, puede que hoy día ya muy escasas, y se traslade a un pueblo abandonado de León, por ejemplo, en el que sobreviva con lo indispensable y vote al alcalde socialista o popular ya sin complejo genético).
Y los alemanes eran heroicos, los judíos errantes, los ingleses altivos y naturalmente libres, los franceses, sensuales y entusiastas.
¿En qué momento se contagió la retórica socialdemócrata de todo esto? Ya no basta con votar, no. Ahora hay que mirarse el culo y la espalda para ver cuáles son los motivos ocultos, esenciales, capitales. La democracia con complejo de culpa. Pero sólo en las grandes ciudades. Por tanto, vayámonos al pueblo a votar.