Creo que fue a principios de este mes de enero cuando Ségolène Royal, candidata socialista a la presidencia de Francia, soltó la palabra bravitude en vez de la correcta bravoure. No sé francés pero se entiende, ¿no? Las burlas han dado la vuelta al mundo o, por lo menos, a Europa, con lo que quiero decir que hasta España han llegado. Se parece a aquella ocasión en que el candidato republicano a la vicepresidencia con George Bush, padre, Dan Quayle, no supo escribir la (por otra parte, fácil) palabra potato, escribiendo potatoe en su lugar. (El inglés es bastante difícil de escribir para los pobres ingleses).
La cuestión es que las burlas a Ségolène no han sido menores por ser socialista y mujer, dos atributos que aparentemente están bien vistos en Europa entre los bienpensantes, si bien todo fue más sangrante con Mr. Quayle, y con razón, porque el sujeto era bastante tonto y, además, ya había tenido la oportunidad de manejarse en la vicepresidencia. De todo esto deduzco que no ha habido un especial trato de favor - informativo - a Ségolène en España.
El día 14 de enero, Lucía Etxenike aprovechó la anécdota para escribir un artículo en El País titulado "Pacitud", sobre el estado de la paz y el diálogo D.A. (después del atentado). No está mal.
Ségolène se ha hecho popular en España por sus propuestas de democracia participativa. Y por ser mujer y socialista y porque la han criticado por todo eso y porque está encamada, como decía mi abuela, con el líder de los socialistas, que es un señor gordito y más feo que ella. Habría que preguntarse si el uso de la bravitude demuestra alguna seria incapacidad para la política, del mismo modo que criticamos a Zapatero por sus frases no infantiles, sino rozando el sobresaliente en la universidad. ¿Una utilización absurda del lenguaje impide el buen gobierno? ¿O es la bravitude de Ségolène sólo un hachazo hasta cierto punto valiente, la metedura de pata del político que se atreve a hablar?
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