Lo que ayer dije de Mill no estaba suficientemente claro ni siquiera en mi cabeza; razón por la que se escribió de modo tan intrincado.
Cuando Mill dice, de nuevo en su Autobiografía, que el nuevo credo va adquiriendo el mismo poder de coacción que durante tanto tiempo habían ejercido las creencias que ahora son por él suplantadas, expresa su temor por el mismo tipo de uniformidad social que ya detectó Tocqueville (a quien Mill, por supuesto, había leído) en las democracias modernas. Aquello de lo que Mill tiene miedo se encarna en las figuras de la sociedad y de la opinión pública, que pueden llegar a ahogar la expresión individual; esta es la razón por la que en Sobre la libertad Mill apuesta por las opiniones heréticas y por cualquier tipo de polémica, aunque esté errada respecto a la verdad. Los herejes y los provocadores contrarrestan el peso asfixiante del nuevo credo y con ello favorecen la libertad (y la verdad sólo puede buscarse en libertad, porque sólo la libertad impulsa al pensamiento).
Este miedo, en esencia, no difiere del miedo a la igualdad social y a la democracia que expresaron los románticos alemanes y franceses. Pero Mill sí apuesta por las bondades de la democracia y de la igualdad social; sólo que, para él, el nuevo credo debe ser el de la individualidad y la libertad, es decir, el que garantiza la polémica y promueve la diversidad. Puede que Mill se pasara en esto, pero también es cierto que no le importaba oscilar entre el socialismo humanista y el liberalismo democrático, lo cual sin duda dice mucho en su favor.
Lo que no vio Mill fueron los peligros del nuevo credo antiigualitario y antidemocrático, que a tantos intelectuales y zapateros de andar por casa sedujo durante el siglo XX. Todo parecía tener que ver con las masas; poco se decía, sin embargo, de la tradición cultural europea de irracionalismo y de rechazo a la democracia. Ortega es un buen ejemplo de este último error. Obnubilados por el miedo a las masas urbanas, aplaudieron las gracias de los nuevos y enigmáticos sacerdotes.
10 comentarios:
mmmmh, entre maqueta y maqueta, estoy hasta arriba de curro, leo tus palabras sabias y esclarecedoras. Busco la polémica.
Y yo te pregunto:
¿intuían Mill y Ortega la globalización y uniformización del presente? Cuando todo el mundo ve los mismos programas de la tele, compra la ropa en la misma multinacional, y ansía el mismo viaje que le venden en un portal de internet, aunque vivan en países lejanos y no hablen el mismo idioma. Sus deseos y sus vidas llegan a parecerse demasiado. Me parece fenomenal que se acorten las diferencias de clases, pero ¿las diferencias entre culturas?
¿¿O ellos sólo se referían al nivel de participación política, dejando de lado las modas, los hábitos y las maneras de pensar???
Mmmm, bueno, ni Mill ni Tocqueville hablaron del peligro de una uniformización global, pero señalaron los peligros de que esta uniformización social produjera una total apatía política y social, lo que ellos concibieron como la peor forma de despotismo, ya que solamente lo que la mayoría dijera (aunque fuera por pura pereza mental) se impondría siempre. Sin embargo, Mill sí considera - más que Tocqueville - las modas, los hábitos y las maneras de pensar, sobre todo estos dos últimos: te recomiendo Sobre la libertad, que es un libro maravilloso y que a ti, además, te gustaría. Ortega, que se creía liberal, tenía un miedo pavoroso también a este nuevo tipo de dominación.
El problema es: ¿cuál es la solución para la uniformización? Mill creía que había que educar y que fomentar los caracteres excéntricos, dar cabida a los pensamientos contracorriente (su auto-denominado heredero, Isaiah Berlin, publicó un libro titulado así: Contra la corriente). Sin embargo, esta solución se queda corta para la situación de uniformización global que tú presentas. Tanto Tocqueville como Mill defendían los derechos de las minorías, que debían tener siempre una representación visible en el Parlamento y en la prensa; y esto puede que se aplique a las distintas sociedades con sus respectivas culturas, donde cada una de ellas debe encontrar la fórmula adecuada de representación.
A mí me parece que la solución de Mill se queda corta, pero que es también la más sensata. El multiculturalismo, o la defensa de las culturas como esencias nítidamente separadas unas de otras (al menos en el origen, previamente a su "contaminación" globalizadora), no sólo me parece falso (porque ninguna cultura ha sido pura o es esencial en su momento de mayor pureza) sino violento (puesto que, para mantener el orden y la pureza de una cultura, debes reprimir tanto las contaminaciones exteriores como al enemigo interior). Pero, además, ¿la homogeneidad de una cultura no implica también su uniformidad? ¿Queremos que nuestra cultura sea rica y diversa pero que las de otros sean uniformes y sólidas? ¿Deseamos que haya culturas distintas o entendernos con otras culturas?
En resumen: es cierto que vivimos en una época que a veces aterra por su ilusoria uniformidad, etc., pero sigo creyendo en que es mejor buscar la coincidencia con otras culturas (y con otras personas), y desde luego creo en que la uniformización de los sistemas democráticos y de derechos es algo bastante bueno, más allá de la amenaza de que acabemos todos pensando o vistiendo lo mismo.
Por mucha globalización que haya, yo creo que basta viajar un poco para ver que las culturas y sociedades siguen siendo muy diferentes. Estados Unidos y Europa son dos mundos parecidos en la forma, pero muy diferentes en el fondo (y quiero recalcar lo de muy diferentes). Y no vamos a hablar de lo diferentes que son el norte de España que el Sur, Pamplona que Sevilla, Cataluña que Extremadura. La uniformidad cultural no existe, aunque sí que es cierto que las distintas culturas se mezclan cada vez más: vamos a decir que los Doner Kebabs, el arroz tres delicias y la pizza están tan globalizados y son tan globalizadores como McDonalds o la CocaCola.
Sí que hay un problema de apatía generalizada y falta de inquietudes. Evidentemente, los revolucionarios siempre han sido una minoría en cualquier época y lugar, pero su voz se escuchaba e incluso algunos conseguían arrastrar a las masas. Pero hoy en día, tras la muerte de las ideologías, estamos de vuelta de todo y no es posible ser un idealista puro. El cinismo lo envuelve todo.
¿Quizás el nuevo credo sería la no creencia en ningun credo o valor absoluto? ¿Los cristianos renacidos y los neocon serían las minorías que luchan contra esta tendencia? ¿Hay movilización de izquierdas? Si no hay una dialéctica entre masas sociales, ¿se detiene el progreso social?
Y mejor me paro, que podría seguir divagando hasta la eternidad.
Hablando de globalización, sostengo que no uniformiza en realidad. Al revés, creo que tiende a despojarnos de todos esos avalorios culturales (esos sí que son uniformes) para reducirnos a lo que realmente somos: individuos únicos de una especie común. Ahí es donde radica la verdadera diversidad, en la singularidad de cada individuo, y la globalización la potencia y teje redes enriquecedoras. ¿Alguna vez fue de veras mayor que ahora la diversidad musical, literaria o artística en general?
Y como he llegado al individualismo, creo que es la conciencia de individuo el mejor antídoto contra la barbarie a la que puede llevar el celo por la conciencia de grupo. Que se lo pregunten a la Historia.
Abalorios, vaya.
ace, yo no creo que la alternativa esté, en ningún modo, entre idealismo y cinismo. Es más, ese me parece un error habitual de la izquierda: parece que si no estás en las barricadas haciendo la revolución, eres un negociante cínico o un consumista reducido a la grasa del sillón. Las revoluciones democráticas se hicieron en favor de la democracia y de los derechos individuales, con lo cual no acabo de ver la necesidad de hacer otra revolución para demostrar que somos idealistas; con lo bonito que es ser realista además (¡hay que ver lo desprestigiada que está la realidad!).
Una cosa es creer que aún pueden conseguirse mejoras sociales; otra es despreciar las conquistas que ya ha hecho esta sociedad. En ese desprecio, la izquierda se ha unido a la derecha y yo no diría que hoy la diferencia puede establecerse ya entre derecha e izquierda, sino más bien entre demócratas y los que no lo son.
Por otro lado, estoy de acuerdo con di blasino. Francamente, creo que no se ha encontrado nunca una fórmula política mejor que aquella que protege y afirma los derechos individuales. Y lo demás son cantos de sirena, en mi opinión.
Yo no relaciono idealismo con izquierda, eh? De hecho, creo que los cristianos renacidos son idealistas, y también ZP cuando habla de la "Alianza de civilizaciones", etcetc... El idealismo no es cosa de izquierdad y derechas. A lo que me refiero es que hay una clara crisis de valores absolutos. Parezco Ratzinger, pero hoy el relativismo puede con todo, y faltan puntos de referencia, sean cuales sean. No hay nada en lo que basar una lucha social, ni tampoco nada contra lo que luchar. Somos cínicos y acomodados. Y à mí, en el fondo, me parece un poco triste que no solo hayan muerto las ideologías, sino también los ideales.
(idea matizable, claro, pero bueno, prefiero expresarme de una manera "pura", por así decirlo)
Me pierdo, me pierdo, me pierdo. El primer párrafo me mata, pero no obstante, ¡viva Ortega!, jajajajaja (y tengo p.d.a. :p).
El próximo, más fácil, plisssss, que no he pasado aún de la ESO...
Has recibido un premio ;-)
Enhorabuena y hasta pronto
Estoy algo de acuerdo con Mill (aunque he de confesar que me pierdo en algunas descripciones)... y me ha gustado ese final de los "nuevos sacerdotes"... Estaría bien una entrada ampliando ese tema, con nombres y ejemplos. Para mi los nuevos sacerdotes en su mayoría utilizan los medios de comunicacion (muchos trabajan allí) para expresar no pensamientos a compartir, sino ordenes.
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