jueves, 6 de septiembre de 2007

La piscina

Éramos cuatro y nos colamos en la piscina del Hotel Meliá Cohiba, que en rigor era mi hotel, porque era el hotel que le había dado a la funcionaria en la aduana y el que venía escrito en mi visado. Hubo que pagarle cinco dólares (o pesos convertibles) al tipo que vigilaba la piscina, para que nos dejara estar y para que tuviéramos toallas.
Poco importa que yo no me alojara en realidad en el Meliá Cohiba y que nunca tuviera planeado hacerlo allí. Así se hacen las cosas en Cuba. Llegas y empiezas a soltarle trolas a los representantes de la Administración desde el primer momento; sobre todo si quieres ser como los cubanos, porque al turista le cuesta más mentir, o al menos a mí me costaba. Soy un ser acostumbrado a decirle la verdad a los funcionarios. Nunca he robado un calcetín ni le he dicho una mentira a un representante de la autoridad (a los demás, sí, sobra decirlo). Pero en Cuba me habían aconsejado que mintiera desde antes de plantar el pie en terrirorio cubano, desde el consulado, y así lo hice: le dije a la funcionaria que me alojaría en el Meliá Cohiba, y no tenía intenciones de hacerlo.
Resultó que el Meliá Cohiba era de cinco estrellas y que estaba enfrente de donde yo realmente me alojaba, en una casa particular. Así que me dispuse a vivir the Cuban way of life y me dirigí con mis amigos cubanos - Eris, Maikel, Miguel - hacia la piscina en una tórrida tarde de julio. Porque no hay piscinas públicas en La Habana, ni en ningún otro sitio, y desplazarse a la playa de Guanabo nos hubiese costado quince dólares (o pesos convertibles) que yo sí estaba dispuesta a pagar, en mi vertiente capitalista turista, pero los demás no. Entramos en el Meliá, mi hotel, y me dijeron que yo fuera delante para dar el pego. Subimos por unas escaleras mecánicas. Un vigilante nos miró de arriba abajo, pero yo iba toda blanca y reluciente con mi toalla capitalista y mi pinta de extravagante joven europea que se ha perdido por el hotel, y nos dejaron pasar; no sin un leve titubeo. Sentí mentirle al vigilante, aunque en el fondo estaba violando las propias reglas del capitalismo al expoliar la piscina de los verdaderos turistas adinerados y, por lo tanto, de alguna manera servía al régimen cubano, lo cual tampoco me agradaba en absoluto, ya que no creo en cualquier forma de autoridad, sino solamente en la legítima (y, por ello, democrática). Pero da igual, porque en último término el Meliá le rinde beneficios al Estado, con lo que mi acto de rebeldía estaba justificado también en este sentido: así que me bañé con mis amigos placenteramente, y decidí dejar de darle vueltas a esa violación de la legalidad.
Toda la tarde la pasamos en la piscina. Los cubanos, sin duda, la disfrutaron más que yo, que pasé de estar preocupada por el vigilante a preocuparme por una tormenta que se acercaba. Porque en Cuba las tormentas llegan sin decirte nada, como los policías.
Miguel es médico. Cobra apenas quinientos pesos cubanos al mes, que en dólares (o pesos convertibles) se quedan en veinte o treinta. Los cubanos reciben su salario en pesos cubanos pero han de comprar la mayor parte de las cosas en dólares. Por eso no fuimos a Guanabo. Miguel se va en unos meses a Miami, y además legalmente. Es un tío serio. Me avisó de que debía hacer deporte para que no me salieran varices, aunque tiene la extraña idea de que el pelo es un resto atávico del ser humano, y se depila. También piensa que estudiar, en Cuba, es una pérdida de tiempo; que todo el mundo debería marcharse cuanto antes; que es mejor emborracharse e irse de fiesta que perder el tiempo intentando estudiar (en Cuba); y en Miami ganará dólares conduciendo un camión, o quién sabe. Pero este último debate corresponde a otro día que pasamos juntos, esta vez en Consolación (Pinar del Río). Lo contaré en otro momento.

5 comentarios:

Juliiiii dijo...

¡Chafún!

Y Lu se enfrentó a la autoridad. O, mejor, se enfrentó a sí misma y pese a los miedos, siguió adelante. Muchas veces somos nosotros mismos quienes nos ponemos las limitaciones y oye, mientras no se haga daño a nadie...

Me ha gustado la descripción de los hechos y ese inciso-recordatorio, como quien no quiere la cosa, sobre la democracia, jeje.

Un besote

Lenny Zelig dijo...

Me gustan las historias de Cuba. Me suscribo a ellas y ruego más números.

No quiero presumir de conocer a quien no conozco y puedo equivocarme, pero sospecho que mi tocayo conserva atávica coquetería masculina.

Nootka dijo...

Tantos años intentando que te labraras un porvenir, y mira como me pagas. Te vas a convertir en una forajida como sigas por ese camino de delincuencia. Como el solitario que iba por los pueblos robando bancos, tu iras por las piscinas, con tus compinches, robando agua.

Anónimo dijo...

Uy, uy, uy, se empieza por colarse en una piscina privada de un hotel de lujo y se acaba escapándose de los restaurantes antes de que el camarero traiga la cuenta, ¿eh?

Jajajaja, es broma, yo creo que fue una decisión ideal, y más si estaba impulsada por tus amigos cubanos, que conocen mejor que nadie el cuban way of life del que hablas.
Lo importante es que parece que incluso la incipiente tormenta te dejó disfrutar ;-) (¡y eso es porque aplaudía tu acto "vandálico", jajaja!)

Un beso, me ha alegrado mucho leer tu comentario. Creo que deberíamos fundar el club de "los injustamente tratados por los psicólogos de sus colegios" :p

viagra online dijo...

Interssante historia, conozco varias historias de personas que pasaron por lo mismo, el mio no fue un caso pero igualmente fue divertido hacerlo sin pagar.