En las páginas finales de su Autobiografía, John Stuart Mill afirma que cuando las mentes filosóficas del mundo no pueden ya creer en la religión, o pueden sólo aceptarla con modificaciones que cambian esencialmente su carácter, comienza un periodo de transición, de convicciones débiles, de intelectos paralizados, y de una creciente laxitud de principios que no puede terminar hasta que, en la misma base de sus creencias, se opera una renovación que lleva a la aparición evolutiva de una nueva fe - religiosa o, simplemente, humana - en la que realmente pueden creer.
Saint-Simon ya había dicho anteriormente que la historia humana se dividía entre periodos orgánicos, de fuerte y sólida convicción en el dogma, y periodos críticos, destructivos y aniquiladores pero de los que surgía la nueva fe. Se presuponía que el momento era crítico; todos los filósofos miraban con expectación y preparaban la llegada de la nueva era, labrando el camino de lo que entonces se entendía que sería una nueva comunión de ciencia y filosofía, de técnica y conocimiento. El secretario de Saint-Simon, el fundador de la sociología Auguste Comte, había perfeccionado esta teoría de la evolución histórica al distinguir los tres estadios del desarrollo humano: el teológico, el metafísico y el positivo, incipiente en su tiempo (el siglo XIX) y caracterizado por el dominio de la ciencia. La utopía comteana, de hecho, anticipaba un mundo dominado por los científicos y los industriales, en el que cada individuo pensaría científicamente por orden del nuevo dios; e incluso se hablaba de una nueva Religión de la Humanidad.
Todas este anticipo del despotismo científico desagradaba profundamente a Mill, un liberal al fin y al cabo. Pero también Mill creía, como demuestra el texto de la Autobiografía que tanto recuerda a Saint-Simon, en la crisis y la renovación de las energías del mundo. Estas palabras, crisis y renovación, junto con la maravillosa energía, son claves que nos permiten entrar en el intrincado universo retórico del siglo XIX, que rechaza con fuerza el racionalismo ilustrado. Influido tanto por Carlyle como por los románticos alemanes, Mill veía en su tiempo una parada en la estación de los mediocres; también él ansiaba la renovación, que sería en su caso de un tipo muy distinto: nada de naciones renacidas ni de héroes antiguos, solamente el brillo de la libertad en la palabra del individuo herético, como pone de relieve Sobre la libertad.
Sin embargo, Mill no estaba especialmente dotado para la adivinanza histórica. Esos elementos religiosos que modifican esencialmente lo religioso como tal y que dan lugar a nuevos dogmas (religiosos o, simplemente, humanos), fueron preparados y anticipados no tanto por los positivistas, herederos de la utopía comteana o similares (¿quién se acuerda hoy de Comte?), sino por los nuevos sacerdotes de lo sagrado, la nación, la raza, los poetas en comunicación con lo divino. Heidegger dijo en su entrevista póstuma a Der Spiegel que sólo un dios puede aún salvarnos. Hannah Arendt cambió al dios por la política de etimología griega, y hoy los nuevos ilustrados se hacen pajas (perdonen) con su místico y onírico "concepto" de la natalidad.
Dijo Mill, al final de ese texto, que cuando las cosas llegan a este estado, todo pensamiento o todo escrito que no tienda a promover tal renovación tiene muy poco valor de permanencia. Los pensadores y los escritos han de ser enérgicos. Sin duda, él mismo se esforzó por mejorar el mundo en la medida de sus posibilidades, sin hacer de la renovación la fuente misma de su preocupación metafísica; más bien considerando las posibles reformas y las novedades políticas que cabría defender o atacar. Poco tiene que ver Mill con los apóstoles del nuevo dogma, y sin embargo les defendió más de lo que su sentido común, tan justo y moderado en tantas ocasiones, debió aventurar. Los escritos y las ideas de Mill permanecen; también los otros.
3 comentarios:
Lo primero que se me ocurre decirte es que me alegro de que no hagas concesiones. No sé a cuento de qué viene esto, pero se me ha ocurrido.
Lo segundo es que el fragmento de descripción del paisaje paradisiaco del post anterior me ha parecido muy bello e ilustrativo (todo el post, no estuve en casa y por eso no pude comentarte ;-)
Lo tercero es que tendré que hacer otra relectura si quiero enterarme bien y poder comentarte, jajjaaja.
¡Un besote!
¿Crisis y renovación es la forma filosófica de decir ensayo y error? No hay otra manera de trabajar el empirismo, incluso el del pensamiento que el ensayo y error. Y la filosofía es algo asi como pensamiento empirico. Es decir alguien dice algo (una hipótesis) y otro alguien lo refuta y formula con eso otra verdad-hipótesis, etcétera. Y que yo sepa, casi casi , es la única forma de avanzar :)
(Te he contestado con una parrafada en mi blog...)
No, por crisis y renovación no me refiero a la corriente epistemológica y política del ensayo y error; me refiero a la corriente metafísica que añora el paraíso perdido, al que sigue una larga historia de decadencia que conduce a la crisis del presente. La crisis ha de producirse porque el presente está podrido, porque sólo el tiempo de los héroes fue bello y grande (Héroes se llama una de las obras de Carlyle, por cierto); mientras que la ciencia, la industria, la técnica o el comercio han destruido el antiguo mundo, lo han pervertido. De esa crisis (que acababa identificándose con una guerra apocalíptica) ha de surgir la renovación, un mundo nuevamente limpio. Nietzsche es uno de los mayores exponentes de esta corriente; su heredero Sorel, otro.
Pero tienes razón en que ni Saint-Simon ni Comte planteaban su teoría de la crisis de ese modo, sino al contrario (y de hecho originan la postura opuesta, que puede parir un futuro mejor).
De algún modo quería detectar el común uso de la crisis y la renovación, de la energía perdida, en Mill y en otros autores, y rastrearla hacia Saint-Simon y Comte, pero también hacia los románticos del XIX y sus herederos.
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