En comisaria, los policías soltaban su numerito e incluso hacían juegos malabares con una botella de agua. Luego me he preguntado de qué me vino esa idea y me acordé de la procesión de la Legión el otro día en Málaga. La Legión, al igual que otros cuerpos militares y de seguridad, monta su numerito mientras acompaña al Cristo de Mena. Impresiona mucho verlos tan cuadrados, literalmente cuadrados, cuerpos llenos de músculos y pieles tostadas, la barbilla elevada, la camisa remangada, la barba en punta, mientras cantan y juegan con sus armas. Siempre me han provocado una mezcla de miedo y curiosidad. Uno no puede evitar sentir un cierto embeleso mientras marchan, quizá por la conciencia del absoluto abismo que les separa de nosotros, o de mí, quizá los demás no sientan exactamente lo mismo. Y es bien seguro que ellos no se embelesarían viéndome a mí marchar en pos de algún Cristo.
Hace tiempo que Rafael Sánchez Ferlosio, el mejor escritor vivo en español (tal vez haya exagerado un poco), viene hablando de la pasión de la masa por la militancia. A veces uno no puede evitar sentirse arrastrado por la masa; ser el sentimiento de la masa expectante, concentrada (bien es cierto que en Málaga todos los turistas nos comemos los algodones de azúcar y las manzanas de caramelo mientras pasan las procesiones). El más reciente artículo de Ferlosio sobre el tema se llamaba Nenikékamen, sobre la noticia de la victoria. Al parecer, Nenikékamen era lo que gritaba el corredor de la batalla de Maratón: ¡Hemos ganado!
Pero para el miedoso observador que se ve arrastrado por la música de la Legión, ¿significa la canción su derrota?
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