miércoles, 25 de febrero de 2009

Propaganda: dignidad humana y castigo a perpetuidad

Comienza la estrategia a la contra en el falso debate sobre la cadena perpetua. Ya estaba tardando en aparecer, debido al respeto que infunde un cuerpo que aún no se ha localizado, el de Marta del Castillo. Pero El País se ha atrevido hoy, dándole la mano al movimiento encabezado por los padres de la chica asesinada: tres artículos. Los padres hablan de lo que pide "el pueblo" - ¡democracia! - y los periódicos instruyen a ese pueblo arrasado por la compasión.
El primer artículo se pregunta por la cadena perpetua, para después afirmar rotundamente que "es peor 40 años de cárcel". Así lo dice: es "peor"; no es "lo mismo", no es "mejor", sino peor para que los bestias y los brutos nos consolemos cuando clamamos venganza. Se sucede una serie de argumentos sobre la realidad de nuestro sistema penal y la libertad condicional, para terminar con el otro canto clamoroso, de signo apuesto y que también reclama para sí la solidaridad popular, que afirma la ineficacia del castigo desmedido y apuesta por la dignidad humana y la aclaración de "las causas de la delincuencia".
El segundo continúa la estrategia de modo poco sutil: Alberto Jabonero escribe en La dignidad de los encarcelados que "las tripas se imponen al cerebro". Ya lo estamos definiendo: tripas contra cerebro ante un crimen aterrador. El mensaje es claro, y por otro lado sensato: usemos el cerebro en vez de asestar un puñetazo al aire; no legislemos "con las tripas", aunque humanamente nos sintamos impelidos al vómito. Los "crímenes execrables" son humanos, pero su castigo ha progresado. Y aquí, efectivamente, está la clave: en el progreso, que se atiene al concepto de dignidad. ¿Y qué nos dice este concepto? Que la persona, aunque cometa un crimen, e incluso aunque ese crimen sea execrable, tiene derecho a reintegrarse al "tejido social" y a "purgar" su crimen. El progreso ante la venganza y el castigo impone límites "infranqueables"; no se puede retroceder después de haber avanzado tanto. ¿Significa esto que tampoco se puede seguir discutiendo sobre la dignidad de las personas, en relación a los crímenes cometidos por esas personas? ¿Que no se puede legislar sobre lo execrable de ciertos crímenes? ¿Que no se puede someter el concepto de "reinserción" a una crítica?
El tercer artículo da el golpe de gracia: se titula "Otro padre herido hablando de leyes en La Moncloa". Considero el título suficientemente expresivo: los padres heridos no hablan de leyes, aunque haya que trasladarles el cariño de los españoles.
Las víctimas de los crímenes no razonan. Lo sabemos bien. Sin embargo, la sucesión de estos tres artículos me parece pura propaganda: lejos de invitar a meditar sobre la cadena perpetua, o sobre el castigo humano y proporcionado a ciertos crímenes, lejos también de informar sobre las cualidades de nuestro código penal, se trata más bien de asegurarse de que nadie se atreva ni por un momento a poner en duda el principio de reinserción y de reeducación tal y como éste se aplica en las cárceles españolas. Las pasiones (por castigar) luchan aquí no contra el cerebro, sino contra el progreso y sus principios irrebatibles de bondad.

9 comentarios:

Lenny Zelig dijo...

No veo propaganda en ello, sino una legítima toma de postura –que particularmente no me parece de las menos razonables. Desde luego ese “especial informativo” no agota el debate pero tampoco veo que pretenda hacerlo.

Pocos días antes de que sobreviniera la tragedia y el deseo colectivo de venganza, Enrique Gimbernat, catedrático emérito de Derecho Penal, había publicado en EL MUNDO un par de artículos muy interesantes bajo el título “La insoportable gravedad del Código Penal”. Por su directa conexión con el tema dejo el enlace del primero de ellos: http://www.elmundo.es/papel/2009/01/22/opinion/2582366.html. Lo suscribo plenamente.

Anónimo dijo...

Y aquí, efectivamente, está la clave: en el progreso, que se atiene al concepto de dignidad. ¿Y qué nos dice este concepto? Que la persona, aunque cometa un crimen, e incluso aunque ese crimen sea execrable, tiene derecho a reintegrarse al "tejido social" y a "purgar" su crimen.

¿Por qué la resinserción de un criminal horrible es "progresista"? A mí no me lo parece. ¿Es una verdad autoevidente? ¿La "dignidad" definida como reinserción de los criminales es un principio que no necesita explicación?

Como racionalista, no lo acepto.

¿Cómo se puede "purgar" un crimen horrendo?

Para un creyente sería posible "purgarlo" en el más allá, desde luego, obteniendo el perdón divino. Pero si consideramos indeseable un ordenamiento teocrático, las leyes civiles no deben guiarse jamás por expectativas místicas.

Así pues, descartada la purga del más allá, la única salida digna que le quedaría al asesino convicto es que devolviera la vida a su víctima. Es el único modo de reparar un acto así. Como esto es de momento imposible, creo simplemente que la sociedad -a través de leyes justas y previsibles, no a través de la venganza personal- tiene el perfecto derecho natural no sólo de imponer prisión perpetua, sino de librarse físicamente de los asesinos que comentan horrendos crímenes.

Anónimo dijo...

Que cometan, "comentar" de momento no es algo tan grave...

Lenny Zelig dijo...

Sostengo que conceder posibilidades de reinserción a humanos que han cometido males gravísimos forma parte del progreso. Que decidir no eliminarlos físicamente, también. (Al menos se me concederá que tratar de analizarlos –más allá de la autopsia— es en cualquier caso más científico). Y que reconocerles una dignidad esencial por encima de sus actos, también.

Porque todo eso es una consecuencia de nuestra capacidad, paulatinamente aumentada, de mirar a los otros humanos de cerca –también cuando están colgando de una soga, que seguramente es una experiencia muy instructiva—, de captar en ellos la humanidad que de algún modo compartimos, por muy distintos que seamos o por muy atroz que sea el daño que hayan causado. Y sostengo que el cultivo y desarrollo de esa capacidad, que está en la raíz del humanismo, es progreso.

Anónimo dijo...

Tengo un concepto muy diferente del progreso y de la "dignidad", pero resulta que no estoy solo ni mucho menos, en esto coincidirían desde Kant hasta el Che Guevara.

Juliiiii dijo...

Más dureza en el código penal. No para el ratero, sino para el que roba a espuertas, por ejemplo. Y si no es con años y años de cárcel (sin conmutaciones ni rebajas ni tercer grado), para este caso, haciéndoles devolver toda la pasta robada.

my blue eye dijo...

Debo confesar que sentía un especial interés por leer su contestación, Teddy, en el caso de que la hubiera. He leído el artículo que recomienda de Gimbernat y me parece serio, al contrario de los escritos al calor del "crimen mediático" por El País. Y en esto precisamente quería incidir al escribir la entrada, en esto en lo que no sólo colabora El País, por supuesto. Yo sí veo propaganda, sobre todo en el último artículo: otro padre herido hablando de leyes... (donde entre líneas se puede leer un compasivo y asqueroso desprecio).

En mi opinión, el debate es falso porque se plantea únicamente cuando hay un caso mediático. En esas circunstancias, es fácil atribuir el deseo de repensar críticamente ciertos principios judiciales al "deseo colectivo de venganza" suscitado por el crimen y el dolor subsiguiente de las víctimas. La razón, para mí, es sencilla: en este país, y en muchos otros también, se identifica el progreso con la crítica del castigo y su racionalización; castigan las leyes, no usted o yo. Lo más curioso es que esta crítica al castigo se acompaña de una absoluta negativa a criticar otros dos principios fundamentales del sistema penal: el de prevención - que cada cual usa de modo más absurdo - y sobre todo el de reinserción. Éste último, en especial, se identifica de manera tal con el progreso y la racionalidad que una crítica rigurosa se hace prácticamente imposible.

Esto es lo que yo he criticado. Se suelta un par de palabras sagradas y se obtienen resultados milagrosos; estas palabras son "venganza" (pasión terrible y primitiva) y "dignidad" (humanitarismo racional y auto-cumplido en todos los casos). Pero también la dignidad necesita ser pensada en relación con el crimen, con los actos del criminal, y no como algo que está siempre más allá de la persona y que la funda.

Estoy en contra de la pena de muerte. No sólo porque creo que el límite del Estado está en la privación de la libertad y no de la vida (al hilo de Hobbes, me sigue pareciendo fundamental la vida antes que la libertad, por poco patriótico que suene), sino porque los errores judiciales se pagan con dinero, pero no se puede revivir a un muerto (al menos, como dice Eduardo, todavía). Estoy a favor de la condena a perpetuidad sólo en ciertos casos, y con revisiones periódicas de la pena. Y, desde luego, estoy en contra de que los camellos de poca monta vayan a la cárcel (siguiendo el argumento de Gimbernat en contra de la demagogia).

Lenny Zelig dijo...

Creo que es cuestión de acentos (de dónde queramos ponerlos) y seguramente es cierto que hay motivos para colocarlos aquí o allí.

Yo he querido ponerlo en el hecho de que los debates públicos sobre el diseño penal más conveniente solo surgen al hilo de algún suceso que nos conmociona y con llamamientos al endurecimiento de las penas. No recuerdo ninguna discusión pública relevante sobre la conveniencia –y creo que la hay, sea por razones de proporcionalidad o de utilidad social— de rebajar la gravedad de la pena impuesta a ciertos delitos. El que ha surgido con ocasión de la desaparición de la joven Marta es un debate más en la misma dirección habitual. Y los artículos de Gimbernat y al menos parte de la infomación de EL PAÍS ponen de manifiesto una realidad que debe tenerse presente: nuestro actual sistema penal está construido a golpe de alarma social y es, de hecho, más severo que otros en los que existe cadena perpetua. Es más, Gimbernat considera, también creo que certeramente, que un factor no desdeñable de la hipertrofia penal se encuentra en el nuevo ardor criminalizador de los que se autoproclaman progresistas y antes defendían esa “crítica al castigo” de la que habla.

Yo no critico al castigo en abstracto –lo juzgo absolutamente necesario para el mantenimiento de la convivencia—, solo al que considero desproporcionado, por exceso o por defecto. Y así como la proporcionalidad de las penas fue un principio revolucionario esgrimido hace doscientos años contra la arbitrariedad y la barbarie, el propósito resocializador de los sistemas penal y penitenciario, si es sincero, es un objetivo que entiendo que los hace necesariamente mejores. Sucede que ambos principios son problemáticos y su aplicación nos exige una permanente reconsideración de los sistemas a los que se aplican.

Por otra parte, los resultados inevitablemente frustrantes de los buenos deseos de reinserción tienden a convencernos de que es inútil. Podríamos pensar lo mismo de la educación obligatoria. No lo creo. Ambos constituyen un agotador esfuerzo colectivo fundado en el convencimiento de que los humanos podemos ser mejores (aunque sea un poco), o de que hay métodos para hacer salir (aunque solo a veces) lo mejor de nosotros mismos.

Inserto aquí un perdón por la interminable perorata. Reconozco que me he ido de la cuestión pero ya termino.

He dejado claro que el esfuerzo es agotador. No resto nada de valor a la tozuda realidad, a nuestra ruin naturaleza y a la presencia permanente de fuerzas que empujan en la dirección opuesta. Solo digo que el esfuerzo transformador de la realidad merece la pena. No me rindo, al menos de momento.

cessione del quinto dijo...

Esto es un tema donde muchas personas nunca se pondràn de acuerdo ,yo me inclino a estar de la parte de la persona que ha sufrido la desgracia.Daniela