Hace un par de semanas, con ocasión de una charla sobre la enseñanza de Educación para la Ciudadanía en ESO, tuve la revelación de que seguimos viviendo en un país de beatos y anticlericales, donde, pese a mi carácter moderado y pacífico, tiendo más, inevitablemente, a situarme a veces junto a los que desearían quemar iglesias y romper ventanales. Sin embargo, ayer asistí, por razones que no vienen al caso, a un simposio sobre "Narración, memoria y justicia" en el que participaban la escritora Almudena Grandes y el estudioso de la literatura Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, entre otros; y eso me hizo volver al redil de los de la Tercera España, esos que mueren asesinados en todas las guerras.
Al parecer, Grandes fue invitada al simposio no sólo en calidad de novelista y académica, sino porque ha escrito una novela sobre el tema que nos ocupaba, El corazón helado. En su intervención, la escritora se remitió a la gestación de su novela, a su encuentro con un tema que no era sólo personal (ah, aquí aparece la memoria individual) sino colectivo, de todos los españoles o de gran parte de ellos. Almudena Grandes se acordó de su madre y, a partir de su madre, de su abuela.
Dejo de lado la noción de "memoria colectiva" que, desde siempre, me ha sonado muy sospechosa y fantasmal, pero veamos lo que dijo Grandes sobre el asunto. En particular, Grandes defendió que "la memoria es lo que empieza cuando termina la Historia", es decir, cuando los testigos mueren y la Historia "oficial" ya está escrita, e intentamos reconstruir los recuerdos de los que estaban con nosotros. En su caracterización del propio trabajo novelístico, afirmó que el novelista no puede ser "neutral" ni "objetivo", aunque no llegó a explicar qué entiende por neutralidad y por objetividad; al contrario, definió su tarea como "subjetiva" e incluso como "ideológica", porque cada escritor lleva sus ideas al texto y mira la realidad con ellas. Tengan en cuenta que la pobre se encontraba en un nido de filósofos y otros científicos sociales y humanísticos condenados a desvariar eternamente sobre la objetividad de la ciencia y la multilateralidad de la verdad, así que precisar estos términos hubiera sido cosa necesaria, aunque quizá sospechosa. En ningún momento nombró Grandes la imparcialidad, ese invento (de Homero, dicen) con el que un día los vencedores dejaron hablar a los vencidos.
A pesar de que calificó la tarea novelística de ideológica, Almudena Grandes también dijo que no quería escribir un panfleto: "el panfleto es mal negocio", dijo, ya que elimina cosas con las que a los novelistas les gusta trabajar, como la ironía y la ternura. ¿Y la verdad? A Grandes se le olvidó que el panfleto es mala literatura y mala historiografía porque es propaganda, distorsión de la verdad destinada a hacer mercado o vanguardia. Puede que este sea el núcleo de mi disgusto: el disgusto, el empacho que provoca la verdad. Porque Almudena Grandes continuó su charla diciendo que "quien no se haya enterado todavía de quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos, no se lo vamos a explicar ahora": aquello (el 36) fue una guerra entre demócratas y fascistas, y todo el mundo sabe de qué lado está. Esa es la verdad, entonces: una guerra entre demócratas y fascistas, que ahora ya no nos vamos a poner a explicar. Almudena Grandes nos invitaba a renunciar al argumento y a la explicación, pero no en nombre de la verdad sino del bien; a fijar, por fin, una historia nuevamente "oficial" (ese neutro), pero esta vez de parte de la flexible, tierna, irónica literatura.
2 comentarios:
En esto de la reconstrucción del pasado detecto dos visiones –tengo la impresión de que muy mayoritarias en conjunto— que me parecen equivocadas. Por un lado están –Almudena Grandes es un primoroso ejemplo— los que dividen simplificadamente la sociedad de la época (y la actual: se trataría de una constante) en buenos y malos. Pienso que si viajaran en el tiempo, llevándose consigo su clarividencia, no estarían dentro del grupo de los mejores. Luego están los que consideran a todos igual de responsables de la espantosa guerra. Pienso que si éstos viajaran en el tiempo, llevándose consigo su equitativo reparto de culpas, no estarían dentro del grupo de los más inocentes.
Si no me equivoco al juzgarlos, son dos errores con capacidad para alimentarse continua y recíprocamente.
No puedo estar más de acuerdo con usted, Teddy. E incluso diría algo más: si bien es cierto que las culpas no pueden repartirse equitativamente (pues es indudable que unos empezaron la guerra contra los otros, y cosas peores), no podemos renunciar en ningún caso a explicar por qué no pueden repartirse equitativamente éstas, y quiénes eran los demócratas y quiénes los fascistas de uno y otro bando (siempre y cuando aceptemos el fascismo en un sentido amplio), y cuál fue el papel de cada uno, más allá de la pura caricatura. Quizá Almudena Grandes tenga la fortuna y la dicha de ser hija y nieta de gente buena, justa y progresista, pero yo vengo de una familia partida de republicanos y de franquistas, y nunca he dejado de explicarles por qué pensaba que se habían equivocado, al menos cuando todavía estaban vivos.
Por lo demás, corroboro su juicio: se trata de un movimiento perpetuamente antidemocrático, que es lo que de veras ha alimentado la vida de este país durante tanto tiempo.
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