viernes, 18 de abril de 2008

Los liberales españoles contraatacan

Me asombra el reciente debate - fabricado por Espe Aguirre - sobre el liberalismo en el Partido Popular. Será posible que en el partido bauticen un liberalismo recién inventado para consumo propio. Este partido del que hablo es muy divertido, en realidad.
"El programa del partido es liberal, por lo tanto somos liberales". Al parecer, esa es la postura del ala marianista. La postura del ala aguirrista es la contraria: "Las bases del partido son liberales, por lo tanto el programa de este partido debe ser liberal (y no socialdemócrata)".
¿Es cierto que las bases del partido son liberales? Porque, si no estoy mal informada, la base ideológica del liberalismo consiste en la separación del Estado y las Iglesias, es decir, en una separación estricta entre el ámbito de lo público (reducido a sus mínimos) y el de lo privado (que campa por sus aires).
Poco a poco recupero el pulso, pero aún está débil.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Weimar, años 20

La República de Weimar nació entre convulsiones, pero algunos dicen que estaba ya muerta cuando se formó entre 1918 y 1919. En 1918, Alemania había perdido la guerra y la situación era lo suficientemente inestable, en el momento de firmar la paz, para que se produjeran importantes conatos revolucionarios. En noviembre de 1918, inspirados por los acontecimientos de 1917 en Rusia, los soldados y los trabajadores de Kiel se amotinaron y formaron un consejo de soldados y obreros que encendió la revuelta en otros lugares de Alemania. A estos sucesos se referirá posteriormente Adolf Hitler cuando hable de "los traidores de noviembre". Los socialdemócratas del SPD, que habían cometido el error de apoyar la guerra más sangrienta conocida hasta entonces, se esforzaron entonces por aprovechar la oportunidad y por frenar, a la vez, el proceso revolucionario: se declaró la República en lucha contra la revolución.
Esta fue más o menos la historia de Weimar hasta su final en 1933: un constante equilibrio entre la República y la revolución. En ese primer momento de la República, ya se produce la ruptura entre los socialdemócratas del SPD y los partidos minoritarios del KPD, comunistas bajo el mando bolchevique ruso, y del USPD, socialistas independientes a la izquierda del SPD. Al hacerse con el poder, los socialdemócratas inevitablemente tuvieron que aliarse con otros partidos más conservadores y con el Ejército, razón por la que fueron acusados de traidores al movimiento socialista. Para esto hay un nombre disponible en el vocabulario político de la época: contrarrevolución, de larga trayectoria desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Rusa. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, líderes de la Liga Espartaquista y destacados teóricos marxistas, quieren la revolución que termine con la contrarrevolución en 1919. Los socialdemócratas se ven obligados a echar mano de los Freikorps - organizaciones paramilitares de soldados liberados del Ejército - para frenar la revuelta y Liebknecht y Luxemburgo son asesinados en el trance, lo mismo que otros participantes en la revolución.
Durante los años 20, los comunistas designan a su mayor enemigo político: la socialdemocracia. De alguna manera, el parlamentarismo y la socialdemocracia aparecen vinculados en una alianza fatal para los revolucionarios, una alianza que se califica de contrarrevolucionaria lo mismo que de fascista a partir de la aparición súbita del fascismo en Italia en 1922. Esto implica que hay que terminar con la República de Weimar. Por otra parte, los partidos de derecha no llegan a creer en la solidez de la República y le dejan la responsabilidad del gobierno a los socialdemócratas, limitándose a reducir su capacidad de acción y de reforma. A pesar de todo, la Constitución de Weimar de 1919 es una de las más avanzadas de su época.
¿Qué es la política y, sobre todo, cómo es la política en Weimar a lo largo de estos años? Surgen numerosas agrupaciones políticas, por supuesto: organizaciones juveniles, partidos políticos, veteranos de la guerra. Todos ellos no se dedican simplemente a encumbrar el derecho de voto, sino que hacen política diariamente en las calles de Alemania. Pegan, destrozan, vuelan puentes franceses en el Ruhr (ocupado por tropas francesas para justificar el pago de la deuda impuesta por el Tratado de Versalles), asesinan a líderes políticos parlamentarios. Incluso tratan de tomar el poder por asalto, como ocurre en Baviera en 1923: Hitler participa ya en este golpe, como un aliado. Al otro lado también surgen y se reagrupan los políticos: no sólo los comunistas del KPD, sino múltiples grupúsculos de tendencia bolchevique hacen de las suyas. Se luchan las calles, utilizando el Parlamento como antesala de la lucha verdadera, de la política verdadera que tiene lugar cada día con los puños y que finalmente habrá de conducir a la revolución. La revolución, en este contexto, tanto para un lado como para el otro, no significa otra cosa que el final de la República de Weimar, esa república acusada, de un lado, de fascista y, del otro, de extranjera, judía, comunista, traidora.
En opinión del que tal vez sea no ya el sociólogo más influyente y capaz de esta disciplina, sino probablemente uno de los pensadores más agudos de todos los tiempos, Max Weber, la política es algo que tiene lugar en y por el Estado, es decir: tiene un componente de organización y de dirección que únicamente toma forma en el Estado y, más concretamente, en la ley o en el respeto a la ley. Política es, entonces, lo que hace la República en esos años: trata de pagar la deuda de Versalles, lucha contra la inflación, contiene a duras penas a los comunistas y los nacionalsocialistas, pero no lo suficiente, convoca elecciones. Política es también, sin embargo, la lucha en que se desenvuelven cada día los enemigos de la República, al menos en tanto en cuanto hacen uso de los medios legales a su disposición: acuden a las elecciones con programas antidemocráticos, participan en el Parlamento con el objeto de hacer imposible su funcionamiento y de frenar toda propuesta de gobierno.
Por supuesto, los ciudadanos acuden a votar. En el voto fundamentará Hitler, precisamente, su "revolución legal": frente a la lucha armada de los comunistas, el presidente de la República, Hindenburg, nombra a Hitler canciller en 1933. En apenas dos meses el Parlamento deja de existir efectivamente, y en septiembre ya se han redactado leyes de la sangre que excluyen a los judíos de la ciudadanía. Pero en los años 20 el voto no es lo esencial, sino la lucha. La lucha es política. O eso nos han dicho. Ese es, quizá, el legado que la extrema izquierda y la extrema derecha nos han dejado en el siglo XX: toda democracia toma forma en la lucha.

miércoles, 5 de marzo de 2008

De lo ínfimo a lo más grande

Dice Koldo Martínez, candidato por NaBai, que es nacionalista, socialista, republicano, ciudadano del mundo y que lee a Walt Whitman. Además, tiene un máster en bioética y le añade un "entre" a Paul Ricoeur, porque ni él supo tanto, ya saben. Es lo que tiene ser un genio, que te lo crees.
"Respeto absoluto" y "paz" se convierten en armas de la arrogancia de estos ciudadanos del mundo que son nacionales pero que dicen pertenecer a ningún Estado. Se entiende que son de la nación de la poesía, y la poesía nace de la tierra, del terruño y de la casa construida por maderas o pedruscos: "palabras como flores" (Hölderlin); de ahí Walt Whitman y Orixe, of course. Se hace política leyendo y regocijándose en el sillón con el dedo en el libro.
Yo me siento ciudadana de Estados Unidos, pero no puede ser y no me dejan votar allí por Hilaria Clinton. Qué se le va a hacer: tendré que depender de los derechos que me brinda mi país, esa cosa llamada España en la que nací hace treinta y un años ya, en un sitio en el que, además, ya no se podían construir casas con las propias manos y ni siquiera se podían comprar del todo.

martes, 4 de marzo de 2008

Malos entendidos

Cuando dije, hace unas semanas, que me gustaría exponer a Nietzsche en mi clase de oposiciones, no quise decir que Nietzsche me gustara. Una cosa rara: jamás caí bajo el sarampión de Nietzsche que se tiene alrededor de los diecisiete o los dieciocho años, cuando se estudia Filosofía en el colegio, y que sobre todo tienen aquellos estudiantes que deciden internarse en el estudio de la filosofía (por libre o en el desesperado intento de hacer carrera). Al contrario, yo pasaba de Nietzsche y mostraba un interés desaforado en una corriente que consideraba opuesta, porque por entonces no sabía que se parecían: el existencialismo. Me gustaba Sartre y me gustaba Camus, y acabé decidiéndome - siquiera brevemente - por el último, principalmente por dos razones, la primera pública y la segunda secreta: se había negado a comprometerse con los aspectos más indignos del comunismo, y se parecía a Humphrey Bogart.
Mi primer contacto serio con Nietzsche, a quien me negué a leer durante años, tuvo lugar ya en el penúltimo año de mis estudios de licenciatura, cuando tuve la ocasión de profundizar en uno de sus mejores y más famosos textos, Verdad y mentira en sentido extramoral. He de decir que me impresionó mucho, a pesar de que no estaba de acuerdo con su visión de la razón como una fantasía. Tuve también que leer algunos aforismos, un estilo que tiene muchos adeptos pero que encuentro cargante: profetas, visiones, oráculos, "predicadores de la muerte" que aparecen en boca de Zaratustra, moscas y bestias rubias, todo ello no ha conseguido más que ponerme nerviosa. Más adelante, fui capaz de distinguir entre el Nietzsche legible (La gaya ciencia, Consideraciones intempestivas, Verdad y mentira) y el ilegible, una distinción que aún mantengo. Ahora puedo decir que me gusta discutir con ese Nietzsche legible, sin que él me acabe de gustar del todo, pero ¿quién me gusta?
Por eso no comprendo que los estudiantes de filosofía - y todos somos estudiantes, aun si estamos dando clases - confiesen sus gustos filosóficos. Debería tratarse de discutir con este o con aquel, pero no de gustarse. De hecho, en mi próxima entrada, trataré de hacer un breve resumen de Verdad y mentira en sentido extramoral, a ver si saco algo.

lunes, 25 de febrero de 2008

Expiación

Esta noche se han dado los Oscars, pero ayer yo fui a ver una de las películas nominadas, Expiación. A bastante gente no le gustan los dramas amorosos - son poco originales - y menos aún cuando son "de época": esta película es un dramón y además transcurre en tres episodios, los más importantes de los cuales tienen lugar justo antes de la Segunda Guerra Mundial - creo recordar que en 1935 o 1936 - y después de que ésta hubiese comenzado, en 1940. A mí, sin embargo, me encantan los dramas amorosos y las películas de época, incluso las de esa época. Además, como decía mi abuela, los ingleses saben hacerlas muy bien: que les quiten lo bailao, pues para algo tienen esos campos, esos acentos y esos trajes maravillosos.

La película, en el fondo, no es tanto una historia trágica de amor cuanto una advertencia sobre el peligro de tener una mente literaria (o, como se diría hoy, imaginativa). Como he dicho, Expiación cuenta una historia terrible en tres episodios. El primero sucede en una casa de campo de la clase alta de Inglaterra, donde se gesta el drama: una niña ve algo que cree entender sólo a medias, aunque dispone de una gran imaginación y de un prometedor talento literario para entenderlo todo, como los poetas. Este primer episodio es, sin duda, el más logrado, en el que el drama alcanza sus notas más altas, y está hecho de una inteligente combinación de saltos entre lo que la niña entiende y lo que los adultos, verdaderamente involucrados en el suceso, saben o al menos intuyen que les ha pasado. La película es sutil, fría y terrible, como los ingleses: sutil porque en ella hay pinceladas de la lucha de clases al modo inglés y sin discursos al estilo de Ken Loach (que también es inglés, aunque carezca de sutileza), fría porque el drama se sirve con precisión mecánica, terrible porque alcanza proporciones trágicas no sólo para los principales personajes sino para el pueblo inglés que lucha casi en solitario en la guerra contra Alemania (al menos, hasta 1941). En el segundo episodio se nos cuentan las consecuencias de ese primer momento, hasta el punto de que la guerra misma parece, si no una consecuencia, sí la oportunidad para que la tragedia golpee con toda su fuerza, y con ella la purificación, la catarsis, la pena que cada individuo ha de pagar por su culpa. Desde este punto de vista, el tercer episodio, aunque contado con elegancia e interpretado por la gran Vanessa Redgrave, sobra por redundante. La guerra se cuenta prácticamente en dos escenas: la evacuación de los soldados ingleses de Dunkerke, tras la invasión alemana de Francia, y los primeros bombardeos de Londres.

Hoy el público demanda originalidad, independencia, buenos diálogos. Ciertamente, Expiación es el drama inglés de todos los años, que nos llega como la película de Woody Allen o la película de tiros y explosiones. Sin embargo, una niña - Saoirse Ronan, la gran interpretación de la película - le da fuerza moral a la película: ni siquiera la guerra o el amor ultrajado, sino una niña que tiene ambiciones literarias y que aprende, a partir de ellas y me atrevería a decir que por desgracia, a ser moral en el mundo. Puede parecer injusto que la culpa se cargue sobre una niña de apenas trece años que es capaz de hacer el mal. Pero quien lo considere injusto no comprenderá la fuerza moral de la película: que somos capaces de hacer el mal incluso cuando aún no entendemos el mundo y que nuestra imaginación - cuando la tenemos - distorsiona la realidad y nos plantea unas obligaciones hacia ella (hacia la realidad) que quizá no estemos preparados para afrontar o que, cuando lo estemos, nos pesará demasiado. En fin, se la recomiendo.

viernes, 15 de febrero de 2008

Un meme, dos memes, tres memes

En la universidad, tenía una clase que se llamaba "Filosofía de la cultura". Una vez tuve que hacer una exposición sobre un texto de Jesús Mosterín, que estaba dedicado a los memes. Resulta que un meme es una unidad de difusión cultural, según Richard Dawkins (vaya, no sabía que lo del meme lo había empezado él), que imita la transmisión de la información genética. Durante la exposición me permití alguna que otra broma sobre memes y memos, pero esa es otra historia.
Ahora, varios años después, me encuentro con que me han nominado a un "meme". Este es un meme sobre las manías, que en mi caso no son culturales porque me afectan a mí, pero quién sabe. Las normas del meme consisten en:
- compartir 6 manías/hábitos que tengas
- nominar, como mínimo, a tres personas y enlazar sus blogs
- dejarles un comentario avisándoles de su nominación
Así que vamos a ello. Aunque es difícil para mí encontrar manías, ya que yo debo de ser una manía entera para alguien:
- necesito silencio total para dormir. Así que siempre tengo que tener a mano unos tapones de los oídos. En casa también, pero sobre todo cuando viajo y, cuando se me olvidan, tengo que parar en una farmacia o hacer algo al respecto antes de echarme a dormir.
- si estoy en un momento de cierto fervor intelectual, necesito miles de libros a mi alrededor. La mayoría ni siquiera los termino, pero incluso antes de terminarlos ya estoy comprando más. Esto, lamentablemente, se termina cuando me aburro a mí misma con mis ideas.
- si estoy dando clase o hablando por teléfono, necesito pasear.
- antes de dormirme, me gusta ver la tele un rato.
- cuando salgo a conducir o vuelo en avión o doy clase - cuando hago cosas que todavía me dan miedo - rezo un Ave María. Y eso, teniendo en cuenta que soy atea, es muy, muy cobarde.
Ahora toca lo de nominar: nomino a Spread your wings, a http://miperspectivaemic.blogspot.com, que tiene que ser otra manía - y mucho más interesante - en sí misma, y a la chica del chocolate.
Espero sinceramente que mis memes no se transmitan.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Eros y libros

... es preciso que los hombres empiecen por no ser fanáticos para merecer la tolerancia (Voltaire, Tratado de la tolerancia, "Únicos casos en que la tolerancia es de derecho humano").

Sé que les debo algunas cosas, en particular a alguno de ustedes, pero me abruman los libros de la fotografía. Cuando termine las clases sobre Carl Schmitt, confío en ser capaz de decir algo claramente. Tan claramente como lo del amigo y el enemigo.


Hasta entonces, les dejo con la frase de Voltaire, como a mis alumnos.