viernes, 4 de marzo de 2011

It takes guts to be gentle and kind

Joseph De Maistre dice, en sus Consideraciones sobre Francia, una gran cantidad de burradas. Sin embargo, hay una de ellas que ha podido convertise en algo parecido a una frase hecha que todo el mundo podría creerse a pies juntillas: se puede morir de un exceso de civilización. No es el único que lo piensa. John Stuart Mill, un pensador completamente diferente a De Maistre, de un talante mucho menos retórico y de una inteligencia mucho más aguda, dice en Sobre la libertad que la civilización puede venirse abajo si ha perdido la fuerza que la impulsa a luchar por sí misma.

En el fondo, ambos dicen cosas muy parecidas. Aunque es cierto que lo dicen de maneras suficientemente distintas: De Maistre parece aliviado e incluso excitado por el derramamiento de sangre y por la destrucción de la civilización; Mill advierte, en cambio, del peligro de que lo mejor de nosotros perezca si ni siquiera somos capaces de valorarlo.

La gente no cita a De Maistre o a Mill cuando menciona la actual desgana que le provoca ser civilizado. No hace falta. Basta decir otras cosas más de andar por casa: por ejemplo, basta decir que nos lo merecemos, mientras soñamos con que Bin Laden nos da por el culo o mientras aplaudimos los actos de valentía de Hugo Chávez.
La cita de De Maistre: cuando el alma humana ha perdido la tensión de sus resortes por la blandura, la incredulidad y los vicios gangrenosos que siguen al exceso de civilización, no se puede templar de nuevo más que en la sangre.
La cita de Mill: Para que una civilización pueda sucumbir así ante su enemigo vencido necesita haber llegado a un tal grado de degeneración que ni sus propios sacerdotes y maestros, ni nadie, tenga capacidad ni quiera tomarse el trabajo de defenderla. Si esto es así, cuanto antes desaparezca esa civilización mejor. No podría ir sino de mal en peor, hasta ser destruida y regenerada (como el imperio de Occidente) por bárbaros vigorosos.

7 comentarios:

Lenny Zelig dijo...

Comparto su reproche por la indolencia de los “civilizados”. Pero hay razones para un (moderado, siempre muy moderado) optimismo. Lo que hoy sucede en varios países árabes es que los “bárbaros” no se revuelven contra la civilización, sino contra la barbarie que directamente soportan –con la anuencia de los “civilizados”. Así que tal vez sean “esos bárbaros” los que más consoliden “nuestra civilización”.
En fin, que con todas las dudas y seguros tropiezos y traspiés, la civilización se abre paso, creo que irremisiblemente, gracias al esfuerzo de muchos en todos los rincones del planeta y a pesar de la pereza de demasiados que están por todas partes.

my blue eye dijo...

Estoy de acuerdo con usted, aunque creo que hay más razones para la moderación que para el optimismo, al menos por ahora. Por otro lado, yo no critico la rebelión en estos países, al contrario. Lo que me llama la atención son las efusiones de auto-odio occidental que generan estas rebeliones. Artículos como el de Jorge Volpi, una gota en el océano: "la grotesca hipocresía" de Occidente, "un supuesto alarde de altruismo, que en realidad escondía un atávico deseo de venganza", "incapaces de ofrecer una respuesta generosa a los deseos libertarios", "la reacción timorata de Occidente", etc. Se puede ver el enlace aquí: http://www.elpais.com/articulo/opinion/decadencia/Occidente/elpepuopi/20110306elpepiopi_5/Tes

Desde mi punto de vista, la civilización lleva consigo una lucha - interna y externa - con la barbarie. No obstante, sólo hay una manera de que la civilización se imponga o se abra camino, como usted dice: la realidad. Que los países occidentales tengan intereses comerciales y políticos, e incluso que se las hayan arreglado durante años con los dictadores más o menos infames de ciertos países, no debería ser motivo para el desprecio o la ignorancia. No se puede defender la democracia, los derechos humanos y la libertad sobre la base de ese desprecio y de esa ignorancia. Esa es otra manera de renunciar a la civilización, que a mí, francamente, me preocupa casi tanto como la otra.

Lenni Zelig dijo...

Es curioso: solemos estar de acuerdo en nuestro desacuerdo con ciertos dos extremos, pero cada uno presta más atención a uno que a otro. Debe de ser cosa de las inclinaciones y su saludable diversidad.

Esta vez es la tensión entre la ingenua e irracional flagelación (occidente es el responsable del mal en el mundo, porque lo alimenta o porque no lo evita y podría hacerlo cuando quisiera) y la cínica condescendencia (oiga, que al tirano no lo he puesto yo, así que déjeme que entre en su tienda mientras me tapo los ojos para no ver al desgraciado que acaban de colgar del rótulo). Son dos extremos de éxito porque ayudan a sentirse mejor con uno mismo, pero seguro que estamos de acuerdo en que no son el camino ni más inteligente ni más honesto. Lo correcto (y más difícil) está lejos de ambos extremos. Claro que no somos los más culpables, pero o echamos mano de la autocrítica –un buen antídoto contra la decadencia— o no seremos la esperanza que debemos ser. Y desde luego que no podemos acabar, con solo desearlo, con las tiranías ni con el modo en que dependemos de los recursos que ellas controlan, pero habrá que estudiar el modo (y de afrontar el esfuerzo o la renuncia) de, más pronto que tarde, poder despreciar su amistad en vez de cultivarla.

Usted se inclina por prestar su atención crítica a los ingenuos. Yo, a los cínicos. Ambos se la merecen. Hay que intentar, y advierto que no me es fácil, no ser ni lo uno ni lo otro.

Anónimo dijo...

Vaya sarta de tonterias con ínfulas.

Lenny Zelig dijo...

No le falta razón, lo admito, mi entrañable cínico.

San dijo...

¿¿¿¿Podrías ser ingenuo y cínico a la vez????

cessione del quinto dijo...

Es cierto, hay que ser moderados pero creo que el dìa que no seamos optimistas estaremos perdidos.
Sara M.