Manuel Rivas publica hoy una columna de opinión en EL PAÍS, a la que titula Ruedo ibérico y que está enteramente dedicada a continuar la deslegitimación de la denominada derecha española, compuesta por los sempiternos políticos del PP y por una maraña de aliados provenientes de la socialdemocracia que ha traicionado sus antiguos ideales al no conseguir adaptarse al nuevo, joven socialismo. A los primeros ya los conocemos: son la derecha española "de siempre" con sus aspiraciones de toda la vida (impedir que se rompa España e imponer un orden moral nacional-católico). Entre los segundos, los aliados, - deslegitimados ya desde el primer momento dada su traición al partido socialista de toda la vida - nos encontramos dando la cara a Rosa Díez. La columna de Rivas expone muy concisamente esta unión a través de la comparación entre dos de sus figuras (femeninas): la Díez y Esperanza Aguirre. Este es el punto que me interesa comentar del artículo.
Las dos mujeres, se nos dice, son muy ambiciosas. Este no debiera ser un rasgo destacable ya que los políticos se distinguen por ser hombres y mujeres ambiciosos; a pesar de todo, sigue siendo un argumento que se esgrime contra ciertos políticos de diversos ámbitos, sobre todo cuando no están movidos - aparentemente - por grandes ideales de justicia (izquierda) o de orden (derecha). Además, la ambición de estas dos mujeres destaca por su estilo: sonríen con una "sonrisa política" en vez de despedazar a sus adversarios con mala cara. Intuyo que el estilo de la mala cara que babea sangre es un estilo no tan político, pero sí más honesto y humano al fin y al cabo, lo que nos lleva a considerar que hay una mala política - la de los ambiciosos trepas que ocultan sus intereses y sonríen a sus adversarios en el Parlamento o en la televisión - y una buena política - la de los hombres que verdaderamente quieren salvar el mundo, que sonríen a veces y se ponen serios cuando toca. Es importante recordar que esta contraposición entre la mala y la buena política lleva dos siglos corriendo de un lado a otro, es decir, de la derecha a la izquierda, sin ningún pudor: consiste en la deslegitimación de la política parlamentaria frente a la "verdadera" política que los "verdaderos" políticos (hombres y mujeres como tú y como yo) no consiguen realizar porque los otros les obstaculizan, lo que quiere decir que es un recurso que en último término se opone a la democracia parlamentaria tal y como la conocemos.
Pero tampoco Rivas quiere llegar tan lejos. Simplemente, lo suyo es una "broma" seria sobre la derecha española encarnada en dos sonrisas, la de Aguirre y la de Díez. Ya se sabe que, en este país, no puede funcionar la democracia parlamentaria mientras la derecha española no se reconvierta en otra cosa que nadie sabe qué es, puesto que los adjetivos "española" y "democrática" se excluyen mutuamente; por lo tanto, esto no hace falta explicarlo y a Aguirre se le dedica apenas una línea. El verdadero objetivo de la "broma" es, por tanto, Rosa Díez. Se establece primero la comparación con Aguirre. Se sigue después la comparación de sus sonrisas políticas con el padre de todas las sonrisas políticas: Aznar, un hombre que jamás se ha caracterizado por su simpatía y su aspecto agradable, pero que a efectos retóricos a Rivas le sirve. Finalmente, se da el golpe de gracia: Federico Jiménez Losantos alaba los huevos, los cojones, los ovarios, las pelotas, de ambas mujeres. Ya están, de este modo, deslegitimados los objetivos del partido de Díez, UPyD.
¿Y cuáles son dichos objetivos? El primero consiste en evitar que se rompa España, que como se ha dicho es un fantasma esgrimido por la derecha española desde tiempos inmemoriales. Del segundo no se acuerdan ni Rivas ni Rosa Díez. Pero, ¡Ah sí! Era la defensa inequívoca del Estado laico frente al marcaje clerical. Rivas no explica por qué cree que Díez se ha olvidado de este deseable objetivo. Lo único que nos dice es que el diabólico Federico defiende a la señora. Y esto, como sabemos, no puede ser nada bueno.
En resumen: el ruedo periodístico se sigue caracterizando por la total ausencia de argumentos que critiquen las estrategias políticas de los diversos partidos o de sus representantes. ¿Para qué explicarlo cuando podemos recurrir a "las amistades peligrosas" y a las comparaciones faciales? ¿Para qué molestarse en criticar las ideas políticas con las que no estamos de acuerdo, o los métodos que los políticos emplean para imponerse a sus contrincantes, cuando disponemos de la bella y justa literatura, que traspasa las verdades más hondas?
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