martes, 4 de marzo de 2008

Malos entendidos

Cuando dije, hace unas semanas, que me gustaría exponer a Nietzsche en mi clase de oposiciones, no quise decir que Nietzsche me gustara. Una cosa rara: jamás caí bajo el sarampión de Nietzsche que se tiene alrededor de los diecisiete o los dieciocho años, cuando se estudia Filosofía en el colegio, y que sobre todo tienen aquellos estudiantes que deciden internarse en el estudio de la filosofía (por libre o en el desesperado intento de hacer carrera). Al contrario, yo pasaba de Nietzsche y mostraba un interés desaforado en una corriente que consideraba opuesta, porque por entonces no sabía que se parecían: el existencialismo. Me gustaba Sartre y me gustaba Camus, y acabé decidiéndome - siquiera brevemente - por el último, principalmente por dos razones, la primera pública y la segunda secreta: se había negado a comprometerse con los aspectos más indignos del comunismo, y se parecía a Humphrey Bogart.
Mi primer contacto serio con Nietzsche, a quien me negué a leer durante años, tuvo lugar ya en el penúltimo año de mis estudios de licenciatura, cuando tuve la ocasión de profundizar en uno de sus mejores y más famosos textos, Verdad y mentira en sentido extramoral. He de decir que me impresionó mucho, a pesar de que no estaba de acuerdo con su visión de la razón como una fantasía. Tuve también que leer algunos aforismos, un estilo que tiene muchos adeptos pero que encuentro cargante: profetas, visiones, oráculos, "predicadores de la muerte" que aparecen en boca de Zaratustra, moscas y bestias rubias, todo ello no ha conseguido más que ponerme nerviosa. Más adelante, fui capaz de distinguir entre el Nietzsche legible (La gaya ciencia, Consideraciones intempestivas, Verdad y mentira) y el ilegible, una distinción que aún mantengo. Ahora puedo decir que me gusta discutir con ese Nietzsche legible, sin que él me acabe de gustar del todo, pero ¿quién me gusta?
Por eso no comprendo que los estudiantes de filosofía - y todos somos estudiantes, aun si estamos dando clases - confiesen sus gustos filosóficos. Debería tratarse de discutir con este o con aquel, pero no de gustarse. De hecho, en mi próxima entrada, trataré de hacer un breve resumen de Verdad y mentira en sentido extramoral, a ver si saco algo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Dios, que miedo das.

¿De que habla esta loca? Jejejejeje.

Si te tienes que tirar por alguien que este bueno, ni Nietzsche, ni nada, por Dios un tío bueno y me lo pasas.

Nootka dijo...

ay, cómo eres, pues sí es cuestión de que alguien te guste, de sentir esas mariposillas en el estómago cuando lees a Nietzsche, de admirar ese bigote majestuoso. Yo siempre he sentido gran simpatía por Wittgenstein, y eso que nunca lo he leído. Es una intuición, una emoción que va más allá de la razón. El ser humano es razón y es emoción.
Como que te guste Camus porque se parece a Humphrey Bogart. Si a ti te pasa ¿por qué no a tus alumnos?
¿por qué no les puede gustar Nietzsche por razones emocionales? ay ay, no eres justa con ellos, querida

my blue eye dijo...

Muy bien, pero eso no es filosofía y entonces no entenderán nada :)