La República de Weimar nació entre convulsiones, pero algunos dicen que estaba ya muerta cuando se formó entre 1918 y 1919. En 1918, Alemania había perdido la guerra y la situación era lo suficientemente inestable, en el momento de firmar la paz, para que se produjeran importantes conatos revolucionarios. En noviembre de 1918, inspirados por los acontecimientos de 1917 en Rusia, los soldados y los trabajadores de Kiel se amotinaron y formaron un consejo de soldados y obreros que encendió la revuelta en otros lugares de Alemania. A estos sucesos se referirá posteriormente Adolf Hitler cuando hable de "los traidores de noviembre". Los socialdemócratas del SPD, que habían cometido el error de apoyar la guerra más sangrienta conocida hasta entonces, se esforzaron entonces por aprovechar la oportunidad y por frenar, a la vez, el proceso revolucionario: se declaró la República en lucha contra la revolución.
Esta fue más o menos la historia de Weimar hasta su final en 1933: un constante equilibrio entre la República y la revolución. En ese primer momento de la República, ya se produce la ruptura entre los socialdemócratas del SPD y los partidos minoritarios del KPD, comunistas bajo el mando bolchevique ruso, y del USPD, socialistas independientes a la izquierda del SPD. Al hacerse con el poder, los socialdemócratas inevitablemente tuvieron que aliarse con otros partidos más conservadores y con el Ejército, razón por la que fueron acusados de traidores al movimiento socialista. Para esto hay un nombre disponible en el vocabulario político de la época: contrarrevolución, de larga trayectoria desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Rusa. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, líderes de la Liga Espartaquista y destacados teóricos marxistas, quieren la revolución que termine con la contrarrevolución en 1919. Los socialdemócratas se ven obligados a echar mano de los Freikorps - organizaciones paramilitares de soldados liberados del Ejército - para frenar la revuelta y Liebknecht y Luxemburgo son asesinados en el trance, lo mismo que otros participantes en la revolución.
Durante los años 20, los comunistas designan a su mayor enemigo político: la socialdemocracia. De alguna manera, el parlamentarismo y la socialdemocracia aparecen vinculados en una alianza fatal para los revolucionarios, una alianza que se califica de contrarrevolucionaria lo mismo que de fascista a partir de la aparición súbita del fascismo en Italia en 1922. Esto implica que hay que terminar con la República de Weimar. Por otra parte, los partidos de derecha no llegan a creer en la solidez de la República y le dejan la responsabilidad del gobierno a los socialdemócratas, limitándose a reducir su capacidad de acción y de reforma. A pesar de todo, la Constitución de Weimar de 1919 es una de las más avanzadas de su época.
¿Qué es la política y, sobre todo, cómo es la política en Weimar a lo largo de estos años? Surgen numerosas agrupaciones políticas, por supuesto: organizaciones juveniles, partidos políticos, veteranos de la guerra. Todos ellos no se dedican simplemente a encumbrar el derecho de voto, sino que hacen política diariamente en las calles de Alemania. Pegan, destrozan, vuelan puentes franceses en el Ruhr (ocupado por tropas francesas para justificar el pago de la deuda impuesta por el Tratado de Versalles), asesinan a líderes políticos parlamentarios. Incluso tratan de tomar el poder por asalto, como ocurre en Baviera en 1923: Hitler participa ya en este golpe, como un aliado. Al otro lado también surgen y se reagrupan los políticos: no sólo los comunistas del KPD, sino múltiples grupúsculos de tendencia bolchevique hacen de las suyas. Se luchan las calles, utilizando el Parlamento como antesala de la lucha verdadera, de la política verdadera que tiene lugar cada día con los puños y que finalmente habrá de conducir a la revolución. La revolución, en este contexto, tanto para un lado como para el otro, no significa otra cosa que el final de la República de Weimar, esa república acusada, de un lado, de fascista y, del otro, de extranjera, judía, comunista, traidora.
En opinión del que tal vez sea no ya el sociólogo más influyente y capaz de esta disciplina, sino probablemente uno de los pensadores más agudos de todos los tiempos, Max Weber, la política es algo que tiene lugar en y por el Estado, es decir: tiene un componente de organización y de dirección que únicamente toma forma en el Estado y, más concretamente, en la ley o en el respeto a la ley. Política es, entonces, lo que hace la República en esos años: trata de pagar la deuda de Versalles, lucha contra la inflación, contiene a duras penas a los comunistas y los nacionalsocialistas, pero no lo suficiente, convoca elecciones. Política es también, sin embargo, la lucha en que se desenvuelven cada día los enemigos de la República, al menos en tanto en cuanto hacen uso de los medios legales a su disposición: acuden a las elecciones con programas antidemocráticos, participan en el Parlamento con el objeto de hacer imposible su funcionamiento y de frenar toda propuesta de gobierno.
Por supuesto, los ciudadanos acuden a votar. En el voto fundamentará Hitler, precisamente, su "revolución legal": frente a la lucha armada de los comunistas, el presidente de la República, Hindenburg, nombra a Hitler canciller en 1933. En apenas dos meses el Parlamento deja de existir efectivamente, y en septiembre ya se han redactado leyes de la sangre que excluyen a los judíos de la ciudadanía. Pero en los años 20 el voto no es lo esencial, sino la lucha. La lucha es política. O eso nos han dicho. Ese es, quizá, el legado que la extrema izquierda y la extrema derecha nos han dejado en el siglo XX: toda democracia toma forma en la lucha.