miércoles, 12 de marzo de 2008

Weimar, años 20

La República de Weimar nació entre convulsiones, pero algunos dicen que estaba ya muerta cuando se formó entre 1918 y 1919. En 1918, Alemania había perdido la guerra y la situación era lo suficientemente inestable, en el momento de firmar la paz, para que se produjeran importantes conatos revolucionarios. En noviembre de 1918, inspirados por los acontecimientos de 1917 en Rusia, los soldados y los trabajadores de Kiel se amotinaron y formaron un consejo de soldados y obreros que encendió la revuelta en otros lugares de Alemania. A estos sucesos se referirá posteriormente Adolf Hitler cuando hable de "los traidores de noviembre". Los socialdemócratas del SPD, que habían cometido el error de apoyar la guerra más sangrienta conocida hasta entonces, se esforzaron entonces por aprovechar la oportunidad y por frenar, a la vez, el proceso revolucionario: se declaró la República en lucha contra la revolución.
Esta fue más o menos la historia de Weimar hasta su final en 1933: un constante equilibrio entre la República y la revolución. En ese primer momento de la República, ya se produce la ruptura entre los socialdemócratas del SPD y los partidos minoritarios del KPD, comunistas bajo el mando bolchevique ruso, y del USPD, socialistas independientes a la izquierda del SPD. Al hacerse con el poder, los socialdemócratas inevitablemente tuvieron que aliarse con otros partidos más conservadores y con el Ejército, razón por la que fueron acusados de traidores al movimiento socialista. Para esto hay un nombre disponible en el vocabulario político de la época: contrarrevolución, de larga trayectoria desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Rusa. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, líderes de la Liga Espartaquista y destacados teóricos marxistas, quieren la revolución que termine con la contrarrevolución en 1919. Los socialdemócratas se ven obligados a echar mano de los Freikorps - organizaciones paramilitares de soldados liberados del Ejército - para frenar la revuelta y Liebknecht y Luxemburgo son asesinados en el trance, lo mismo que otros participantes en la revolución.
Durante los años 20, los comunistas designan a su mayor enemigo político: la socialdemocracia. De alguna manera, el parlamentarismo y la socialdemocracia aparecen vinculados en una alianza fatal para los revolucionarios, una alianza que se califica de contrarrevolucionaria lo mismo que de fascista a partir de la aparición súbita del fascismo en Italia en 1922. Esto implica que hay que terminar con la República de Weimar. Por otra parte, los partidos de derecha no llegan a creer en la solidez de la República y le dejan la responsabilidad del gobierno a los socialdemócratas, limitándose a reducir su capacidad de acción y de reforma. A pesar de todo, la Constitución de Weimar de 1919 es una de las más avanzadas de su época.
¿Qué es la política y, sobre todo, cómo es la política en Weimar a lo largo de estos años? Surgen numerosas agrupaciones políticas, por supuesto: organizaciones juveniles, partidos políticos, veteranos de la guerra. Todos ellos no se dedican simplemente a encumbrar el derecho de voto, sino que hacen política diariamente en las calles de Alemania. Pegan, destrozan, vuelan puentes franceses en el Ruhr (ocupado por tropas francesas para justificar el pago de la deuda impuesta por el Tratado de Versalles), asesinan a líderes políticos parlamentarios. Incluso tratan de tomar el poder por asalto, como ocurre en Baviera en 1923: Hitler participa ya en este golpe, como un aliado. Al otro lado también surgen y se reagrupan los políticos: no sólo los comunistas del KPD, sino múltiples grupúsculos de tendencia bolchevique hacen de las suyas. Se luchan las calles, utilizando el Parlamento como antesala de la lucha verdadera, de la política verdadera que tiene lugar cada día con los puños y que finalmente habrá de conducir a la revolución. La revolución, en este contexto, tanto para un lado como para el otro, no significa otra cosa que el final de la República de Weimar, esa república acusada, de un lado, de fascista y, del otro, de extranjera, judía, comunista, traidora.
En opinión del que tal vez sea no ya el sociólogo más influyente y capaz de esta disciplina, sino probablemente uno de los pensadores más agudos de todos los tiempos, Max Weber, la política es algo que tiene lugar en y por el Estado, es decir: tiene un componente de organización y de dirección que únicamente toma forma en el Estado y, más concretamente, en la ley o en el respeto a la ley. Política es, entonces, lo que hace la República en esos años: trata de pagar la deuda de Versalles, lucha contra la inflación, contiene a duras penas a los comunistas y los nacionalsocialistas, pero no lo suficiente, convoca elecciones. Política es también, sin embargo, la lucha en que se desenvuelven cada día los enemigos de la República, al menos en tanto en cuanto hacen uso de los medios legales a su disposición: acuden a las elecciones con programas antidemocráticos, participan en el Parlamento con el objeto de hacer imposible su funcionamiento y de frenar toda propuesta de gobierno.
Por supuesto, los ciudadanos acuden a votar. En el voto fundamentará Hitler, precisamente, su "revolución legal": frente a la lucha armada de los comunistas, el presidente de la República, Hindenburg, nombra a Hitler canciller en 1933. En apenas dos meses el Parlamento deja de existir efectivamente, y en septiembre ya se han redactado leyes de la sangre que excluyen a los judíos de la ciudadanía. Pero en los años 20 el voto no es lo esencial, sino la lucha. La lucha es política. O eso nos han dicho. Ese es, quizá, el legado que la extrema izquierda y la extrema derecha nos han dejado en el siglo XX: toda democracia toma forma en la lucha.

miércoles, 5 de marzo de 2008

De lo ínfimo a lo más grande

Dice Koldo Martínez, candidato por NaBai, que es nacionalista, socialista, republicano, ciudadano del mundo y que lee a Walt Whitman. Además, tiene un máster en bioética y le añade un "entre" a Paul Ricoeur, porque ni él supo tanto, ya saben. Es lo que tiene ser un genio, que te lo crees.
"Respeto absoluto" y "paz" se convierten en armas de la arrogancia de estos ciudadanos del mundo que son nacionales pero que dicen pertenecer a ningún Estado. Se entiende que son de la nación de la poesía, y la poesía nace de la tierra, del terruño y de la casa construida por maderas o pedruscos: "palabras como flores" (Hölderlin); de ahí Walt Whitman y Orixe, of course. Se hace política leyendo y regocijándose en el sillón con el dedo en el libro.
Yo me siento ciudadana de Estados Unidos, pero no puede ser y no me dejan votar allí por Hilaria Clinton. Qué se le va a hacer: tendré que depender de los derechos que me brinda mi país, esa cosa llamada España en la que nací hace treinta y un años ya, en un sitio en el que, además, ya no se podían construir casas con las propias manos y ni siquiera se podían comprar del todo.

martes, 4 de marzo de 2008

Malos entendidos

Cuando dije, hace unas semanas, que me gustaría exponer a Nietzsche en mi clase de oposiciones, no quise decir que Nietzsche me gustara. Una cosa rara: jamás caí bajo el sarampión de Nietzsche que se tiene alrededor de los diecisiete o los dieciocho años, cuando se estudia Filosofía en el colegio, y que sobre todo tienen aquellos estudiantes que deciden internarse en el estudio de la filosofía (por libre o en el desesperado intento de hacer carrera). Al contrario, yo pasaba de Nietzsche y mostraba un interés desaforado en una corriente que consideraba opuesta, porque por entonces no sabía que se parecían: el existencialismo. Me gustaba Sartre y me gustaba Camus, y acabé decidiéndome - siquiera brevemente - por el último, principalmente por dos razones, la primera pública y la segunda secreta: se había negado a comprometerse con los aspectos más indignos del comunismo, y se parecía a Humphrey Bogart.
Mi primer contacto serio con Nietzsche, a quien me negué a leer durante años, tuvo lugar ya en el penúltimo año de mis estudios de licenciatura, cuando tuve la ocasión de profundizar en uno de sus mejores y más famosos textos, Verdad y mentira en sentido extramoral. He de decir que me impresionó mucho, a pesar de que no estaba de acuerdo con su visión de la razón como una fantasía. Tuve también que leer algunos aforismos, un estilo que tiene muchos adeptos pero que encuentro cargante: profetas, visiones, oráculos, "predicadores de la muerte" que aparecen en boca de Zaratustra, moscas y bestias rubias, todo ello no ha conseguido más que ponerme nerviosa. Más adelante, fui capaz de distinguir entre el Nietzsche legible (La gaya ciencia, Consideraciones intempestivas, Verdad y mentira) y el ilegible, una distinción que aún mantengo. Ahora puedo decir que me gusta discutir con ese Nietzsche legible, sin que él me acabe de gustar del todo, pero ¿quién me gusta?
Por eso no comprendo que los estudiantes de filosofía - y todos somos estudiantes, aun si estamos dando clases - confiesen sus gustos filosóficos. Debería tratarse de discutir con este o con aquel, pero no de gustarse. De hecho, en mi próxima entrada, trataré de hacer un breve resumen de Verdad y mentira en sentido extramoral, a ver si saco algo.