lunes, 21 de diciembre de 2009

La muerte de Chéjov

Conocí a Janet Malcolm a través de un comentario de Arcadi Espada en su blog, que luego me condujo a otros muchos; los temas eran los habituales en el blog de Espada - periodismo, búsqueda de la verdad, ficción, "reconstrucción" literario-periodística de la historia, etc. - pero entonces no me enteré de nada. Meses más tarde me di de bruces con El periodista y el asesino en una librería universitaria. El nombre me sonaba, el asunto me atraía y lo leí en apenas unos días, mientras hacía caso omiso de mis "obligaciones" intelectuales.
Encargué todos los libros de Malcolm que pude encontrar: Psicoanálisis: una profesión imposible, En los archivos de Freud, Dos vidas: Gertrude y Alice (la más reciente, dedicada a la supervivencia de Gertrude Stein en la Francia ocupada por los nazis), Sylvia Plath: la mujer en silencio, y finalmente Leyendo a Chéjov. Dejé esta última para el final, por dos razones: en primer lugar, porque el asunto literario sobre Chéjov me interesaba menos que todos los demás; en segundo lugar, porque ni siquiera había leído a Chéjov.
Llegué hasta él casi con pereza. Nada podía igualar la agudeza de los libros de Malcolm que ya había leído, menos aún un libro de crítica literaria. Al fin y al cabo, las "biografías" de Stein y de Plath tenían más que ver con la mentirosa técnica literaria que invita al escritor a escribir una biografía y al lector a creérsela; pero tanto Stein como Plath eran figuras literarias recientes, y también polémicas. Pertenecían al siglo XX, a la vanguardia y al feminismo, y, al lado de algo tan actual y trágico, Chéjov - el menos trágico de los rusos - tenía que palidecer. Debo añadir que fui una adolescente chunga (en palabras de Irene Sánchez) que leía a Dostoyevski compulsivamente. También he sido una lectora compulsiva de Plath. Afortunadamente, no lo he sido de Gertrude Stein. Todo esto explica muchas cosas, como mi pereza al leer a Chéjov durante demasiado tiempo.
Let's go to the point, o vayamos al grano. No me atrevería a decir que Leyendo a Chéjov es el mejor de los libros de Malcolm sobre periodismo, historia, literatura y, en definitiva, sobre la búsqueda de la verdad, pero sí diré que completa los otros libros e incluso que los atraviesa de parte a parte. Pero, en cualquier caso, eso es lo de menos. Lo importante es lo que nos cuenta Malcolm sobre la muerte de Chéjov. El tema se trata en el capítulo IV. Malcolm recorre todas las obras que conoce donde se ha narrado la muerte del genio: "La muerte de Chéjov es una de las grandes escenas de la historia de la literatura". Ustedes sabrán que Chéjov murió en 1904, cuando era relativamente joven, de tuberculosis; que fue un mujeriego; y que acabó retirándose a morir a Yalta, donde, antes de emitir el último suspiro, pidió una copa de champán. Tres personas contaron su muerte "de primera mano": su viuda, la actriz Olga Knipper, la describió en dos cartas de 1908 y 1922; un estudiante de medicina que se encontraba en el hotel donde Chéjov murió, Leo Rabeneck, la recordó en un artículo de 1958; el médico que le atendió, el doctor Schwörer, no escribió nada, pero habló con un periodista inmediatamente después del fallecimiento y dejó, como de pasada, algunos detalles. En todos estos testimonios se mezclan los mismos detalles: Chéjov era consciente de que se estaba muriendo (Ich sterbe); alguien, parece que el médico, pidió una copa de champán, y Chéjov la apuró justo antes de morir. En estos detalles elegantes y delicados coinciden tanto la viuda como Rabeneck, parcialmente respaldados por el médico que habló con el periodista. Otro periodista, amigo de Chéjov y de su mujer, transmite un día después una serie de nuevos detalles: Chéjov habría alucinado con marineros y japoneses y habría rechazado una compresa de hielo que su mujer iba a aplicarle con las palabras "No pongas hielo en un corazón vacío". Estos son los testimonios, más o menos directos (Olga, Rabeneck) o secundarios (Schwörer al periodista, el otro periodista), de los testigos de la muerte de Chéjov.
Es evidente que la literatura encuentra en ello abundante material: Chéjov, al fin y al cabo, tiene el gusto de morirse con elegancia, estoico en el dolor (Ich sterbe), irónico ante el placer (el champán). Nadie está seguro de cómo o por qué se pide la copa de champán, pero se pide, y parece que Chéjov la apura. El estoicismo del genio en la hora de su muerte parece estar a tono con la generalidad de su carácter, poco dado a las estridencias. Pero la literatura tiene hambre de condimentos, y Malcolm neutraliza ese hambre con una pura transcripción que podríamos denominar historiográfica: la biografía de Magarschack (1952) expone primero el momento del champán para pasar rápidamente al delirio con el marinero, recuerdo de la guerra ruso-japonesa; la princesa Toumanova, en 1937, insiste en la alucinación marinera y japonesa para concluir que "ese gran humanitarista fue fiel a sí mismo hasta el final" porque no pensaba en sí mismo, sino en su pueblo; Gilles, en 1967, insiste ya solamente en el marinero, en el "miedo" a los japoneses y en la sentencia sobre el hielo en un corazón vacío (que provienen, como sabemos, de una fuente secundaria); la literatura comienza a hacer sus juegos de palabras con la realidad. Troyat, en 1984, convierte el corazón vacío en un estómago. Rayfield, en 1997, asume que el marinero era su sobrino Kolia, y vuelve a transformar el estómago en un corazón. El champán ya no aparece en ninguna narración, y ha sido curiosamente sustituido por las alucinaciones y el corazón-estómago.
Lo mejor está por llegar, sin embargo: Callow, en el 98, tiene el talento de describir en la misma escena tanto las alucinaciones como el champán, el estómago vacío y el Ich sterbe, sólo que a todo esto le sigue un elemento nuevo, un joven mozo despeinado que sube el champán a la habitación del hotel. ¿De dónde ha salido este nuevo personaje? Malcolm nos dirige diligentemente a la fuente de esta información: el famoso escritor Raymond Carver, que hizo ficción sobre la literaria muerte de Chéjov en un relato titulado "Errand". Allí aparece el mozo de hotel. Allí se piden tres copas de champán. Allí se han mezclado, ya definitivamente, la literatura y la crónica.
¿Qué conclusión podemos extraer de todo esto? Malcolm es irónica al respecto: tal vez sólo sepamos que no ha ponerse hielo en un estómago vacío (optemos por la explicación medicinal). Pero la cosa está clara. Callow ha transgredido las reglas de la crónica biográfica. ¿Y Carver? ¿Qué ha hecho Carver? Ha hecho lo que hacen los literatos: la tierra es del viento.