lunes, 9 de marzo de 2009

De repente, lo último de Almudena

Almudena Grandes dedica su columna del día a Ingrid Betancourt. En verdad, se retrata a sí misma: su honestidad cruda, despiadada al retratar a los otros - al fin y al cabo, es novelista - aunque también al someterse a la auto-observación, según nos avisa cuando nos dice que a veces se harta de sí misma y de su manía de llevar siempre la contraria, manía esa a la que todos nos aferramos con avidez a la hora de ejercer el autorretrato. ¡Yo también me canso de mí misma exactamente por eso! ¡Y qué bien se queda uno después de sacarse los colores! Es sano y vital tomar la pluma para decirse cosas feas y para acusarse de honesto, de bruto, de tocahuevos; de revolucionario, en fin, sangriento sólo si hace falta, que miente para mejorar la realidad que no le gusta.
Dice Almudena que Ingrid le provoca "desconfianza", pero que no puede fundarla en razones "objetivas". Por supuesto, no tiene pruebas por las que debamos inclinarnos a "desconfiar" de Ingrid. Sólo una: la foto en la selva. Le parece reveladora de una "personalidad tortuosa", si bien no tan tortuosa como la que intuye ahora. Ah, y otra: la auto-crítica de Luis Eladio Pérez, escrita, al parecer, bajo la tortura psicológica de una Josefa Stalin en potencia, "próxima a la humillada sintaxis de las viejas autocríticas". Y, finalmente, la más importante: la inverosimilitud, que es más importante - para un novelista - que la verdad. Ingrid le resulta verosímil sólo como princesa arrogante y manipuladora, que seguramente llegó a ejercer un control tal de los secuestrados y de los guerrilleros selváticos que pondría los pelos de punta a cualquiera de los que hoy caen a sus pies para adorarla. Ingrid, dureza staliniana en la selva.
Estamos a la espera de ese relato que anuncias, Almudena. Confiamos en que describas con exactitud literaria los crímenes cometidos en nombre de la humanidad y de los oprimidos.