Comienza la estrategia a la contra en el falso debate sobre la cadena perpetua. Ya estaba tardando en aparecer, debido al respeto que infunde un cuerpo que aún no se ha localizado, el de Marta del Castillo. Pero El País se ha atrevido hoy, dándole la mano al movimiento encabezado por los padres de la chica asesinada: tres artículos. Los padres hablan de lo que pide "el pueblo" - ¡democracia! - y los periódicos instruyen a ese pueblo arrasado por la compasión.
El primer artículo se pregunta por la cadena perpetua, para después afirmar rotundamente que "es peor 40 años de cárcel". Así lo dice: es "peor"; no es "lo mismo", no es "mejor", sino peor para que los bestias y los brutos nos consolemos cuando clamamos venganza. Se sucede una serie de argumentos sobre la realidad de nuestro sistema penal y la libertad condicional, para terminar con el otro canto clamoroso, de signo apuesto y que también reclama para sí la solidaridad popular, que afirma la ineficacia del castigo desmedido y apuesta por la dignidad humana y la aclaración de "las causas de la delincuencia".
El segundo continúa la estrategia de modo poco sutil: Alberto Jabonero escribe en La dignidad de los encarcelados que "las tripas se imponen al cerebro". Ya lo estamos definiendo: tripas contra cerebro ante un crimen aterrador. El mensaje es claro, y por otro lado sensato: usemos el cerebro en vez de asestar un puñetazo al aire; no legislemos "con las tripas", aunque humanamente nos sintamos impelidos al vómito. Los "crímenes execrables" son humanos, pero su castigo ha progresado. Y aquí, efectivamente, está la clave: en el progreso, que se atiene al concepto de dignidad. ¿Y qué nos dice este concepto? Que la persona, aunque cometa un crimen, e incluso aunque ese crimen sea execrable, tiene derecho a reintegrarse al "tejido social" y a "purgar" su crimen. El progreso ante la venganza y el castigo impone límites "infranqueables"; no se puede retroceder después de haber avanzado tanto. ¿Significa esto que tampoco se puede seguir discutiendo sobre la dignidad de las personas, en relación a los crímenes cometidos por esas personas? ¿Que no se puede legislar sobre lo execrable de ciertos crímenes? ¿Que no se puede someter el concepto de "reinserción" a una crítica?
El tercer artículo da el golpe de gracia: se titula "Otro padre herido hablando de leyes en La Moncloa". Considero el título suficientemente expresivo: los padres heridos no hablan de leyes, aunque haya que trasladarles el cariño de los españoles.
Las víctimas de los crímenes no razonan. Lo sabemos bien. Sin embargo, la sucesión de estos tres artículos me parece pura propaganda: lejos de invitar a meditar sobre la cadena perpetua, o sobre el castigo humano y proporcionado a ciertos crímenes, lejos también de informar sobre las cualidades de nuestro código penal, se trata más bien de asegurarse de que nadie se atreva ni por un momento a poner en duda el principio de reinserción y de reeducación tal y como éste se aplica en las cárceles españolas. Las pasiones (por castigar) luchan aquí no contra el cerebro, sino contra el progreso y sus principios irrebatibles de bondad.