Julián me ha pedido que aclare mi furibundo ataque a la Grandes, razón por la que he decidido hacerlo en una nueva entrada, ya que la primera era demasiado críptica. En primer lugar, reconozco no haber leído ninguna de sus novelas, pero no por falta de interés sino por falta de... eso, por falta. Sin embargo, Grandes fue invitada al simposio sobre "Memoria, narración y justicia" en calidad de literata y novelista, por cuanto su intervención vendría supuestamente a aclararnos la relación entre memoria e historia, y en particular entre memoria individual, memorias individuales (de donde quizá podríamos entresacar la memoria colectiva, como memoria de todos los españoles), e Historia escrita por los historiadores, documentada en eso que los historiadores llaman "archivo". El objetivo de la charla (es más, no sólo de la suya, de varias de las charlas de ese día) estaba, entonces, en iluminar el vínculo - tenso, pero necesario - entre los recuerdos del testigo (y de sus herederos, los nietos) y la recolección emprendida por el historiador, que escribe eso que se denomina, con un clarísimo desdén, "historia oficial": historia aceptada por el poder e historia aceptable por todos los oídos, o al menos por los que son cómplices con el poder o han heredado esa complicidad. Ese vínculo entre memoria e Historia es el único que puede hacer justicia a las víctimas. Y se pretende que esta misión la cumpla la literatura, frente a la Historia, puesto que nada mejor que la novela para recrear el punto de vista del testigo. Y esto, aparentemente, es lo que quiso hacer Almudena Grandes con la guerra civil española en su novela "El corazón helado".
Este es el punto de partida. Veamos ahora por qué se produce mi ataque, más bien mi indignación ante la intervención de Grandes. Por un lado, el panfleto es indigno no sólo porque el propagandista escribe mala literatura (eliminando la ironía y la ternura), sino porque distorsiona la verdad histórica - la de los hechos - en favor de una ideología que surte efecto en el presente. La misión del panfleto no está en iluminar los hechos dese el punto de vista del testigo, sino en movilizar a los nuevos combatientes, los de ahora (los nietos). En segundo lugar, porque el literato y novelista no puede ser "ideológico" ni "subjetivo" si realmente quiere hacer buena literatura; al contrario, tiene que darle carne a gente de todos los tipos y condiciones, gente que no es una mera proyección del novelista y gente que parece más que una idea en su cabeza. Ambas objeciones a la intervención de Grandes son secundarias: yo no he leído la novela, y ella afirmó no haber escrito un panfleto, además de que la cuestión "ideológica" y "subjetiva" es más bien de precisión lingüística y se podría arreglar leyendo la novela, más que escuchando su intervención.
Ahora bien, la tercera objeción es de calado, creo yo. No se puede reivindicar la memoria individual de todos los españoles acerca del episodio histórico de la guerra civil por medio de una reducción histórica del tipo siguiente: buenos contra malos, demócratas (buenos) contra fascistas (malos), de modo que la esperanza de hacer justicia se deposite exclusivamente en el reconocimiento de la maldad exclusiva de los malos. Es decir, en primer lugar, no se puede reconstruir literariamente la memoria ignorando el archivo de los historiadores, que nos enseña que había antidemócratas y asesinos en ambos bandos. Pero, en segundo lugar, un nieto no se puede arrogar la bondad de los abuelos y coger las armas contra aquellos con los que éstos lucharon. Un nieto no puede renunciar ni a hablar con sus abuelos ni a hablar con los abuelos de los otros; es decir, no puede renunciar a la verdad de lo que ocurrió en su país hace dos generaciones. La misión del historiador consistirá en documentarse y disciplinarse sólo en relación con la verdad (este bando ganó esta batalla en tal año, tales personas fueron ejecutadas en tal fecha por orden de este señor, etc.). La misión de cada ciudadano de este país, por contra, consistirá en estar informado acerca de los hallazgos de los historiadores, y en sentarse a hablar cada día con sus conciudadanos, que son hijos y nietos de aquellos que lucharon entre sí en la guerra civil. Y esto por una razón: porque no es igual de "oficial" la historia que se escribía durante la dictadura de Franco que la que se escribe en democracia, y porque precisamente en democracia no se puede renunciar a una discusión sobre los hechos.
Desde este punto de vista, la pretensión literaria de "reconstruir" el punto de vista del testigo con objeto de desmontar la "historia oficial" me parece, como mínimo, trivial. Y, como máximo, y a eso apuntaba en el título, me parece un intento de escribir una nueva historia oficial, tan propagandística y antidemocrática como aquélla que critica, con objeto de movilizar hoy a los lectores-votantes, nietos de bondadosos progresistas y de luchadores por la libertad o de asesinos y ladrones fascistas. Es decir, puro panfleto, escrito desde la convicción de que la literatura es más noble, más honesta, más honda que la realidad, simplemente porque puede dar voz a los verdaderos héroes, que ya ni siquiera están para decir nada o que quizá ni siquiera existieron.
Espero que esta vez todo haya quedado más claro.