domingo, 26 de octubre de 2008

Forrest Gump en el Tercer Reich

La publicación de Las Benévolas, de Jonathan Littell, escritor americano que escribe en francés, fue uno de los acontecimientos literarios del año pasado. La obra recibió el prestigioso premio Goncourt, y su traducción al español trajo consigo la inevitable fiebre publicitaria que arrastran ciertos fenómenos literarios de cuando en cuando. Las Benévolas suscitó reacciones muy diferentes entre los lectores eruditos, sin embargo, por no decir entre los lectores "famosos": Mario Vargas Llosa afirmó que la novela decía algo así como la última verdad humana que podía extraerse de los hechos históricos que tienen que ver con el totalitarismo nazi y con la organización del Holocausto; Alejandro Gándara o Fernando Savater, en cambio, aludían a las tediosas descripciones de la novela, e incluso a su falta de honestidad literaria en relación con los hechos que narra (Gándara, por ejemplo, la comparó desfavorablemente con Vida y destino, de Grossman, otra novela "sobre" el totalitarismo que arrasa toda la vida humana).
La lectura de Las Benévolas, con sus más de 900 páginas, me ha llevado aproximadamente un mes y medio, pero quería leerla entera por dos razones: porque, como saben, me interesa el "fenómeno totalitario" incluso en su variante de ficción, y porque en el fondo por detrás de todo ello están las palabras de Vargas Llosa sobre si quizá una obra de ficción puede llegar más hondo que la propia lectura historiográfica sobre el proyecto de destrucción de los judíos europeos, según el título que el historiador Raul Hilberg le puso a la Endlösung. La respuesta, a mi parecer y en lo que se refiere concretamente a Las Benévolas, no le da la razón a Vargas Llosa: es como si Littell se hubiera tragado todas las monografías sobre el nazismo y el Holocausto y las hubiera regurgitado en forma de libro de ficción, un poco al estilo de los novelones de antaño, que intenta atrapar el comportamiento deshumanizado de los nazis en sus múltiples variantes humanas, y sobre todo en una, la del protagonista que narra su propia historia, el jurista doctor Max Aue, oficial condecorado de las SS.
A lo que más me recuerda Las Benévolas es a una popular película americana que se llama Forrest Gump. Ésta intentaba extraer una lección moral sobre la América contemporánea, la de la lucha por los derechos civiles, Vietnam y Kennedy, hasta los años 80, a través de un personaje ingenuo para quien "la vida es como una caja de bombones" porque nunca sabes lo que te va a deparar. El "ingenuo" Forrest, que era casi una prolongación americanizada del idiota de Dostoyevski, sin su carácter mesiánico, atravesaba cada fenómeno histórico americano sin comprender y sin escuchar, con la misma mirada confiada y distante: iba a Vietnam, protestaba contra Vietnam, la gente tomaba drogas a su alrededor, recorría el mundo corriendo, y le decía a Kennedy que se hacía pipí delante de las cámaras de la tele (I got to pee); su novia se moría de SIDA, aunque nadie decía el nombre de la enfermedad. Algo así le ocurre a Aue, sólo que en la forma de un negativo perverso: como oficial SS, le envían al comienzo de la invasión contra Rusia a encargarse de las "acciones" de eliminación de los judíos que llevaban a cabo los Einsatzgruppe; Aue ni siquiera estaba convencido de esa necesidad, pero se va allí y se encarga de ello porque se lo mandan, convencido de que han emprendido una lucha a vida o muerte contra las nociones comunes del bien y del mal; en la sucesión de los acontecimientos, acaba en la lucha encarnizada por Stalingrado, de donde milagrosamente sale con vida (aunque herido en la cabeza); de Stalingrado pasa a Berlín, donde el mismísimo Himmler le otorga otra misión especial, que por supuesto le conduce a examinar y describir con profusión los KL (Konzentrazion Lager o campos de concentración) de Polonia, y en especial Auschwitz-Birkenau; Aue es testigo tanto de las selecciones para morir por gas como de los intentos de seleccionar para la "muerte por trabajo"; se va de cacería con Speer, ministro de trabajo, y de borrachera con Eichmann, cuyas escenas resultan especialmente sonrojantes ante el intento que hace Littell de "iluminar" la banal "humanidad" del monstruo que Hannah Arendt describió en Eichmann en Jerusalén (y es el vínculo con este documento el que convierte la descripción de Eichmann en un episodio sonrojante de la novela); no le falta tiempo tampoco para acabar, en los últimos momentos de la guerra, con la "evacuación" de los judíos húngaros, ni para asistir a las terribles "marchas de la muerte", cuando los nazis evacuaban a los judíos de los campos polacos ante la llegada de las tropas soviéticas y les obligaban a caminar descalzos y sin comida por el hielo hasta que morían en una marcha sin sentido y sin destino; las andanzas de Aue terminan en una Berlín despedazada por la que comienzan a entrar los soviéticos, entre cadáveres flotantes y ruinas del zoológico. Nuestro Aue tiene incluso la ocasión de acabar su relato tras un encuentro con el Führer en el búnker, unos días antes de su suicidio; Aue le muerde la nariz al Elegido del Volk en un ataque de locura, y este encuentro es casi tan revelador como el momento en el que Forrest le decía a Kennedy que tenía que irse a hacer pipí. Por las páginas de Las Benévolas desfila todo lo que alguna vez quiso saber sobre el Holocausto y nunca se atrevió a preguntar: Speer y Himmler, Eichmann y Höss, Bormann y Kaltenbrunner, los tiros en el bosque y los gaseamientos y las fábricas, incluso Aue cruza sus pasos, siquiera tangencialmente, con Jünger en Rusia, y menciona al Kronjurist Carl Schmitt, y hasta el filósofo Heidegger se cuela en alguna conversación sobre la naturaleza del Volk. Todo este realismo, con su profesión de detalles, se combina con una descripción cada vez más delirante que trata de demostrarnos la locura y el absurdo de la empresa nacionalsocialista: hay momentos que parecen sacados no de Forrest Gump sino de una película de James Bond, donde el terrible y omnipotente líder en la sombra acaricia un gato dorado (lo que quizás recuerde más al Inspector Gadget de mi infancia), mientras le rodean una docena de amazonas rubias que se parecen demasiado entre sí. Flatulencias, diarreas, sesos aplastados, vomitonas, alcohol e incesto: todo ello podría dar lugar, sin duda, a una película francesa, pero en conjunto no dice demasiado sobre el Holocausto o sobre el totalitarismo nazi, y desde luego no dice nada que no hayan dicho las quinientas monografías sobre el Holocausto de una manera mucho más terrible, menos tediosa y quizá más enigmática.
En resumen, se trata de una novela legible que rezuma su propia novelización, cuyo fin parece consistir en demostrar la frase célebre, y también frívola, de Adorno: no puede hacerse poesía después de Auschwitz. Pero sigue haciéndose mala poesía con ello.

martes, 7 de octubre de 2008

La naturaleza humana, según Spinoza

Es ley universal de la naturaleza humana que nadie descuide aquello que le parece bueno, a no ser con la esperanza de mayores bienes o el temor de males mayores, ni que sufra algo malo sino para evitar daño más grave o con la esperanza de bienes más provechosos; esto es, cada cual elige entre dos bienes aquel que le parece mayor, y entre dos males aquel que le parece ser más pequeño. Digo expresamente que se elija el que parece mayor o menor, porque no es necesario que las cosas sucedan del mismo modo que se piensan.
(Spinoza, "Tratado teológico-político", Capítulo XVI; el subrayado es mío).
Así fundamenta Spinoza el paso del estado natural de los hombres al estado civil o político, y así comienza, entonces, su enmienda a Hobbes, que había fundado el Estado en una ruptura total con la naturaleza, dominada por el miedo. El miedo y la esperanza, dice Spinoza, frente al miedo y la vanidad, que dijo Hobbes. La distinción comienza a dibujarse en la visión del poder natural de la naturaleza (humana), en contra de su impotencia: es la guerra hobbesiana de todos contra todos o la paz spinoziana, civil y colaboradora, de "la potencia de todos juntos". Y aquí, en efecto, se da el tour de force que tanto molestará a los pensadores posteriores no ya de Hobbes, sino del ateo Spinoza.
Próximamente, intentaré decir algo más articulado, siquiera un poco más articulado sobre la interpretación reaccionaria de Hobbes y Spinoza, e incluso sobre éstos mismos, si a ustedes les interesa.