martes, 27 de mayo de 2008

El dóberman liberal

Álvarez Cascos ha reaparecido en la batalla ideológico-política del Partido Popular para definir la esencia del grupo: liberalismo y humanismo cristiano. El liberalismo se ha convertido en ese gran aliado desconocido que pregona la separación entre lo público y lo privado, a su vez el único modo de garantizar la absoluta e irrenunciable libertad del individuo, fundamento metafísico de todo el sistema - si es que se puede hablar de sistema - liberal. Contra la libertad del individuo se levantaron otros humanistas cristianos - si es que se puede hablar aquí de humanistas - como Carl Schmitt, que creían en el poder disolvente del individuo: humano sólo es aquello que se somete a lo sobrehumano, es decir, a Dios; lo otro es puro exceso catastrófico. Schmitt era católico - si bien un católico nihilista - lo mismo que Mounier y otros existencialistas cristianos que hablaban de la comunicación entre el yo y el tú, mediada por Dios, y a la que no creo que haga referencia Cascos, aunque se parezca a ciertas posiciones de la Iglesia vasca, que también cree en la comunicación amorosa de uno con su prójimo (es decir, con su vecino).
Nos falta saber qué demonios es eso del humanismo cristiano. Nadie lo sabe, en realidad. Si es cristiano, este humanismo habla de la humanidad de la criatura, del ser creado por la voluntad buena de Dios. El hombre fue redimido del pecado por Cristo (de ahí lo de cristiano). Pero al Cristo de los protestantes se le considera culpable de haber creado individuos capaces de leer la Biblia por sí mismos, mientras que al Cristo de los católicos se le considera dotado para fundar - en la Iglesia - los principios de una gran sociedad unidad bajo un mismo mando o mandato divino. En resumen, el humanismo protestante puede ser la antesala del liberalismo porque crea individuos dispuestos a razonar su lectura de la Biblia y a atacar la de otros; mientras que el humanismo católico propone que la criatura ame a su prójimo (a su vecino) y a Dios, y que esté tranquilo. Para todo católico verdadero, la modernidad (en las sucesivas formas de protestantismo, liberalismo, Ilustración, revolución y nihilismo) es una etapa en la que Dios se mantiene en silencio, y en la que ese silencio se asume como castigo por el exceso cometido. Ningún católico puede ser un liberal, y quizá tampoco un humanista. Ahora bien, ¿de qué tipo de humanismo liberal-cristiano nos habla Álvarez Cascos, entonces?
Y ahora, comparen con esto.

viernes, 9 de mayo de 2008

¡Ya es hora!

El blog de Santiago González contiene una acertada reflexión de Teresa Giménez Barbat sobre la naturaleza del lector español de periódicos. Al parecer, Giménez Barbat asistió en 2004 a una conferencia muy aplaudida de un corresponsal de guerra, donde se dedicaron a la dulce actividad de la crítica. La cuestión consistía en despellejar a la prensa española, que como ustedes saben está terriblemente manipulada y sirve a una serie de intereses económicos, políticos e ideológicos que nada tienen que ver con la pura información. A todo esto, que es verdadero y que naturalmente nos tiene muy desencantados, un señor del público se levantó y dijo que ya era hora de que hubiese un periódico que contase la verdad, del que pudiésemos fiarnos completamente, y que cumpliese la tarea de la información con auténtica y fiel vocación.
La prensa, que es el cuarto o el quinto poder, nació con ese impulso de la crítica y de la vigilancia pública, destinada a denunciar aquello en que la Administración se sobrepasaba con los ciudadanos (conviene ver, por ejemplo, Todos los hombres del presidente, que es un canto a esta tarea pública del periódico); nació también dotada de un talento mucho más controvertido, que era el de la formación de la opinión pública, donde la información trataba a la vez de educar a la gente, y ya en este punto pronto se dieron cuenta algunos de que había un peligro. La opinión pública pasó a ser meramente edificante y corrupta a los ojos del crítico Nietzsche, uniforme y estúpida a los del liberal John Stuart Mill. Pero estaba claro que la prensa manifestaba la necesidad de auto-reflexión de la sociedad: actividad de denuncia y de educación. Nietzsche y Mill escribían en el siglo XIX, cuando las cosas parecían complicadas con la llegada de las democracias, pero la prensa continuó siendo una fuente de amor y entrega hasta que las cosas se torcieron radicalmente en el siglo XX, cuando se vio que los periódicos se aliaban con los grandes poderes en contra de la población, o al menos con el objeto de esclavizarla suavemente, por medio de la propaganda. Ahí es donde un señor, que además colaboró con el nazismo, dijo que la opinión pública se había oscurecido notablemente (Martin Heidegger en su obra maestra, Ser y tiempo). Los periódicos nazis subrayaban la alianza internacional de judíos, comunistas y capitalistas, los periódicos soviéticos subrayaban la alianza de nacionalistas, capitalistas y fascistas, y los periódicos democráticos se hacían un lío. La democracia triunfó y tuvimos que acostumbrarnos a los líos ideológicos y a las alianzas entre los capitalistas y los otros.
Desde entonces, parece que se vive intensamente el desencanto. La prensa es una porquería, dice la izquierda más de izquierdas; y nadie puede decir lo contrario, porque a la vista está. Estos señores echan del periódico a cualquiera que rechiste, a menos que se trate de alguien con prestigio, que encarne a la minoría disidente del periódico: Mario Vargas Llosa en El País, por ejemplo. Queremos un periódico que llegue a las alturas ideales de la prensa, un gobierno que crea en la democracia y la practique, unos jueces que no sólo apliquen la ley sino que den con el significado exacto de la justicia. Y para todo ello hace falta otra revolución, porque la cosa no marcha.
Teresa Giménez Barbat advierte de "la necesidad que tenemos los humanos de ahorrarnos trabajo, de encontrar atajos que economicen neuronas" y dice, con una agudeza sorprendente, que quizá aquí resida "el secreto de que nos tomen tanto el pelo". Cuando Kant habló de la libertad de crítica, habló sin duda, entre otras cosas, de la necesidad de una prensa libre. Pero cuando dijo que cada individuo debía pensar por sí mismo, se refirió también a que cada individuo cuenta con tan sólo una cosa para ser libre: su razón.

jueves, 8 de mayo de 2008

Educación

Durante la época del periodo especial (años 90), en Cuba se vivía con gran dureza, mayor de la que se observa hoy en día. Se conoce como "periodo especial" a la crisis que sigue a la caída de la Unión Soviética, agravada a su vez por el bloqueo impuesto por los Estados Unidos. En aquellos años, no sé ahora, los niños y los adolescentes tenían que ir a la escuela vestidos con zapatos negros y calcetines blancos, lisos y estirados hasta la rodilla. La gente que no podía reponer los calcetines se compraba unas ligas elásticas que se agarraban a la pierna, debajo de la rodilla, para que aguantaran los calcetines. Las escuelas exigían esa vestimenta en virtud de la uniformidad: todos iguales. Esto, que en España se hace en la mayoría de los colegios religiosos y en muchos colegios privados, allí tenía otro significado: la escuela es pública toda ella, y la uniformidad también, porque la sociedad entera milita en la ideología de la igualdad; y la igualdad impone obligaciones más que derechos.
Recuerdo que a mí me gustaba vestir de uniforme en mi colegio de las ursulinas madrileñas, entre otras cosas porque aquello me liberaba de la tiranía de la moda juvenil. Se hacía difícil darse cuenta de si este tenía más dinero que el otro o de si vestía mejor, aunque las chicas encontraban sus modos de distinguirse y de marcar las modas y las rebeldías, subiendo la falda tanto como era posible, o tratando de colar unos zapatos que no fueran negros. La mayoría ya no llevaban el baby - esa especie de bata de rayas que impedía mancharse el uniforme - pero a mí me encantaba. Los fines de semana, en cambio, eran el reino de los vaqueros y las faldas, celebrando cumpleaños en el Burger King. Se trataba de un mundo de criaturas supuestamente iguales, que acumulaban diferentes tácticas de rebeldía y distinción que luego pasarían al mundo adolescente en la forma de respuestas a los profesores y de la música de Guns N Roses y The Cure. Muchos años después, esos adolescentes tararean canciones de moda que llevan por honroso título la revolución.
Pero, durante el periodo especial, no abundaban en Cuba los zapatos negros y los calcetines blancos y, cuando estaban en la tienda, su precio era demasiado alto. En el preuniversitario, los profesores abusaban de sus cargos. Una de las maneras en que se fomentaba este abuso tenía que ver con el vestido. El abuso tenía que ver con la autoridad y la imposición del respeto, por supuesto. El Estado ofrecía el uniforme a los estudiantes, al menos uno; pero no ofrecía los zapatos y los calcetines, aunque sí exigía que fueran negros (los primeros) y blancos y largos (los segundos). Al comenzar el curso, cada uno iba a clase con los zapatos que tenía: zapatillas de deporte, lo que fuera. En la primera semana regañaban al alumno. En la segunda llamaban a la madre. La madre se acercaba a la escuela - que era interna y estaba en medio del campo, lejos de la población - y allí explicaba que aún no había podido hacerse con los zapatos negros y los calcetines blancos. El profesor amenazaba con mandar al alumno a casa hasta que no contase con la vestimenta apropiada, y la madre seguía tratando de encontrar los zapatos y los calcetines. Y así, eternamente, año tras año hasta que pasó el periodo especial.
Los profesores se encargan de educar a los jóvenes. En una sociedad comunista como la cubana, educarlos consiste en hacer que se vistan con la misma ropa y que reciten la misma poesía, cueste lo que cueste. Todavía las niñas hacen callar a los padres que susurran la muerte de Fidel. Mientras tanto, en España sigue siendo más fácil practicar la idea de la libertad que ser propiamente libre, si acaso esto último significa algo (aún no se sabe). Las chicas de mi colegio se subían la falda ante la mirada disgustada de las monjas, y hoy seguramente pasa lo mismo. Los psicopedagogos educan para la ciudadanía: niños, hay que ser libres y desarrollarse iguales y sanos en el seno de nuestro Estado unido y plural.

viernes, 2 de mayo de 2008

Am I any good?!

I was feeling kinda seasick
but the crowd called out for more...

Era 1967. Un grupo del que nadie recuerda su nombre, Procol Harum, lanzó una canción que casi todo el mundo recuerda, A whiter shade of pale: una sombra más blanca de palidez, o algo así, que traducida al mundillo musical español quedó como "con su blanca palidez". Yo la descubrí muy tarde: estaba viendo Historias de Nueva York, una película de episodios neoyorkinos dirigida por tres de los "autores" del cine norteamericano (Woody Allen, Francis Ford Coppola y Martin Scorsese), cuando sonó la canción al comienzo del episodio de Scorsese, que además es, con mucho, el mejor. Un pintor, al que encarna Nick Nolte, pinta un cuadro al mismo tiempo en que se destruye su relación con una aspirante a pintora, a la que da vida Rossanna Arquette: él intenta ayudarla a pintar, pero le chupa la sangre; la quiere pero eso, como suele ocurrir, no sirve de nada; ella casi llega a odiarle y le abandona, porque él pinta "arte", y él, tras ser abandonado, sigue pintando su cuadro al ritmo de A whiter shade of pale. Am I any good?! Eso le pregunta la aspirante al pintor durante una fuerte discusión, pero el amor no sustituye al talento y eso, a menudo, es insoportable para ambos participantes de la relación.

La canción tiene una letra poco menos que incomprensible: trufada de imágenes marítimas, parece que la pareja esté en un barco; él se marea, y un camarero trae una bandeja en vez de traer más bebida; ella dice que no hay ninguna razón, pero que la verdad es sencilla y que está completamente a la vista; en cualquier caso, el rostro de ella era como el de un fantasma, pero se volvió más pálido un momento después. Al parecer, la canción tiene su origen en una broma que alguien contó en el curso de una fiesta, gracias a la cual una chica no se sonrojó, sino que se puso pálida. La broma debía inducir al desmayo, por lo menos; o tal vez había bebido más de la cuenta. Eran los años sesenta y las drogas se habían puesto de moda. No es que antes nadie hubiera consumido drogas, sino que entonces se masificaron las modas. Estábamos en pleno verano del amor, aunque Procol Harum es un grupo británico; pero me tomo la licencia poética. El autor veía películas francesas como El año pasado en Marienbad, además de leer poesía, lo que acabó siendo una combinación fatal: diálogos extraños y descontextualización, imágenes súbitas como fogonazos que supuestamente alteraban la percepción normal de la realidad y que revelaban la verdad trágica, o trágicamente aburrida, de la existencia. Así surgió esta canción, que seguramente sonaba aún mejor después de fumarse un par de porros.

Nadie sabe de qué habla la canción o si habla de algo. Al menos en el caso de Martin Scorsese, habla del naufragio de una relación amorosa. Y esa sensación de doloroso mareo está en la canción, como si la cabeza nos diera vueltas mientras suena la música. Estamos ante un triunfo de la música sobre el sentimiento, sin duda.