viernes, 25 de enero de 2008

El miedo de Ennis del Mar

A Ennis del Mar no le mataron como a Jack Twist, a palos; de hecho no sabemos cómo murió. Sin embargo, en él había concentrada mucha más violencia que en su compañero, una violencia encerrada, defensiva y aterrorizada. Quizá fue esa violencia que únicamente aparecía en golpes aislados la que mantuvo a Ennis en la seguridad del silencio: cada día iba a hacer su trabajo y cada día volvía a su caravana, sin decirle nada a nadie, con aparente y reconcentrada tranquilidad. La gente a su alrededor veía en él a un idiota, en el sentido literal de la falta de palabra, y las mujeres que se acostaban con él, y que se enamoraban, criticaban su "incapacidad para la comunicación".

Brokeback Mountain es una película sobre el miedo, y el personaje que encarna el miedo, que le presta voz y mirada, es Ennis del Mar. Ciertamente Ennis tiene una voz poderosamente masculina y una mirada de niño miedoso; ambos rasgos le definen y definen también, por lo tanto, su furia cuando pega con el puño. Con la mayoría se esconde, no quiere arriesgarse y está dispuesto a pasar por un hombre tranquilo, por un John Wayne pobre e impotente en realidad; pero con algunos, con los irritantes borrachos y los débiles, la furia de Ennis explota y brota la sangre. Porque Ennis no es un bruto, aunque seguramente sí sea un idiota. Ennis es un cobarde.

Yo creo que esta es la mejor escena de la película, la escena decisiva. Es el 4 de julio y los borrachos se ponen pesados con Ennis, su mujer y sus dos hijas. Nada importante, ningún anuncio. Ennis se da la vuelta y se lanza a una pelea que tiene que ganar con seguridad. Su mujer y sus hijas, mientras tanto, le dan la espalda, comprensiblemente.

miércoles, 16 de enero de 2008

Últimas palabras sobre el fascismo

"Queremos decir, en primer lugar, que el balance histórico de la Revolución francesa, por un lado, y de las revoluciones fascista y comunista, por otro, debe diferenciar claramente el proceso iniciado por el nacimiento de la democracia moderna en 1789 del proceso que llevó a la instauración de los totalitarismos en el periodo de entreguerras. En segundo lugar, que el primer proceso constituye el fundamento de una nueva tradición política y jurídica, de un nuevo modelo de civilización; mientras que el segundo es ajeno a la idea de orden civilizatorio por conducir a la instauración del reino de la pura arbitrariedad y el asesinato de masas políticamente dirigido y tecnológicamente organizado". [Las negritas son mías].
(Luis Gonzalo Díez, Anatomía del intelectual reaccionario, Epílogo).
Me faltaba llegar aquí, por supuesto (siempre falta llegar a algún sitio).

sábado, 12 de enero de 2008

Ha pasado un Ángel

Y, como fue uno de los poetas con los que me aficioné a leer y (¡terror!) a escribir poesía, les dejo con dos de los poemas que más me gustan. El primero me acompañó durante unos meses de mi vida, y lo llevaba en el bolsillo y me agarraba con los dedos a él, como quien se agarra al tronco del árbol o al sillón de La Moncloa, según los casos. El segundo es una muestra de que la poesía es casi tan divertida como una comedia de Bill Murray o de Billy Wilder.

Y ahora,
con el alma vacía como tantas
veces,
contemplo el lento paso de los días
que me empujan no sé hacia qué destino
oscuro, presentido
ya sin curiosidad. Es aburrido
saber y no saber, equivocarse
y acertar. También estar seguro
es tan insoportable en muchos casos
como dudar, como ceder, como desmoronarse.

Seguro, a salvo, ahora
que ya pasó el dolor,
observo la zozobra lo mismo que una estela
fundida a mis espaldas
con el espeso limo
de los sucesos cotidianos, dados
- antes de ser recuerdos - al olvido.
La indiferencia ante la propia suerte
no es mejor compañera que la angustia,
ni mi sonrisa
(cuando el azar nos pone,
viejo amor,
frente a frente)
representa otra cosa que la ausencia
de algún gesto más justo
para significar la seca, dolorosa,
irreparable pérdida del llanto.

(Ángel González, "Qué le vamos a hacer", en Intermedio de canciones, sonetos y otras músicas)


Deja para mañana
lo que podrías haber hecho hoy
(y comenzaste ayer sin saber cómo).

Y que mañana sea mañana siempre;

que la pereza deje inacabado
lo destinado a ser perecedero;
que no intervenga el tiempo,
que no tenga materia en que ensañarse.

Evita que mañana te deshaga
todo lo que tú mismo
pudiste no haber hecho ayer.

(Ángel González, "Quédate quieto", en Deixis en fantasma)

martes, 8 de enero de 2008

Recomendación del mes de enero (si la hubiera)

Quisiera recomendar un libro escrito por un joven profesor universitario, de esos que demuestran que la investigación existe en el campo de la historia de las ideas y de la filosofía, al menos en el caso de la filosofía política. Esto lo digo a cuento de una reciente conversación - no llegó a discusión, tan poco interés suscitaba en la mesa - navideña, en la que ciertos individuos que comparten algunos genes conmigo se atrevieron a insinuar que no podía concebirse algo así como la investigación filosófica. Entre canapé de foi y canapé de jamón, traté de explicarlo, cité a Barack Obama y me perdí en la sensación de que ellos eran unos malditos ignorantes y yo una idiota respecto a mi propia vocación y profesión.

Pero este libro demuestra todo lo contrario: es decir, que hay palabras y que hay investigación. Se titula Anatomía del intelectual reaccionario: Joseph de Maistre, Vilfredo Pareto y Carl Schmitt. La metamorfosis fascista del conservadurismo, de Luis Gonzalo Díez; y es exactamente lo que dice ser. Y con él podremos decir, al respecto de la historia de las ideas, que

"el problema no estriba en saber si los lenguajes figurales de entreguerras anticiparon, determinaron o reflejaron la revolución totalitaria, sino en reconstruir el proceso histórico en virtud del cual ésta halló una legitimidad específica y aquéllos adquirieron legibilidad política, es decir, pasaron a integrarse en el vocabulario político de la época" (Díez, Anatomía del intelectual reaccionario).

O sea: lo que le importa al historiador de las ideas no es saber si Nietzsche es culpable del nazismo o si la ontología fundamental de Heidegger es nazi, sino averiguar cómo y por qué ciertos pensadores irrelevantes desde el punto de vista de la política del siglo XIX se convirtieron en autoridades políticas en el siglo XX, concretamente en lo que se refiere al fascismo. ¿Hasta qué punto podemos tomar en serio a este tipo de intelectual y, con él, todo el periodo de entreguerras? ¿En qué sentido el fascismo - por no hablar de su pariente comunista - es una salida de tono general, y no necesariamente genial, en la historia de las ideas? ¿Estamos todavía tan salidos como entonces, o hemos vuelto afortunadamente a ser ranas mediocres y filisteos encadenados y mentirosos? Algo de esto se intuye en el libro de Díez; por sus páginas desfilan las antipáticas crudezas de Schmitt o Jünger, pero también la dulzura maravillosa de Walter Benjamin, un pensador biodegradable gracias a su filiación comunista y a su suicidio judío.

En conclusión: puede que no tengamos que tomarnos nada de lo que han dicho estos señores en serio, pero desde luego haríamos bien en conocerlos y en pegarnos cuatro ostias con ellos. Ese es el bien de la investigación filosófica, diría yo ahora mismo sentada en aquella mesa, con la boca llena y pastosa.

miércoles, 2 de enero de 2008

Un rufián y una putilla

Benazir Bhutto, antigua presidenta y antigua primera ministra de Pakistán, ha muerto en un atentado hace sólo unos días. Pakistán es un hervidero, diremos como explicación. El año 2008 empieza sin novedades. Se amañan unas elecciones y, como resultado, mueren treinta mujeres y niños en la quema de una iglesia. Parece inconsecuente, pero la palabra "disturbios" debe de significar un contenido tan amplio que va desde la protesta política hasta el asesinato masivo e indiscriminado. Parece inconsecuente, pero nos suena, como nos suenan el hervidero y el disturbio.

Uno de mis profesores - el mejor, quizá - me recomendó no hace mucho una pintura de Max Beckmann. Lo he buscado en la web para ustedes y para mí. El prestigioso profesor añadió que en esa pintura se reconocía exactamente a los padres de la humanidad: un rufián y una putilla. Ustedes dirán (y no me vale que prefieran ser optimistas).