viernes, 30 de noviembre de 2007

Historia de la filosofía en dos patadas

Unas amigas me retaron hace cosa de dos meses y aquí tenemos el resultado: una breve historia de la filosofía escrita en un folio y medio en la que resultan más llamativos los olvidos y las calladas que los nombramientos. Les dejo con el entretenimiento (que para algunos bien puede que sea un peñazo) con la intención de que me la devuelvan.

La filosofía se origina en la Grecia clásica. Significa el amor a la sabiduría (filo-sofía), que más bien sería el pensamiento de lo real o del ser de los entes que están en el mundo (onto-logía). Los primeros filósofos fueron los llamados presocráticos, que trataron de averiguar el fundamento del orden del cosmos, aunque estrictamente la filosofía comienza con Platón y Aristóteles, que incluyeron en la comprensión de lo real aquellos asuntos que afectaban a los hombres. Platón concibió el conocimiento verdadero como la formación de una idea "clara y distinta" (según la posterior sentencia de Descartes) sobre algo, por lo que dedujo que el filósofo, que al fin y al cabo es alguien que esencialmente piensa, es decir, que es pensamiento, pertenecía a un mundo ideal, puramente espiritual y verdadero; mientras que el mundo natural era como una caverna, donde los hombres naturales eran tentados a dejarse guiar por las sombras (las opiniones naturales) en vez de emprender el camino del conocimiento. Es aquí donde la filosofía comienza a comprenderse como crítica de las opiniones establecidas y como esfuerzo de discriminación interna que se abre camino hacia una idea sobre algo real. La labor del filósofo es solitaria y asocial, pero el filósofo ha de volver a la ciudad a guiar al resto de los hombres. En esto es un iluminado. Aristóteles continuó y a la vez atacó a Platón, puesto que llegó a la conclusión de que el mundo no podía dividirse en dos, sino que era uno y que el hombre era el encargado de comprenderlo por medio del intelecto.


Los filósofos cristianos continuaron la filosofía de Platón y Aristóteles al remitir las Ideas a la fe cristiana en un Dios transcendente y bueno. Con el Renacimiento se produjo el giro desde Dios al hombre, entendido ahora como sujeto en la filosofía racionalista de Descartes, que descubre el método universal de la razón en la duda: la razón cuestiona todo aquello que se encuentra hasta llegar a una verdad cierta e indubitable que, en Descartes, consiste en que "yo pienso". Spinoza comprendió geométricamente la naturaleza humana, Leibniz dedujo el mejor de los mundos posibles, y Hobbes fundó racionalmente el Estado moderno, Razón universal de la supervivencia común. Al mismo tiempo que se extendía el racionalismo, una versión distinta surgía en Inglaterra: el empirismo, que basa el conocimiento en aquello que aprehendemos por los sentidos, es decir, en la experiencia de que "yo siento". Políticamente, esto tiene su correlato en el liberalismo, que defendió los derechos del individuo a la posesión de sí mismo y de su experiencia de una manera anteriormente desconocida, en un mundo acostumbrado a obligar a los individuos a someterse a las normas de su comunidad.


Las primeras críticas al racionalismo provienen de Rousseau, que sitúa la pureza del sentimiento frente a la razón pero que, al mismo tiempo, aplica el método racional a los problemas políticos y sociales de su época y, así, da con el concepto de voluntad general frente a las voluntades particulares de los individuos, concepto mediante el que se funda una sociedad justa e igualitaria. Sin embargo, las críticas de Rousseau al racionalismo y su excesiva valoración del sentimiento fueron una excusa para la posterior aparición del romanticismo, que se desvinculó del ideal de la voluntad general para limitarse al ataque de la razón fría y calculadoramente egoísta. Herder inauguró un tipo de relativismo cultural que asume diferencias irreductibles entre las culturas y los pueblos, por lo que ni los pueblos razonan igual ni pueden ser gobernados de la misma manera: con esto se reinstauraba la soberanía del pueblo pero en la versión nacionalista alemana del Volk (pueblo), por encima de los derechos de los individuos.


Kant fue el que emprendió una crítica del racionalismo desde los límites de la propia razón: al descubrir aquello que la razón podía lícitamente afirmar y aquello que tendía a afirmar ilegítimamente, Kant sentó las bases de la razón crítica y de su funcionamiento en el espacio intersubjetivo o social, un espacio abierto a la crítica de todos y donde no existe más autoridad que la de la propia razón conocedora de sus límites. Hegel recogió algunos de los argumentos kantianos sobre la razón, pero inmoderada e ilegítimamente (según la crítica kantiana) los utilizó para afirmar el Espíritu absoluto que se encarna en la Historia universal, para el que todo lo real es racional y todo lo racional es real, incluyendo el Estado de Derecho en que los individuos realizan finalmente su libertad. El sistema hegeliano era tan perfecto que produjo un efecto contrario al deseado, como observamos en sus dos consecuencias: por un lado, la crítica de Marx, para quien la libertad se encuentra enajenada en cada individuo y que únicamente la clase proletaria puede realizar mediante la revolución; por otro lado, los distintos brotes de irracionalismo inspirados en el romanticismo, tanto en el caso de Schopenhauer como en el de Nietzsche, portavoces ambos de la voluntad de la vida que se impone al individuo y le aplasta. El irracionalismo engendra la necesidad de destruir el mundo tal y como ha llegado a ser (individualista) y a los hombres tal y como han llegado a ser (individuos) hasta llegar a Heidegger, que con su nueva ontología no pretende ni la vuelta a Platón ni la vuelta a los presocráticos, sino una nueva forma de silencio místico que niega y destruye la comprensión discriminadora de la razón. Lo mismo puede decirse del otro gran filósofo del siglo XX, Wittgenstein.

En último término, dos filósofos sobresalen: Aristóteles y Kant, que se enfrentaron a la tarea de comprender lo real y a los hombres tal y como eran (al menos, tal y como eran cuando pensaban), sin hacerse en ningún momento ilusiones respecto a la razón. Se encuentran quizá todavía demasiado lejos de nosotros.

[Sin embargo, yo he despachado a Aristóteles ¡en dos frases! Espero sus respuestas y algún ataque enconado e iracundo que merezco].

miércoles, 28 de noviembre de 2007

¡Prisioneros del mundo, uníos!

El oficial soviético Yershov, encarcelado en un campo nazi y pisando el filo de la muerte diaria, recuerda su visita a los Urales, donde su padre y su familia estaban siendo deskulakizados. Es decir: campo nazi, campo soviético; y en medio un hombre entre otros que no sólo piensa en sobrevivir, sino que quiere luchar por la libertad de todos los prisioneros. Esto es Vida y destino, de Vasili Grossman: Stalingrado, los campos, y en medio los hombres luchando por la libertad.
Los brazos viejos, delgados, rudos envolvieron al hijo en un abrazo, y en ese movimiento convulso de los viejos brazos extenuados que colgaban del cuello del joven oficial se expresaba un tímido lamento y tanto dolor, una petición de defensa tan confiada, que Yershov sólo encontró un modo de responder: se echó a llorar.
Después visitaron tres tumbas: la madre había muerto en el primer invierno, la hermana mayor, Aniuta, en el segundo y Marusia, en el tercero.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Utopías

El sociólogo Zygmunt Bauman, del que usé - menos de lo que hubiera debido - su magnífico Modernidad y Holocausto para mi tesis doctoral, publica un extracto de su obra Tiempos líquidos en la revista Claves. Allí analiza la palabra "utopía" y remite su origen tanto a la obra de Tomás Moro como al juego etimológico que éste hizo entre eutopia o "buen lugar" y outopia o "ningún lugar". Tan sólo esta etimología - que Bauman califica de prudente - debiera iluminarnos sobre la alta valoración que actualmente concedemos a los distintos proyectos utópicos: la utopía es por definición irrealizable y, por ello, motivo de frustraciones de diversa índole.
Pues bien, Bauman sigue abonado a la crítica de la modernidad y del progreso, origen de todos los males. Pero no es este el momento de ponerse a analizar por qué no tiene razón o no la tiene del todo (no es momento porque estoy dormida, pero esa es otra cuestión, digamos que privada - de validez pero no de realidad). Lo que me interesa es destacar, por un lado, que Bauman tiene razón en su rechazo de las utopías en tanto en cuanto proyectos de felicidad que no pueden localizarse en ningún lugar; pero que quizá no la tenga en su condena global de la modernidad y de todas las teorías del progreso, lo cual le deja con la única salida de apelar a la moralidad premoderna en una línea muy similar a la heideggeriana (pero sin sus cinismos y sin sus aires de profeta): no es casualidad que en Modernidad y Holocausto Bauman use precisamente en un punto clave de la argumentación a Hannah Arendt. Pero también esa es otra historia. Para contradecir o discutirle esto a Bauman, lo mejor es acudir a Hans Blumenberg, que separa en La legitimidad de la Modernidad la idea del progreso de la idea de "autoafirmación" humana: "nosotros, humanos, podemos hacerlo", dice Bauman que es el origen de las utopías modernas; el progreso sería tan sólo una desviación, una especie de excrecencia de la nuclear autoafirmación moderna.
Pero, vamos: es una idea sobre la que podríamos discutir. Al igual que, al hilo de toda esta erudición que puede parecer frívola o solamente materia de pesados y pedantes, les remito a la siguiente entrada de Chiaroscuro, que mantiene un vínculo muy estrecho con este lío de la utopía y que presenta una evidente crítica a la ideología zapateril. Y, sin embargo, te quiero. O sea que no ando completamente de acuerdo ni con Bauman ni con la autora del claroscuro.

martes, 13 de noviembre de 2007

El "pero" de los historiadores

En Koba el temible Martin Amis señala que, cuando se habla del comunismo soviético y del empleo del terror como arma contra la sociedad, siempre hay un "pero": Fue horrible, pero... Un "pero" que no se emplea cuando se habla desde luego del nazismo alemán. Ahí las cosas se dejan en que fue horrible, terrible, penoso, lo peor que pudo pasarnos.
Tenemos un nuevo ejemplo del "pero" de Amis: el magnífico historiador Eric Hobsbawm dice que no quiero justificar los campos de trabajos forzados (el famoso gulag al que los condenados por todo tipo de actos contrarrevolucionarios iban a trabajar y a morir, como en los Lager nazis), que son injustificables, (aquí viene el "pero") pero los logros fueron extraordinarios. Sin duda, lo fueron: la industrialización se consiguió con mano de obra esclava y con millones de asesinatos. El terrible, asqueroso, indigno "pero" de Amis, que en realidad no es de Amis sino de tantos historiadores y politólogos.
Un "pero" que ni siquiera es aplicable a nuestro querido Mayor Oreja (que no fue mal ministro), que según él vivía muy apaciblemente durante el franquismo. Él ni siquiera ha llegado al "pero", porque aquél fue un tiempo apacible y tranquilo. Aunque es cierto que Mayor Oreja no es un historiador, y si lo fuera seguramente también el tendría un "pero", ¿no es cierto?

domingo, 4 de noviembre de 2007

Los muertos vivientes del comunismo

Lean la confesión del carcelero Hin Huy hoy en El País. Hace días publiqué una entrada sobre los campos de trabajo educacionales en Cuba, al que Jose respondió con una cuestión que llamó mucho mi atención: si la idea comunista es en verdad lo que hay en Cuba.
Bien, la cuestión entonces sería: ¿qué es la idea comunista, dónde está si está en algún sitio? ¿Acaso si no en la suave y voluptuosa Cuba, en la Camboya de Pol Pot (aunque sabemos que no, no puede ser), en la China de Mao, que ostenta el triste récord de matanzas administrativas por encima de las matanzas de Stalin y Hitler, en la Rusia leninista-estalinista? Quizá se encuentre en los textos de Marx, entonces, y allí haya algo todavía irrealizado. Aún no lo sé.
Lenin dijo que "el concepto científico de la dictadura no significa otra cosa que un poder ilimitado, sin leyes ni reglas restringentes, que se apoye directamente en la violencia" (citado en Shentalinski, Crimen sin castigo): una clara inspiración jacobina. Recordemos que la primera oleada del Terror no comenzó con la llegada del psicópata Stalin al poder, sino en 1918, durante la guerra civil, cuando el socialista revolucionario Kanneguíser asesinó - en la línea del tradicional asesinato político ruso - al camarada Uritski. ¡El socialista revolucionario! Las primeras víctimas del Terror fueron los enemigos de los bolcheviques, los socialistas, anarquistas, mencheviques, los demócratas. Luego siguieron, por supuesto, todos los demás que murieron: burgueses, campesinos, intelectuales y zapateros.
Gaspar Llamazares escribió también en El País el día 2 de noviembre su "Actualidad del Che", siguiendo cierta estela de la polémica entre un reciente editorial de El País que proponía olvidarse del icono, su comité de redacción (que consideró necesario publicar una nota oponiéndose al editorial) y un editorial del rival progre Público (pueden tener una idea del debate aquí). Lo que demuestra que cierta izquierda prefiere no desvincularse no ya del ideal comunista sino de sus antiguos héroes y mártires que lucharon - con las armas y no con las palomas - contra los socialistas (demócratas), los burgueses, los campesinos, los intelectuales, los zapateros.
Escribo desde la convicción de que usted y yo hubiéramos muerto.