lunes, 29 de octubre de 2007

Vigilar y castigar a los homosexuales*

Aquellos que sostienen la legitimidad democrática de la igualdad legal y a la vez rechazan, por ilegítimo, el matrimonio homosexual, puede que sean descubiertos simplemente en una prueba de inconsistencia o de incoherencia democrática o bien puede que se trate de algo más. No me referiré al discurso contaminado por las creencias religiosas, que obviamente continúa creyendo en un vínculo entre el Estado y la Iglesia y en una forma cultural-religiosa como la "familia" tradicional que conforma eso que se llama el tejido social necesario para que haya vida, es decir, comunidad. Sobre esto podría entrar a discutirse en otro momento; y eso sin menospreciar al adversario, dependiendo de cuáles sean sus argumentos, claro está: sí diré que creo en la escrupulosa igualdad ante la ley, lo cual inevitablemente implica el matrimonio civil entre personas del mismo sexo, y si le quieren cambiar el nombre por otra cosa me parece bien siempre y cuando le cambien el nombre a todos los matrimonios no religiosos o civiles.
Son más bien aquellos que consideran la homosexualidad como una especie de transgresión mística del orden social los que me preocupan. Explicaré ahora por qué. Ellos querrían salvar, al modo de Bataille y de Foucault, ese salto del individuo contra la sociedad burguesa de valores morales raídos, contra la familia deplorable y motivo de asco individual. El homosexual sería así un transgresor, un ofensor, un violador voluntario de las normas sociales; un poeta de la calle, contra natura y contra la segunda naturaleza familiar, alguien que desafía con sus actos sexuales la moralidad natural y cultural adquirida y que se vuelve perverso, así como Foucault valoraba el sadomasoquismo. En este contexto interpretativo, darle derechos al homosexual es un modo de deslegitimar su rebelión contra la sociedad, de retirarle su aura demoníaca. No sólo se trata de concederle su derecho igualitario al matrimonio civil, que finalmente le condena a ser un miembro estéril de la sociedad, sino de otorgarle cualquier derecho: la situación ideal sería la persecución, como en Irán, porque solamente la persecución dispone al homosexual a aceptar su martirio contra las normas. Esta es la razón de fondo por la que tantos supuestos izquierdosos y liberales, incluyendo entre ellos a algunos homosexuales (el propio Foucault lo era), desprecien la conquista de derechos de la minoría homosexual.
Tras estos argumentos se oculpa un verdadero odio a la democracia y a los principios de libertad e igualdad. El homosexual rebelde se opone a la sociedad mediocre pero para esto necesita ser algo más que homosexual, necesita ser un poeta perseguido y a ser posible enfermo, violador y creador de normas, un Nietzsche y un Baudalaire. Lo que la sífilis hizo por unos, lo hace el SIDA por los otros. No se valora la homosexualidad per se (como mera elección de compañeros sexuales) sino como síntoma de una enfermedad que sitúa al individuo frente a la opresión de la sociedad. En oposición a esta actitud fervientemente antidemocrática y además claramente irracional, sólo hay dos opciones que considero justas y verdaderas: el respeto a la libertad del individuo por encima de todo, es decir a que cada individuo decida sobre sí mismo siempre y cuando no perjudique a los otros; y el respeto a la igualdad de derechos, que simplemente sitúa a los individuos en el mismo punto de partida legal para contraer matrimonio civil. Lo cual, indudablemente, supone que el matrimonio civil no se contrae en absoluto por las mismas razones por las que se contrae el matrimonio religioso.
[* Vigilar y castigar es una obra de Foucault en la que se cuestiona el papel opresor del poder social ("vigilar" a los individuos y "castigarles") y se concibe la cárcel como el epítome de la sociedad democrática moderna].

jueves, 25 de octubre de 2007

Lección de antropología cultural sin atisbo de neutralidad antropológica

Cuando Eris tenía quince años y estudiaba el Pre (o preuniversitario), fueron a los alrededores de Viñales unas chicas españolas en misión de ayuda: Emma, Cristina, Nuria. Nombres prístinos, rotundos y certeros que nos delatan ante el extranjero cuando viajamos; ese extranjero (para nosotros, como nosotros lo somos para ellos) que comparte lengua pero se llama de manera extravagante y ambigua, donde ya no aparecen las íes sino que el viento se plaga de ys y de kas y de dobles ene con hache intercalada en curioso lugar. El Pre, según me cuenta Eris y me han contado otros, dura tres cursos. El sistema educativo cubano, que ha conseguido extenderse, en efecto, a todas las capas de la población (no le vamos a restar méritos), lleva a sus adolescentes a escuelas que recogen a los alumnos de una serie de ciudades y pueblos. La escuela de Eris, entonces, no estaba en Viñales sino a unos quince kilómetros, adentro el campo. Los alumnos pueden visitar sus casas una vez cada quince días, los padres tienen derecho a visitarles el domingo que se intercala antes de la salida del alumno; es decir, una vez cada quince días. En la escuela no hay teléfonos.
La escuela es un campo de trabajo en que el alumno aprende a devolverle al Estado el esmero que éste ha puesto en su educación para que deje de ser un miembro del tercer mundo y a aprender la justicia entre los miembros de la comunidad. Esta devolución se produce con trabajo: el alumno de quince a dieciocho años trabaja recolectando café en los campos que rodean la escuela, limpiando los baños, los albergues donde duermen, las aulas, etc. Las chicas por un lado, los chicos por el otro, comienzan a trabajar a eso de las siete y media de la mañana, pero su estudio se pone en marcha a la una y continúa hasta las seis de la tarde. Luego hacen una pausa para bañarse y comer y a las ocho de la tarde siguen estudiando, hasta las diez: a la cama, donde un profesor o profesora encargados de vigilar su sueño puede que acabe por colarse en alguna cama (suceso nada inhabitual en Cuba, no sólo por la elevada temperatura del carácter tropical que les da fama sino por la ausencia cómplice de controles de eso que se llama ética profesional). La cuestión es que Eris me cuenta que se escapaba a menudo: ese respeto sumo al trabajo sacrificado por la patria suele traducirse en huidas y en inteligentes trapicheos, y cuando Eris no se escondía de los "guías de campo" (que vigilan que se cumpla "la norma") acababa por fingir que cumplía "la norma" recolectando granos verdes para que hicieran bulto junto al maduro. "Es muy difícil cumplir la norma", dice Eris; y yo me lo imagino, aunque sólo tengo un débil recuerdo de tener que hacer la cama y fregar los platos en casa de mi madre.
En alguna ocasión Eris se fugaba de la escuela para ir a su casa: caminaba seis o siete kilómetros por el campo y al llegar a la carretera hacía botella (autoestop), que es el modo cubano de desplazamiento.
La cuestión es que esas chicas españolas llegaron a la escuela en 1997, en misión de ayuda humanitaria y enviadas por una organización encargada de enviar jóvenes idealistas y entregados a la causa. Ayudaron a pintar la escuela, charlaban con las estudiantes. Hablaban con entusiasmo de los logros cubanos, de la educación, del Che, del trabajo social; y las estudiantes asentían, por supuesto, y decían lo mismo mientras intentaban escaquearse de la norma o de limpiar los baños. Patria o muerte. Socialismo o muerte. Eris me cuenta que continuó en contacto con una de ellas. Cuando se fue de Cuba, le escribió un correo electrónico para decirle que se había marchado; la joven idealista le respondió que si se marchaba para hacer turismo y si luego volvería a la patria; Eris dijo que venía para quedarse y aquel fue el último mensaje, tras el cual puedo adivinar por uno de los lados un silencio ultrajado.
Cuando yo estudiaba en la universidad en Madrid, las pintadas en favor de la isla que resiste hacían su agosto y a mí ya me provocaban un desagrado que hoy llega a náusea. Todos ellos habrían ido en misión humanitaria a Cuba, me imagino, para retirarles luego la palabra a los miles de traidores que día a día abandonan su casa con un propósito tierno y sencillamente honesto: prosperar. A los únicos traidores que merecen no sé si ayuda, pero seguro que un saludo amable y atento.

martes, 23 de octubre de 2007

Las lenguas cortadas

En Crimen sin castigo, Vitali Shentalinski se lamenta por tantas lenguas cortadas de escritores rusos, "figurado y literal", desde que se innovó la policía política con Iván el Terrible, se mejoró con Pedro el Grande y se llevó a la apoteosis de delación y tortura con Koba-Stalin. Y dice, con ese estilo exaltado tan habitual de los rusos: ¡Y cuántos libros inéditos destruyeron sin hacer ruido, sin dejar rastro!
Vitali Shentalinski bucea en los "archivos literarios" de la antigua KGB, pero empieza su relato con los más antiguos escritores, como para rastrear la impecable tradición rusa de tortura y libertad exaltada. Primero fueron los popes ortodoxos acusados de herejía, los líderes de las revueltas campesinas, luego los conocidos Mandelstam, Tsvietáieva, Ajmátova, Gumiliov, etc. Fue Mill quien dijo, en Sobre la libertad, que todo poder era ilegítimo, y en La sujeción de las mujeres afirmó que la empresa de la libertad se opone siempre a la del poder. Pero no como en Rusia, porque Mill era inglés.
Hay quien le da más valor al libro quemado y a la estatua derruida que al hombre que se quedó sin lengua o sin cabeza. Ese hombre habló seguramente la lengua de la libertad, aunque no la escribiera.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Neuzeit

Pero ¿cuál es el carácter peculiar del mundo moderno, la diferencia que distingue fundamentalmente las instituciones modernas, las ideas sociales modernas, la misma vida moderna, de las de los tiempos ya pasados? Es que los seres humanos ya no nacen para ocupar un lugar determinado en la vida, ni encadenados por un lazo inexorable al lugar en el que nacen, sino que son libres de emplear sus facultades y las oportunidades favorables que se les ofrezcan para lograr la suerte que les parezca más deseable.
Nunca nadie lo había explicado mejor, seguramente.
Era Mill; y hablaba del proyecto moderno de emancipar a las mujeres (emancipación: salida de la "minoría de edad", es decir, civilización), como a todos los esclavos y a todos los que alguna vez estuvieron en una situación impuesta de dependencia y esclavitud. El texto: La sujeción de las mujeres (The Subjection of Women), traducido también como La esclavitud de las mujeres. Un texto de 1869.

jueves, 11 de octubre de 2007

Totalitarismo nazi, totalitarismo soviético

Hace meses participé en una discusión o tímido debate con la filósofa húngara Agnes Heller. Ella estaba tratando de aproximarse al concepto del totalitarismo y a la relación de éste con la modernidad. En su opinión, el totalitarismo niega los ideales de la modernidad (libertad, igualdad, autonomía) a la vez que hace uso de ellos en su tarea de exterminio. Esta posición se acerca y parte de la manifestada en su día por Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, una de sus obras más populares. Arendt trató de condensar el fenómeno totalitario en las páginas del tercer volumen de la obra. Los dos volúmenes anteriores se habían dedicado a "los orígenes" del fenómeno: el antisemitismo (combinado con el ascenso del nacionalismo) y el imperialismo (la ascensión de "la chusma" y de sus métodos brutales). Era 1951, relativamente temprano para comprender el nazismo y muy temprano para comprender en su totalidad el sovietismo (Stalin ni siquiera había muerto); así que el esfuerzo fue criticado por su dosis elevada de improvisación, pero justamente valorado por su atrevimiento teórico. Por atreverse a reunir ambos fenómenos (nazi y soviético) en un solo concepto: totalitarismo.
En su versión del totalitarismo, Hannah Arendt propone que los nazis y los soviéticos buscaban construir el Estado total. Para que lo fuese, este Estado debía apoyarse por un lado en las masas (que niegan completamente al individuo) y a la vez dominarlas por completo. Pero la estrategia de dominación se consigue sólo mediante la implantación del terror: el terror totalitario nada tiene que ver con el hecho de que alguien sienta miedo, miedo a morir, miedo a que alguien muera, miedo de no poder pagar la hipoteca. Esta persona que siente miedo es todavía una persona, un individuo, alguien que se distingue. El terror totalitario, en cambio, se impone en la vida y en las mentes de los individuos, los despoja de sus diferencias y les somete al mismo y único movimiento del miedo. Se trata de un miedo que llega a ser estático e impersonal, que se acerca casi a la indiferencia. Desolación, lo llamará Hannah Arendt, para distinguirlo de la soledad que busca el individuo a propósito para pensar o para poner distancia con sus semejantes. En su opinión, esta desolación afectaba tanto al ciudadano nazi como al ciudadano soviético; les afectaba en su vida diaria y "normal" en sociedad, y se llevaba al extremo cuando uno u otro era conducido al campo de concentración o al gulag (campos de concentración soviéticos), en el que ya sólo quedaba úna alternativa: devorarse literalmente hasta la muerte, tras ser convertido en un número.
El grado de refinamiento alcanzado en la tortura y en el asesinato no tiene rival en ambas versiones del totalitarismo. Por mucho que se recurra a anteriores o posteriores torturas y genocidios, nada puede igualar los medios técnicos y administrativos al servicio de la industrialización de la tortura y la muerte del totalitarismo. Tampoco se puede igualar el grado de legitimación teórica, los medios "filosóficos" que acudieron en la ayuda del asesinato masivo; especialmente en lo que se refiere al experimento soviético.
Y aquí vino la pregunta que toscamente le planteé a Agnes Heller. El concepto de "totalitarismo" es útil sin duda en la explicación de un Estado que recurre al terror para mantenerse y dominar a la ciudadanía. Sin embargo, en lo que se refiere a la relación entre el totalitarismo y la modernidad, quizá sea infinitamente más iluminador y distinto el caso soviético. Para despojar al nazismo de algo de su poder mítico, podemos aducir dos razones: 1) su tradición puede ser acusada de "específicamente alemana" y Alemania es un caso muy raro en Europa: modernización tardía y rechazada por sus clases medias, pobreza de su liberalismo, exacerbado nacionalismo "espiritual", rechazo del europeísmo y de cualquier concepto de "civilización"; 2) el nazismo alemán dirigió casi todas sus fuerzas al exterminio espiritual y físico de los judíos (genocidio), con lo que contó, según sabemos hoy, con una clara complicidad social.
¿Qué sucede, en cambio, con el totalitarismo soviético? También la tradición rusa era ajena, mucho más ajena si cabe, a la del resto de Europa (y todo el mundo sabe que hablar de Europa era hablar de los dos líderes de la civilización, Francia e Inglaterra). Pero, por el contrario, el marxismo es un fenómeno nítidamente europeo: pensemos en la línea que lleva de Kant a Hegel a Marx; pensemos en el liberalismo y la teoría económica clásica, Locke, Hume, Smith, Ricardo; pensemos en los primeros sociólogos franceses, en la tradición del cientifismo y la ingeniería social. El marxismo proviene de la Ilustración; puede que sea una versión desvirtuada, pero qué duda cabe de cuales son sus orígenes; el marxismo es universalista, moderno, racionalista. Pero no solamente se trata de los orígenes de la tradición marxista. Si aplicamos el concepto del totalitarismo al caso soviético, veremos que sus características se cumplen mucho mejor: el Estado perseguía y alcanzaba a todos, a los campesinos, a los intelectuales, a los revolucionarios (Trotski, Zinóviev, Kámenev murieron tras haber "confesado" su traición a la revolución), a los jefes de la policía política, a los cosacos, a los antiguos burgueses resentidos. A todos, excepto a Stalin. El caso soviético expone en líneas vivas el concepto arendtiano de "desolación".
En resumen: el nazismo fue antimoderno, irracionalista, antisemita, a pesar de su uso de los técnicos, de los médicos, de los ingenieros; el sovietismo fue moderno, racional, y aleatorio en el empleo del terror. Su filosofía cumplió con creces con la función de toda ideología: las ideas suplantaron completamente a la realidad, hasta el punto de que la Rusia soviética era una tierra de abundancia y felicidad, una tierra feliz que uno contemplaba en el viaje de tren a Siberia.
En palabras de Martin Amis en Koba el temible:
La diferencia podría estar en que el nazismo se esforzaba por ser exacto, mientras que el terror estalinista era deliberadamente aleatorio. Todo el mundo era víctima del terror, desde el primero hasta el último: todos menos Stalin. (Amis, Koba el temible).
Esto me llevó a decirle a Heller que quizá, si pretendemos recuperar los ideales de la modernidad (libertad, igualdad, autonomía), algo en lo que firmemente creo, primero debemos desmontar la tradición que condujo hasta el sovietismo. No se trata solamente de publicitar los crímenes de Lenin y Stalin, de que "se conozcan", que también. Se trata de que "la izquierda", esa izquierda dulcemente complaciente con los crímenes que se cometen en su nombre, con las estrategias de la estigmatización y la condena retórica (facha-pijo-nazi-burgués-capitalista-imperialista-yanqui), pero que a la vez se precia de haber sido la primera en apostar por la democracia, se trata de que la izquierda se descuelgue dura y fríamente de sí misma.
(Estas reflexiones son un corolario al debate mantenido con Agnes Heller y a la lectura de Koba el temible, de Martin Amis).

martes, 9 de octubre de 2007

Deprisa, deprisa

Juan Luis Cebrián, ese hombre que puso de moda la barba de tres días o de cuatro o cinco y que ahí sigue, pero mejor recortado, se ha permitido, como consejero delegado de PRISA, criticar la política del gobierno de Zapatero. Y dirán ustedes: ¿qué narices ha dicho? Un gobierno tan maravilloso como éste, bla bla, tan social y adelantado como éste, bla bla, un gobierno tan puro y bueno, bla bla, debería ir muy bien en las encuestas. Pero, oh, no va, no va. ¿Y por qué no va tan bien? Aquí se encuentra la clave, querido Watson: resulta que la gente que lee El País al parecer no le perdona a Zapatero sus tejemanejes con La Sexta. Esa es la clave, señores. Ahí va el análisis más refinado de la política española.
La respuesta sólo puede ser una: falla la política, la política de comunicación y la comunicación de la política.
O cómo La Sexta y Público acabaron con el verdadero pluralismo (cuyo representante supuestamente habrían de ser Cuatro y El País). Es curioso ver el pozo sin fondo de tomaduras de pelo en que van cayendo poco a poco los de PRISA: ¡qué digo poco a poco! Deprisa, deprisa.

sábado, 6 de octubre de 2007

Un pijoapunte

Creo que Arcadi Espada se ha rodeado de pocos pijos al menos madrileños. La mayor parte de ellos están bien alejados tanto de Zapatero como de Victor Laszlo, aunque desde luego lo estén bastante más de éste último. No pretenden ser perfectos ni irrebatibles ni cantan la Marsellesa en su hora de recreo. Los que yo conocí vivían en su mayoría por encima de sus posibilidades, se cortaban con cuchillos (creo que esta pijería es compartida por los jóvenes pobres y de izquierdas) por amor y desesperación adolescente, se reían adocenadamente de los bichos raros y les ataban los cordones de los zapatos a la barandilla (al autista, al esquizofrénico, al mariconcete, a la chica suiza, a la tímida estudiosa reprimida, a la chica de los calcetines fosforito); e incluso uno de ellos escribió en un muro "Lucrecia, jódete". Recuerdo ahora mismo al joven Juan, al que llamábamos por el apellido (en el cole era habitual), que se sintió enormemente complacido al desafiar y ser desafiado por la profesora "roja" de literatura, que sí debía de ser una de esas pijas tontas e irrabatibles de las que habla Espada con, en cualquier caso, bastante acierto. El muchacho llevaba el aguilucho en la carpeta y la profe roja le obligó a salir de clase hasta que no se lo quitase. En aquel momento, como representante de la minoría pija-rara-demócrata del colegio, aplaudí la decisión de la profe, de la que además yo era una "favorita".

En fin, hay pijos de todos los colores y tipos y dudo mucho de que los perfectos y los irrebatibles sean los pijos esenciales, por decirlo así.

De hecho, en aquella época, la misma en la que me emocionaba escuchando las noticias de Aung San Suu Kyi y Tiananmen, tierna y sencillamente adolescente, con proyectos políticos de grandeza para mi país y para el mundo, sentía todo el estremecimiento de la juventud al escuchar a Victor Lasklo entonando la Marsellesa en Casablanca, acallando así las voces de los alemanotes brutos, consiguiendo que a Simone o a Nicole o, en todo caso, a la francesa colaboracionista se le llenaran los ojos de lágrimas.

viernes, 5 de octubre de 2007

Sobre la tarima

Ya ha terminado la primera semana de clases, con un resultado regular. Este debe de ser uno de esos procesos de madurez de los que nos hablan de vez en cuando como si ya los hubiéramos pasado (los que nos estamos haciendo mayores, pero aún miramos con cara de despistados). En fin: las dos primeras clases consistieron en una introducción al liberalismo del siglo XIX, pero con ocasionales viajes de aventura a Hobbes, Locke y Rousseau (sobre todo a Locke). Yo creía que iba bien con ambas clases, pero ya el segundo día los alumnos me pidieron, con razón, que fuese más despacio. La tercera clase iniciaba la temida y temible epistemología de Mill. Hice algunos amagos, todos ellos infructuosos: volvieron a pedirme que fuera más despacio (con razón) y me dio la impresión de que les estaba perdiendo. Y mi boca no hacía más que decir, muy despacio: "método científico y estudio de la sociedad". Ay, este sentimiento de responsabilidad y de fidelidad al alumnado nos hace sentir una cosas tan extrañas, sufrir unos momentos de tanta desvalidez espiritual ahí, sobre la tarima.
En resumen: un alumno me pareció extremadamente maleducado, pero no hizo nada grave y sólo me quedó un leve y perplejo rencor. Describir el delito que cometió sería complicado y una obra de literatura psicológica. Baste decir entonces que el muy capullo me interrumpió dos veces con malos modos. Otra alumna, muy educadita ella, me preguntó que por qué hablaba de Hobbes, y entonces yo traté de responderle mientras mi conciencia se llevaba las manos a la cabeza y pensaba entre gritos de dolor: ¡dios, que no se están enterando de nada! Y a trancas y barrancas conseguí articular que hablaba de Hobbes porque hablaba del individuo, pero que, vamos, no había que hacerme mucho caso y que se fijaran sobre todo en Locke, Locke, Locke.
En segundo resumen: decidí simplificar la clase del próximo martes sobre la epistemología. Qué emocionantes son los ritos de paso.

lunes, 1 de octubre de 2007

Fundaciones

En El País aparece este artículo sobre Aung San Suu Kyi.

La figura mágica plantea el siempre interesante problema político de la fundación de una democracia. Uno de los aspectos que se le piden, desde la "comunidad internacional", a Aung San Suu Kyi es flexibilidad, adaptabilidad a las condiciones históricas: es decir, que sacrifique el resultado electoral de 1990, que su partido, la Liga Democrática, ganó por aplastamiento, y que acepte unas nuevas elecciones, que por alguna razón la "comunidad internacional" piensa que la junta militar esta vez aceptará. ¿Qué pensarían ustedes de ser Aung San Suu Kyi? ¿O, simplemente, qué pensarían de ser ustedes?

Por un lado, tenemos la legítima fundación y, por el otro, el mantenimiento de lo legítimamente fundado, la democracia. Myanmar se encuentra en los momentos agónicos prefundacionales, que son los más dados, siempre, al heroísmo: el artículo de El País refleja la lucha, la renuncia en pro de la democracia. Y qué grandes parecen siempre, desde lejos, esos tiempos, aun cuando los cadáveres aparezcan en las carreteras.

Digamos que en España la lucha actual parece pequeña, pero no lo es en absoluto. Hoy se trata de deslegitimar el momento fundacional y de pasar rápidamente a nuevas fundaciones, porque lo sólido nos parece demasiado triste y porque hay promesas todavía incumplidas (y siempre las habrá). En esa lucha por recuperar el brío de lo nuevo ya sabemos lo que pasa: que hay prisa, pero prisa sobre todo por distribuir los papeles del drama y por censurar y, en definitiva, deslegitimar lo legítimamente fundado, la democracia española. A Cristina Peri Rossi, poeta, le han asignado el papel ya; pero no es un papel de buena o mala sino de víctima por aplastamiento nacional y lingüístico. Pobres víctimas de un conflicto español, al fin y al cabo, diremos. Ella no tiene culpa: del franquismo, del colonialismo (remontémonos), de la opresión lingüística, de las lenguas vivas, de los muertos. Y el catalanismo trata mientras tanto de salvar a Europa de sí misma, porque salvadores nunca faltan; por el contrario, nos encontramos en una insana necesidad de esos seres mediocres que simplemente se afanan en aplicar la ley.